Ciara no entendía muy bien qué demonios había sucedido. Tenía cierto recuerdo, pero era algo más parecido a una pesadilla que a un hecho real. Paso la lengua por su dentadura, le faltaban algunas piezas, pero las encías parecían no haber sufrido ningún tipo de daño. Apretó los dedos de la mano izquierda, eso sí que estaba. En cambio, ella recordaba la sensación de la sierra mutilando su muñeca. Y lo que era peor, estaba desnuda y completamente ensangrentada.
Se palpó su cuerpo y estaba sin el más mínimo arañazo, tenía la mente embotada, y cada poco una imagen de lo que había sucedido inundaba su realidad.
Un recuerdo le dejo ver la muerte de sus dos torturadores. Con la facilidad que había acabado con el grandullón… y esa arma tan extraña, ¿la había creado ella?, ¿ella había matado a eso dos tipos en un abrir y cerrar de ojos?, ¿Qué coño estaba pasándole?
El crujir del fuego devorando el edificio de la inquisición le hizo girarse. El techo se hundió sobre sí y unas fuertes llamaradas salieron por las ventanas del piso superior. La calle estaba llena de personas en cueros. Todos la miraban, y no sabía a ciencia cierta si eran miradas de terror o de gratitud mezclada con el miedo.
Ciara salió de allí a toda velocidad mientras el edificio se derrumbaba piedra sobre piedra pasto de las llamas que había devorado las vigas.
Ciara recorría todas las callejuelas de la ciudad para intentar llegar a su refugio. Las calles seguían siendo igual de grises, su olor, seguía siendo asqueroso y a su vez algo en la ciudad había cambiado, lo podía percibir. Al igual que ella, también había sufrido algún tipo de cambio que no llegaba a comprender. Llevaba una hora corriendo y no le faltaba el aliento. Sentía sus piernas mucho más fuertes que el día anterior.
Por las calles principales los carruajes traqueteaban en dirección contraria a ella. Que el edificio de la inquisición, ardiera, había suscitado un gran revuelo. Toda la guardia de la ciudad corría junto a los carros, marcando el paso con sus botas metálicas. Incluso una hilada de gente espontánea había salido de sus casas con barreños para hacer una cadena humana y extinguir el incendio.
Ciara tenía el corazón desbocado, ¿qué coño estaba pasando?, se repiqueteó nerviosa la sien. Necesitaba parar un momento, busco un rincón para poder pensar en ello unos segundos.
El callejón al que entró le ofrecía una buena oscuridad donde refugiarse. El olor a orín rancio podía ser la mejor descripción del lugar, porque cuando una está huyendo de la inquisición, ese podía ser el menor de los males.
Se dejó caer, apoyando su espalda contra la pared, se arañaba con el enyesado descascarillado, pero le dio exactamente igual. Estaba mareada. Tosió. Vómito y Recordó.
Había abierto la puerta de su sala de interrogatorios. Al entrar le habían obligado a llevar un saco en la cabeza, imaginaba que al otro lado de esa enorme y pesada puerta habría un corredor oscuro y húmedo. Pero nada más lejos de la realidad. Las paredes estaban plagadas de tapices con animales atravesados de mil maneras diferentes. Los techos tenían pintados gente rara. Con brillos tras las cabezas y túnicas cutres. Enormes candelabros iluminaban el pasillo enmoquetado y aun así, plagado de pomposas alfombras doradas y rojizas.
A su derecha había otra puerta de hierro. Podía oír el sufrimiento del inquilino. Descorrió los cerrojos y abrió la sala.
Había un hombre de tamaño colosal sentado en la silla. Lo habían atado con cadenas y sujetado con cuerdas a unas argollas falcadas al suelo. El tipo era calvo y estaba plagado de tatuajes tribales y en ese momento, donde todos se giraron para mirar a Ciara, le estaban extrayendo, como a ella, parte de la dentadura. El tipo aprovechó el momento donde el torturador estaba más cerca de su cara para atacar. Aun con las tenazas en la boca, aplastó la cara del hombre de un cabezazo. Ambos gritaron y las tenazas lanzaron un molar por el aire mientras la sangre de la nariz del torturador se derramaba sobre la mesa, como sus dientes y su consciencia.
Ciara, recordó estirar su mano derecha y un cuchillo, muy extraño, hecho de brumas, salió disparado y se clavó en el pecho del inquisidor, esa vez tampoco hubo sangre ni herida. Así que sí, de alguna manera que no conseguía entender, las armas eran creadas a su voluntad. Ciara también recordó soltar al enorme reo, recibir un fuerte abrazo, algo incómodo por estar los dos completamente en cueros y salir juntos en busca de una salida.
Ciara recobro la consciencia, palpó a su lado asustada por un rápido movimiento y sus dedos se mojaron de algo que era mejor no saber y mucho menos oler. El roedor desapareció en la oscuridad huyendo de ella.
Se levantó temblorosa, debía llegar a su escondite, cerrar todos los cerrojos y lavarse. Le producía náuseas toda aquella sangre de sobre su piel.
Intentando pasar desapercibida y sintiendo el frío en los huesos, se escurrió por las callejuelas del barrio de los burdeles. No era el mejor sitio para ninguna situación, salvo que uno quisiera contratar los servicios de las prostitutas más baratas de la ciudad. Era un lugar peligroso para una joven y mucho más, si iba en cueros.
Al entrar en uno de los callejones para observar el entorno, escucho un grito ahogado. No estaba sola. Sin saber muy bien por qué, su visión se adaptó a la perfección, a la oscuridad.
Tres tipos muy grandes jugaban junto a un bulto en el suelo. Otro alarido recorrió el callejón. El bulto, era una joven en cueros y por como disfrutaban aquellos bastardos habían pasado un rato muy desagradable con ella. Ciara sintió una ira inconmensurable.
Una ventana superior se abrió iluminando parte del callejón. Los tipos lanzaron algo del suelo a la ventana, pero no acertaron. Lo que sí paso es que los tres tipos vieron a una Ciara en cueros observando su delito.
—Mirar chicos, ya hasta nos hacen cola.
—Pues tendremos que darle el turno, está ya no se defiende—dijo uno de los tipos dado una fuerte patada en la tripa al bulto.
Ciara se quedó helada. Su primer instinto fue salir corriendo. Olvidar lo que había visto y desaparecer. Pero sus pies estaban clavados en el suelo. La ira ascendía por su garganta irrefrenable.
—Pues parece que es lo que está pidiendo—dijo el tercero mostrando los dientes.
El primero de ellos, saco de su cinturón una enorme estaca. Se acercó a Ciara y le lanzó un estacazo que ella esquivó por muy poco. Se agachó para pasar por debajo del palo y golpeó con su puño el centro del enorme pecho del tipo, sintió como el esternón se partía en dos como hojarasca seca y como golpeaba el corazón palpitante habiéndolo papilla en su interior. El tipo soltó un gruñido e hinco rodilla en el suelo. Ciara quedo a su espalda y el tipo cayó de cara contra el suelo. Se quedó inmóvil.
¿Qué coño acaba de hacer?, se preguntaba Ciara mientras miraba su puño sorprendida. Mientras, los otros dos tipos rugían por la muerte del tercero, Ciara escucho algo sobre su parentesco sanguíneo. Levantó la mirada justo cuando un enorme puño iba directo a su cara, pudo sentir el aire junto a su nariz. Ver como el puño se extendía hacia ella a una velocidad ridículamente lenta. Observó como sus propias manos, agarraban el brazo, lo obligaba palanqueando contra su espalda, girando sobre sus talones y como los huesos desde la muñeca al hombro se hacían astillas y salían rasgando la piel del antebrazo, volvió a girar a su posición principal y su puño se clavó en la garganta del siguiente desgraciado.
Uno, aulló de dolor, el otro se agarró la garganta mientras caía de rodillas con los ojos desorbitados, al poco cayó convulsionando sobre un charco un extraño.
Agarró del cuello al tipo que se agarraba el brazo entre llantos y maldiciones y lo partió como si fuese una simple brizna de hierba. Sintió como las vértebras se deslizaban en diferente dirección, crujiendo feamente. Sintió un gran placer.
Todo volvió a la normalidad en cuestión de unos parpadeos, había vuelto hacerlo. Acaba de matar a tres tipos tan grandes como unas torres con sus propias manos. Esa sensación de ser un mero espectador desapareció y su cuerpo volvió a reaccionar a sus deseos.
Corrió hasta el bulto para sacar de allí a aquella joven, pero al llegar a su lado y arrodillarse para socorrerla descubrió que ya no respiraba. No solo había sido violada brutalmente, también había recibido tal paliza que era imposible saber el color de sus ojos.
Ciara se levantó al escuchar ruido en la boca del callejón y se internó aún más en la oscuridad.
Por suerte, la oscuridad del callejón evito que los guardias que corrían hacia algún lado, seguramente hacia el edificio en llamas, no se percataran de la matanza que allí se había acontecido. Ciara pudo ver en un motón la ropa ajironaba de la joven fallecida. Se vistió, le quedaba tremendamente holgada, pero era mejor eso que seguir paseándose por las calles en cueros.
Poco a poco las calles iban haciéndose más austeras. El barrio de los artesanos no tenía nada que resaltará demasiado. Paró junto a un puesto de herrería y zambulló la cabeza en el agua helada de un barril, frotó la sangre de su cabello y de su cara. Tras dejar el agua inservible, salió a grandes zancadas hasta las callejuelas de los barrios más pobres, los edificios pasaron a ser simples casas de un piso. Mal construidas pero llenas de voces. Esa gente comenzaba su día a día sin saber nada de lo que estaba pasando en su ciudad.
El viejo molino se encontraba a escasos pasos del canal, en otro tiempo, ese canal debía de haber bajado con un caudal muy diferente, desde que la ciudad había canalizado sus acequias hacia él, solo bajaba una masa de excrementos y agua podrida con una velocidad tan lenta que uno podía apreciar su quietud. El lugar más seguro para una joven vagabunda.
Nadie se acercaría allí para intentar hacerle daño. Allí, se sentía a salvo. Allí, podía pensar.
—Bueno, por fin te tranquilizas, creo que deberíamos hablar—dijo una voz en su cabeza.
Ciara se orinó encima.
2023
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