Presión, presión, presión, bocanada. Un regusto amargo me bajo por la garganta, de whisky barato y tabaco aún más barato. La rotación de sensaciones volvió a completarse. Ajo, aquel extraño sabor en mi boca era de ajo. Acaso no podía morir sin más, pensé mientras mi estómago comenzaba a dar vueltas.
Presión, presión, presión, bocanada. Sentí como el agua subía por mi garganta desde los pulmones y el estómago. Sabía aún peor que todo lo demás.
Sentí un fuerte golpe en el tórax, y el agua salió por mi boca a borbotones.Sentí como la vida se volvía a instaurar en mi interior. Mis ojos se abrieron, estaba entre los brazos de Paúl. Que me miraba empapado de agua y con los ojos enrojecidos. Intente hablar, pero el agua que expulsaba, acompañado de unas fuertes toses, me lo impedían.
— No te mueras cabrón — susurraba Paúl —. Tú no.
Con gran esfuerzo junté la fuerza suficiente para poder respirar, costosamente.
— No te mueras.
— Si no dejas de apretarme así, me matarás tú —Conseguí farfullar.
Un fuerte dolor vino desde mi espada, en la cabeza y en general, en todo el puto cuerpo. Intente mover los dedos de los pies. Se movían. Los de las manos, y también se movían.
— ¡¿Estás vivo?!
— Creo que sí — Paúl me apretó más contra su pecho, como una madre ante su hijo enfermo—. Paúl suéltame — farfullé débil y sintiendo un dolor.
— Me cago en la puta Logan, que sea la última vez que me das un susto como este. Eres un gilipollas, ¿lo sabes?
— Lo sé… llévame a casa.
La oscuridad volvió a sumirme en las sombras, podía notar como me cargaban en algo parecido a una carretilla. Cómo me trasportaban dando tumbos. Algún tipo de algarabía, carreras, saltos, golpes.
El suave y frío tacto de mis sábanas de seda, voces débiles. Dolor, mucho dolor. Sentí un pinchazo en el brazo y poco a poco el dolor fue remitiendo.
Me ha derrotado, ese bastardo es más listo que yo. Ha estado a punto de matarme a mí y a todos ellos.
Me sumí en sueños.Me desperté al escuchar una voz en mi cabeza. Recitaba el alfabeto, una y otra vez. Me sentía abotargado y me costaba abrir los párpados, intenté abrir la boca, y la voz se cayó, sentí un paño sobre mis labios. Era agua fresca, diminutas gotas que corrían por mis labios, legua y garganta reseca. Me dolía tragar. Agarre el paño, necesitaba más agua, lo sujetaba una mano pequeña, que se asustó con el contacto. Abrí los ojos. Sentada junto a mí, estaba Rossy, con un libro entre las piernas y una palangana de agua enfrente de los pies cruzados bajo el libro.
— ¿Te has despertado? — titubeó.
— Creo que sí — sentí un fuerte dolor en la cabeza.
— ¡Sé, ha despertado! — Grito Rossy para mi desgracia—. ¡Sé, ha despertado! — salto de la cama, dejo el libro sobre una cómoda y salió al pasillo gritando a pleno pulmón. Por suerte, los gritos se perdieron en la lejanía.
— Por todos los dioses, señor, ¿se encuentra bien? — la voz fuerte de Sebastián me dio cierto calor.
— No lo sé — intenté recostarme, pero Sebastián posó su enorme mano en mi pecho y me fue imposible moverme.
— Quédese quieto, pronto llegará el doctor. Ha dicho que no se mueva.
Conforme mi mente se asentaba, el dolor volvió a todo mi cuerpo. Sentía vendas bien apretadas en el torso. En la cabeza y en un antebrazo. Me relajé, el dolor, no era más que un aviso de mi cerebro para avisarme de mis lesiones. Me concentré y aunque no remitió del todo. Conseguí reducir ese dolor hasta algo más o menos soportable.
Debí dormirme, en aquella transición, estaba agotado y débil. El Doctor me despertó con suavidad. Y me volteó para sanar las heridas de la espalda. El dolor aumentó cuando comenzó a separar las vendas adheridas a mi herida. Debía tener parte de la espalda chamuscada. Me untó algo fresco y sentí gran alivió y ese alivió desapareció, cuando volvió a tensar las vendas.
— Ya ha pasado lo peor — escuché que decía el Doctor —. Ahora necesita reposo. Que se mueva lo menos posible. Aplíquele este ungüento cada doce horas. Y dentro de una semana, le retiran las vendas. Sería bueno que le diese el aire. Veo que tiene un balcón ahí mismo. Y sobre todo que no haga esfuerzos. Si notan que farfulla cosas incomprensibles, avísenme, ese golpe en la cabeza a sido duro, no sabemos hasta donde puede haber llegado el daño.
Sentí un pinchazo en el brazo y volví a sentir un grato, alivió, mi cuerpo volvió a ceder y volví a dormirme.
— Muy bien dormilón, se acabó la siesta — era la voz de Cloti, un fuerte aroma a sopa de pescado inundó mis fosas nasales. Era de mis platos favoritos. Mi cuerpo se activó de golpe y pugné por abrir los ojos—. Ya está bien de zanganear.
— Por favor, Cloti, el Doctor... — Decía Sebastián.
— ¿A mí me va a dar lecciones un estirado como ese?, Sé perfectamente lo que es bueno para él. Es igual que su padre, si lo dejas de la mano, estaría todo el día haciendo el vago.
— Ha estado a punto de morir, por todos los dioses, Cloti.
— Ni dioses, ni diosas. Este hombre necesita comer y que le dé el aire. Si sigue en esa cama se pondrá más débil.
Parecía mentira la fuerza que tenía aquella mujer. Me recostó, me colocó la almohada tras la nuca y noté un fino peso a mi lado.
— ¿Puedo yo? — era la voz de Rossy.
— Claro que sí, querida. Yo no puedo estar pendiente de todo. Tengo que hacer aún la comida para todos los demás.
Sentí una cuchara temblorosa en mis labios. Trague aquel néctar cálido. Mi estómago gruñó y mis ojos se abrieron de par en par. Rossy volvía a estar a mi lado con un gran bol y una cuchara. Me miró, sonrió y me dio otra cucharada.
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