La voz se había corrido, “La sombra” se encontraba en la
ciudad, ningún hombre o mujer vivos la había visto nunca. No era una asesina al
uso. Era una mezcla entre magia y acero, un ser capaz de asesinar a quien su
contrato marcase. Ni tan siquiera, en el gremio de asesinos conocía su
identidad. Y según se decía, todos la temían.
La bruma recorría las calles de ventanas y postigos
cerrados a cal y canto. Los nobles, que en mayor medida eran sus posibles
víctimas habían sacado parte de sus ejércitos personales a las calles. Llenando
del sonido metálico de sus armaduras y aceros las estrechas calles circundantes
a sus mansiones. Esa noche nadie dormiría en Puerto Real.
Sobre los tejados de las casas habían apostado
multitud de arqueros. La ciudad estaba cubierta de hombres
aterrados con la única compañía de sus armas y aquella terrorífica bruma que
había salido de la nada. La sombra podía oler el miedo de todos ellos. Y eso, le
encantaba. Mientras todos aquellos cobardes vigilaban hasta el último rincón de
la ciudad ella se movía a su antojo por las cloacas. Sus veloces pies corrían
por las orillas de piedra evitando pisar todos aquellos asquerosos despojos
humanos que flotaban en un maloliente riachuelo. No era lo más honorable de su
trabajo, pero de nada servía sembrar de cadáveres toda la ciudad cuando ella
solo debía matar a un único hombre. El Duque de Puerto Príncipe no vería un
nuevo amanecer.
Se encontraba justo debajo de su destino. Si su información era cierta, allí debía existir una entrada a las mazmorras de palacio. Y como solía pasar con sus informaciones, allí estaba, una arqueta de acero que pesaba más de lo que le hubiese gustado. Tras apartarla en el más absoluto silencio accedió de un poderoso salto en vertical al interior del palacio.
La oscuridad
reinaba en aquellas malolientes mazmorras, los gemidos de los presos resonaban
en susurros tras cada una de las puertas. Pero ni siquiera ellos, se percataron
de su avance. Sus pasos eran silenciados mediante un conjuro que solía usar
para que el sonido que emitía fuese encubierto por un silencio místico. Tras ascender por una estrecha escalinata, llegó a la puerta de madera que daba acceso al
palacio. Tras ella escuchó el sonido de una aburrida charla de dos guardias.
Por sus voces debían de ser dos veteranos en sus últimos días de servicio.
Seguramente ambos sentados en dos sillas, una a cada lado de la puerta. O tal
vez, de pie. Para su desgracia iban a tener que morir de una u otra manera.
Con su mano enguantada empujó sutilmente la puerta. Para su sorpresa, estaba abierta. El primer fallo de aquellos vejestorios y del Duque. Miro por la rendija y lo primero que vio fue un brazo con sus guardas pertinentes. Soldados enfundados en sus armaduras ligeras. Eso los hacía aún más lentos y torpes. Desenfundó sus dagas. El acero destelló con el fuego de una antorcha que tenía sobre la cabeza. Uso una de sus habilidades mágicas y la llama se extinguió dejándola a oscuras. Donde ella se sentía más cómoda, donde ella cobraba todo su poder. Abrió la puerta de golpe, sin más tapujos y el primer guardia sorprendido levantó su brazo para poner su alabarda de por medio. La primera daga entró bajo su axila y la segunda seccionó el cuello arrancando un gran chorro de sangre y dejando su cabeza colgando de un solo hilo de carne, su cuerpo fue cayendo lentamente resbalando por la pared.
El segundo, dio un grito
e intento salir corriendo. Craso error. Sombra lanzó su daga y quedó clavada
hasta el mango entre su collera y el casquete. La punta de la daga salió su nuez. Dio un paso y después se desplomó
haciendo un sonoro ruido metálico. Adiós al efecto sorpresa, pensó maldiciendo.
Pero ya era tarde para lamentarse por ello. Ahora, tendría
que segar más vidas de las que hubiese deseado. Usando el mismo conjuro, que
había usado con la antorcha de las mazmorras, apagó una a una la veintena de
farolillos que iluminaban el corredor, dejándolo sumido en las sombras. Respiró
hondo y espero el momento inevitable. Seis guardias aparecieron al final del
corredor iluminado por los farolillos del pasillo por donde habían llegado.
Sombra se pegó a la pared, la oscuridad la absorbió dejándola totalmente
invisible a los ojos de los soldados. Ninguno tenía el valor de adentrarse en
las sombras. Y bien que hacían. Ella esperaba como una pantera esperando que
uno cometiera el primer error.
El soldado de más graduación chilló y empujó al primero de
los guardias que trastabilló levantando su espada. Sombra lo vio venir con
total normalidad. Entre sus dones se encontraba ver en la oscuridad como si
fuese a la luz del sol de medio día. Lo vio avanzar dando estocadas y lanzando
tajos de lado a lado. Lo dejo pasar y clavo sus dos dagas en los riñones del
soldado, que soltó un alarido y callo llorando y gimoteando de dolor. Segundos
después ya no se movía.
Sombra abrió su capa dejando a mano una veintena de
cuchillos para lanzar en unas cinchas que ella misma había elaborado en su
juventud. Cogió cinco y cinco y dando giros y más giros los fue lanzando a los
sorprendidos soldados que caían muertos con los filos clavados en cara, cuello
y piernas que salían de la nada. En segundos solo quedaba el soldado de más
rango. En su rostro se leía un terror absoluto. Se arrodilló y suplico por su
vida. Sombra agarró una espada del suelo, y saliendo de la oscuridad como un
depredador, se la introdujo por el cuello y la saco por sus riñones clavando la
punta en el suelo de piedra. El desgraciado quedó arrodillado y muerto en el acto
mientras un gran charco se creaba a su alrededor.
En una rápida pasada, Sombra recupero sus armas. Aún
quedaba mucho trabajo por hacer. Paso junto al suplicante y lo miro apenada.
Cuántas vidas truncadas, cuántos anhelos echados a perder por unas míseras
monedas que seguro, el Duque, pagaba por su protección.
Después de todo aquel escándalo ya no tenía sentido el
sigilo. Así que emprendió el camino hasta lo más alto del palacio a toda
carrera. La sangre, la danza de sus aceros y las vidas pasaban tan rápidos como
sus pasos sobre el mármol. Los soldados, aún pudiendo verla, no eran rival para
tan brutal embate. Antes de llegar al segundo piso, veinte guardias habían
muerto si opción a defenderse contra sus habilidades.
El segundo piso era un laberinto de estancias; aposentos,
salas de té y una gran biblioteca. Se detuvo justo en la puerta sorprendida de
la cantidad de libros que allí había. Nadie lo hubiese imaginado, pero a
Sombra, le encantaba leer en su escaso tiempo libre entre contrato y contrato.
Necesitaba crear aún más caos, sobre todo para cuándo
llegará el momento de su huida. Descolgó un enorme candelabro de oro puro y
pidiendo perdón a los dioses lo lanzó sobre una mesa donde había varios
volúmenes abiertos. El fuego comenzó a devorar los volúmenes y rápidamente la
mesa excesivamente pulimentada. El humo comenzó a salir por la puerta mientras
maldecía por haber hecho algo tan horrendo. Como era de esperar los gritos
comenzaron a sonar por el exterior del edificio.
En aquella planta no encontró ni un solo soldado. El grueso
de la guardia personal estarían blindando el despacho del Duque. Se imaginó
todo un regimiento aglomerados en un corredor frente a la puerta del despacho.
Era el momento idóneo para cambiar de táctica. Busco la ventana que estuviese
más en penumbras y se asomó por ella. Saco de sus laterales sus herramientas de
escalada y comenzó a ascender por la fachada. En segundos estaba en la terraza.
Allí dos arqueros miraban aterrorizados como el humo
ascendía. Si el incendio se extendía, tendrían graves problemas para salir de
allí antes de que los techos se calcinaran y cayeran al fuego bajo sus pies.
Por desgracia para ellos, nunca tendrían que preocuparse por qué aquella opción
se hiciese real. Sombra lanzó sus aceros y los hombres cayeron a peso sin tan
siquiera presentir su presencia. Bajo ella los soldados gritaban órdenes de
mantener el tipo. De guardar las posiciones pasase lo que pasase.
Sombra se aseguró en qué zona exacta estaba el despacho del
noble. El balcón custodiado por dos hombres le dejaba claro la posición bajo
aquel tejado. Saco una pequeña bolsita de la que vertió un fino polvo negruzco.
Hizo un círculo con él y sacó su pedernal. Con solo una chispa, el anillo se
encendió y dejó un círculo perfecto de fuego en el suelo, después, se hundió
dejando una entrada a su destino final. Dos flechas salieron por el orificio.
Una le raspo el rostro dejando una fina línea de sangre sobre su piel oscura.
Después hubo varias descargas más. Sombra se subió al parapeto y salto al
balcón donde ya no había nadie dando una amplia y medida voltereta.
Dentro había ocho hombres. Uno de ellos, tan gordo como un
cerdo listo para matanza envuelto en sedas. Todos se giraron a la vez. Los
ballesteros se encontraban cargando. Eran cuatro. Otros tres, no lucían
armadura alguna y sus armas eran sables brillantes y adornados con gemas. La
escolta personal del Duque. Sus mejores espadachines. Sombra lanzó una ráfaga
de aceros. Los ballesteros, poco pudieron hacer para detener los cuchillos que
se clavaron en sus rostros y cuellos. Los espadachines, haciendo gala de sus
habilidades los detuvieron con sus sables con una sonrisa de sobrada
arrogancia. El Duque ya había rodado tras una mesa que había volcado en su
torpe huida para cubrirse. La puerta era aporreada desde fuera. Pero aquella
puerta acorazada solo podía abrirse desde el interior. Segundo error del Duque.
Con paso vivo se plantó en medio de los espadachines. Abrió
teatralmente su capa y sacó dos cimitarras de reluciente brillo. Los ataques no
se hicieron esperar. Con gran velocidad comenzó a bloquear o apartar las
estocadas de gran precisión de aquellos tres bastardos, eran realmente buenos.
Aguanto el embate dando volteretas sobre los filos o dando bandazos. El primero
de los errores no tardo en llegar. Abrumados con su agilidad uno de ellos erro
al subir su guardia al tiempo que ella le cortaban dando una voltereta lateral
el gaznate, manchando el techo y una pared con un grueso chorro de sangre. El
individuo se agarró el cuello y ella al caer le atravesó el pecho con su
cimitarra. Le dio una patada para desclavar el acero y de paso lanzarlo contra
un segundo. Que trastabilló y cayo de culo soltando maldiciones.
Por el rabillo del ojo, Sombra descubrió al Duque
intentando llegar al cerrojo de acero que sellaba las puertas. Lanzó una de sus
espadas y clavo la mano rechoncha contra la pared mientras el Duque soltaba
gritos y llantos aflautados.
Un fuerte quemazón la trajo de vuelta al combate, el
espadachín había hecho un tajo profundo en el tríceps de la asesina que soltó un
alarido de rabia. Cuando el espadachín, con una sonrisa más amplia volvió a
atacar, sombra esquivo la estocada y con una fuerza sobrenatural doble el sable
hacia su oponente, haciéndole crujir la muñeca y le ensarto con su propio acero
en el estómago. Levantó hacia arriba y sacó el filo por uno de sus trapecios,
el cuerpo se abrió en dos dejando todo su interior a la vista y después se
desplomó creando un gran charco de sangre en el suelo.
Sombra sintió otra punzada en uno de sus muslos. El
bastardo que aún estaba en el suelo le había agujereado con su sable. La sangre
emanó de la herida a borbotones. Sombra descargo el sable contra el hombre
abriendo su cabeza en dos.
Se sintió débil. Tenía que acabar el trabajo. El Duque
seguía pataleando y llorando de dolor mientras se sujetaba la mano clavada en
la pared. Se acercó lentamente y al hombre se le salieron los ojos de las
cuencas. Su rostro se retorció de dolor y de pánico.
— ¿Quién te envía maldita puta tarada?.
— Tu mujer —dijo sonriendo—. Tu mujer ha sellado el contrato.
Y yo, siempre cumplo mis contratos.
Lo cogió de su sebosa cabeza y una y otra vez comenzó a
golpearla contra la pared. En segundos, era un amasijo de dientes, ojos y
restos de cerebro embadurnado su mano.
Se arrodilló debilitada. De sus labios comenzaron a
formarse conjuros y hechizos de curación. Sus heridas se cerraron, se curaron y
no dejaron ni la más mínima cicatriz. Se levantó, cogió carrerilla y salto por
el balcón justo antes de que el suelo cediera y salto abrazado la oscuridad y
cubierta por la bruma que se arremolinaba tras su capa. Planeo durante muchos
metros y desapareció para siempre de Puerto Príncipe.
Me gusta mucho. Enhorabuena y suerte!!!
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