En los
más oscuros y sombríos recodos de esta tempestad, llamada mundo; mi alma,
agotada y fustigada, ve esquirlarse, sin remedio, mi armadura de carne ajironada
y témpanos de hielo del olvido.
Mi
corazón abatido, bajo la incesante lluvia de injusticia, es desgranado y
mortificado por el más amargo de los suplicios.
La
tormenta de la realidad, con sus torrentes de aguas enlodazadas, arrastra las
almas de los justos a tierras perdidas, olvidadas, donde el mal ejerce su poder
como el trueno, sobre el suave trinar de los pájaros, purificando, cual rayo,
las almas libres que aún vagan, perdidos, iluminando pequeños trazos de esta
oscuridad insalvable.
El
declive de la sociedad llega a su fin. La oscuridad absorbe la poca luz de este
mundo tenebroso y desgarrado. Los demonios, vagan libres sobre esta tierra
emponzoñada, que habita bajos mis pies desnudos, encallecidos por el pisar de
las almas que arrastran, agónicas y lánguidas, sus vidas al más oscuro de los
abismos.
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