Ese día tenía una cita importante, sabía, que ella deseaba
conocerme y abrazarme para siempre. Así que decidí, no ponerme mis mejores
galas, ¿Para qué?, ¿a quien quiero engañar? Si yo no suelo vestir así, pensé.
Me puse mis vaqueros y zapatillas desgastadas, mi camisa
favorita, no eran grandes prendas, pero era como yo más cómodo me sentía. Como
yo, era en realidad. ¿Qué sentido tenia engañar a quién te busca con tanto
anhelo?
Me senté en la roca más baja de la escollera, con mis pies acariciados por las incesantes olas del mar. Yo estaba en calma, no con ese
nerviosismo que viene antes de una primera cita.
Ella no tardó en llegar, se subió sus faldas y me imitó,
metiendo sus viejos pies en el agua. Estuvimos en silencio durante largos
minutos, viendo el amanecer, oliendo el salitre que me trasporto a tiempos
mejores donde mis amigos y yo, jugábamos y reíamos.
Al cabo de un rato ella me hablo.
—
¿Estás seguro de esto? —me susurro.
—
No me queda otra —resolví yo.
—
Entonces aún no estas listo, mi compañía no es fácil,
mi amor —me miró a los ojos y yo a ella. En su mirada vi la calma más absoluta,
me estremecí. Sentí la ingravidez de mi cuerpo, como mi alma, vagaba a lugares
lejanos. En sus antiguos ojos me vi reflejado y supe, que deseaba estar con
ella el resto de mi vida.
—
En realidad, te anhelo, como un ruiseñor a la
mañana — aún no sé por qué fui tan cursi, pero ella sonrió y las arrugas que bordeaban
sus ojos se acentuaron al sonreír.
—
Entonces seré tuya y tú serás mío. Pero he de
advertirte una cosa, amor mío, una vez me abrazas — sus labios se tornaron en
tristeza — no será nada fácil volver a este estado.
—
Lo he pensado durante muchas noches y también
durante demasiados días, estoy agotado de tanta hipocresía, no soporto más está
situación.
—
Dame la mano — me dijo ofreciéndome la suya—
entonces estamos listos para este viaje —me dijo la Soledad.
Desde entonces vivo en paz, nadie puede hacerme daño, aunque
la ausencia de sentimientos es difícil de expresar. Ahora, tras muchos años, me
permito pasear por los jardines. Veo jóvenes enamorados, jugueteando. Pequeños
grupos, divirtiéndose. Familias felices que bailan a mi alrededor en una
sintonía, que jamás entenderé.
Sé, que está grata soledad me dejara marchar si yo se lo
pido; jamás, he sido su recluso. Pero es tan dulce el silencio, tan
tranquilizadora su ausencia. Jamás volví a verla en persona, tal vez, jamás la
vi. Pero si algo se, es que jamás abrace algo con tanta pasión.
Ahora a la vejez volví a sentarme en aquella escollera,
ansioso por qué ella se sentará a mi lado y poder darle las gracias por su cariño.
Ya que jamás me falló, jamás me mintió.
Sé que muchos la temen, la pintan como una arpía traicionera
y cruel. Pero yo sé que no es así. Al igual, que sé, que no todo el mundo puede
soportar su abrazo. Que algunos, débiles de espíritu, la huyen como si la peste
fuera. Buscando cualquier compañía con tal de no conocerla. Envenenando sus
almas con relaciones vacías, huecas, efímeras. Capaces de soportar una vida de
desgracia por no sentir su esencia, esa, que tanto amo.
Ahora, a la vejez, se que hice lo correcto, y que esta
soledad, a sido mi única ancla, la única capaz de soportar mi lastre. En este
mar que vio como aquella anciana compañía, me ofreció, sin ningún embuste su
cálido abrazo.
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