Rolo
volvió al poblado lleno de ira, ¿Cómo se suponía que iba a decirle a su padre
que aquella niñata se había escapado?
Los
hombres de su padre habían salido en masa a por aquél esclavo, él mismo le
daría el castigo. ¿Cómo osaba aquel animal, tocar a uno de sus guerreros? A
matarlo. Le sacaría los ojos. Lo destriparía, lo, lo…
Durán,
su tutor, lo miro asqueado. Se encontraba apoyado bajo una porchada, en su
mirada, dura y acusadora se leía la vergüenza. Otra vez había fallado en algo
tan simple como cazar a una ratera. Él, heredero del reino, el orgullo de su
pueblo, el futuro rey, no hacia una buena. Aun sabiendo aquello Rolo se sintió
ofendido por aquella manera de mirarle , a él, al futuro rey.
—
Si me sigues mirando así, tendré que tomar
medidas— le escupió Rolo a su tutor.
—
Inténtalo, a si podré darte una patada en tus
reales huevos—sus miradas se cruzaron desafiantes—explícale a tú padre que ha
pasado esta vez, yo voy a emborracharme.
—
¡Es tú deber es estar a mi lado! —rugió Rolo a
su tutor.
—
¿Mi deber?, Mira niñato, mi deber me va a
llevar a la horca por tú puta culpa, y cuando llegue ese momento, prefiero estar
bien borracho, para reírme de que mi destino dependa de un inútil como su
merced.
Durán
se marchó sin más palabras y Rolo sabia que tenía razón. Pero no torcería su
brazo, no cedería un ápice ante aquel tipejo que no conocía su lugar en el
mundo, un lugar de segundón, un mero lacayo.
¿No se
supone que debería ser todo un honor enseñar al futuro rey de su pueblo?,
pensó airado. Estúpido desagradecido, masculló Rolo dando una patada a
una piedra imaginaria.
Cruzó
el poblado dirección a la casa comunal, donde el trono de su padre esperaría
noticias de una u otra cacería. Y sería mejor asumir su culpa, antes de que los
hombres llegasen y lo viesen arrodillarse ante su padre.
Dos
guerreros flanqueaban la puerta de madera ennegrecida, el edificio debía de
tener cientos de años, en él, se habían llevado acabó las preparaciones de
cientos de batallas, era un baluarte para su pueblo. En otros lugares erigían
grandes palacios, en su cultura, aquellas casas de madera, roca y paja, era el
centro de poder de su reino, que sentido tenia construir aquellos castillos
pudiendo aprovechar estructuras ya fabricadas. Esa en especial, era de las
pocas reliquias de los viejos tiempos que quedaban en pie, donde los héroes,
planificaron la liberación de su pueblo de la opresión de los Kanto. El lugar
donde su padre, cubrió su cabeza con la corona milenaria que su pueblo había
escondido durante toda la represión.
El
salón estaba alumbrado con antorchas y por un enorme fuego alargado y centrado
al salón, que llevaba encendido desde la liberación de su pueblo. A sus lados,
sentados en largas mesas de madera ennegrecidas por el humo, estaban sentados
los jefes guerreros, cada clan, ocupaba una de aquellas sillas con su mejor luchador.
Todos ellos completamente leales a su padre.
El
silencio se instaló en el gran comedor de súbito, cuando Rolo entro a grandes
zancadas. Cruzó la sala jugueteando con el fuego entre sus dedos y se detuvo
frente al trono de madera y hierro en el que un barrigudo rey lo miraba desde
la altura. Podía leer la decepción en su rostro, siempre había podido leer esa
sensación. Le odiaba tanto, como él lo odiaba. Pero hasta ser rey, debía ser
cauto. Su padre no era famoso por su indulgencia, y en el pasado, ya había dado
muchas lecciones desagradables a Rolo delante de sus hombres.
—
¿Y bien? —preguntó el rey con una sonrisa
burlona— ¿Dónde está la ratera?
—
Esa furcia no estaba sola —bajo aquellas
miradas pensó que sería mejor aderezar la realidad—, cuando me adentre en el
bosque sus compinches me asediaron.
—
¿Y cuántos eran? —preguntó el segundo de su
padre. Kholo era un hombre de mediana edad y tantas muescas en su empuñadura
como patas de silla había en esa sala. Sus músculos eran enormes. Su pelo negro
caía rizado por las cicatrices de su cara. Tras su padre, era el guerrero más
respetado por su pueblo. Físicamente competía por parecer un buey más que una
persona.
—
¿Cómo osas dirigirme la palabra?, respeta tú
lugar en un segundo puesto —Rolo escupió al fuego que mandó chispas siseantes al
aire. Kholo tensó la mandíbula, si su padre no estuviese mirándolo, aquel tipo
le arrancaría las tripas a la primera de cambio.
—
¡Silencio!, Relata tú cacería.
—
Padre, la seguía a gran velocidad…
—
No la suficiente —masculló Kholo haciendo reír
a los guerreros a su alrededor.
—
¡Cierra el pico! —bramo el rey.
—
Las flechas empezaron a caer del cielo, debían
de ser cinco o seis, era una trampa, casi me cuesta la vida.
—
Y las botas —los guerreros volvieron a reír y
la dentadura de Kholo brilló llena de satisfacción. Rolo miró a sus pies
descalzos, aquella zorra le había engañado y tras quedarse atrapado en aquel
maldito lodo, solo pudo arrancarse las botas para poder liberarse.
—
¡Kholo, no voy a volver a repetírtelo! —la cara
de Kholo se contrajo al escuchar aquella clara advertencia. Pero el daño ya
estaba echo, una vez más lo había dejado en evidencia delante de sus futuros
lacayos.
—
Lo siento mi rey —la sonrisa de Kholo se volvió
más socarrona.
—
¿Cómo puede el hijo del rey perder las botas en
una cacería? —preguntó su padre escudriñando su cara.
—
Padre, me vi obligado a huir por un lodazal.
—
¿Huir?,
¿Mi hijo?, ¿el correo más rápido del reino? ¡Solo vales para correr maldita
seas!, ¿Qué habré echo yo a los dioses para merecer tal vergüenza?
—
Es cierto, majestad —Durán irrumpió en la sala dejando
entrar una fresca brisa de aire, en aquel salón donde el calor comenzaba a
ascender—. Yo mismo pude verlo, su hijo fue digno, peleó por su vida, pero si
algo tiene, es que es más inteligente que cualquiera de esta sala. Por eso huyó
ante una batalla claramente perdida.
Su
mirada de acero se clavó en Kholo, sus diferencias eran claras, siempre habían
sido como el perro y el gato. Y más acentuadas desde que se dedicara a instruir
al futuro rey, algo que Kholo pensaba que tenía que haber recaído sobre sus
hombros.
—
Eran seis arqueros. Su hijo está vivo de
milagro —sentenció Durán.
—
¿Así que por una vez dice la verdad? — el rey bufó
lleno de contradicciones —. Kholo, manda una patrulla a ese lugar, que rastreen
la zona, quiero saber: ¿de quién se trata?, ¿cuántos eran y donde fueron?
Quiero sus cabezas al amanecer en una lanza frente a esta sala.
—
Así se ara mi rey.
Kholo
salió iracundo de la sala, era evidente que no era de su agrado aquella
empresa. Pero como leal al rey acato la orden y se marchó lanzando miradas mortales
a Rolo y Durán. Ese bastardo iba a descubrir la verdad.
—
Vosotros dos, fuera de mi vista —ordenó el rey
a ambos. Agacharon la cabeza a modo de respeto y salieron del salón.
El
silencio incómodo los llevó hasta el círculo más alejado de aquel lugar. Durán gruñía
algo inteligible, y eso, no traía nunca nada bueno.
—
Coge tus armas —le ordenó a Rolo que lo miró
sorprendido.
—
¿En serio?, ¿de verdad crees que estoy de ánimo
para entrenar?
—
Cierra la puta boca, hoy te voy a convertir en
un hombre. Acabo de mentir a mi rey por ti, como mínimo demuestra respeto y
acata mis órdenes.
—
Pero… —Rolo se quedó bloqueado, era la primera
vez que le ponía en su sitio de verdad, nada de palabrería, sus ojos estaban inyectados
en sangre. Y Rolo era muy consciente, de que sus palabras desagradables no le
iban a sacar de ese embrollo—. Te quiero listo lo antes posible, tenemos mucho
trabajo que hacer. Nos vemos en la Gran Piedra.
Rolo
bufó, como odiaba tener que hacer siempre lo que otros dijeran, ¿De que coño
servía ser el futuro rey si nadie te respetaba? Rolo volvió a mirar a su tutor
y decidió que era mejor guardar su ira para otro momento menos tenso. Mejor callar
y hacer caso. Ya había tenido bastantes derrotas ese día. Y también era
consciente de que, si un día aparecía con su cuello rajado, su padre no lo
lamentaría en absoluto.
Rolo
llegó a la carrera hasta la explanada en el interior del bosque. Era un claro
enorme, su poblado bien podría haber elegido aquel lugar para el asentamiento,
pero según las leyendas, el obelisco que lo coronaba en el mismo centro no
atraía buenos espíritus. Según Durán, una puta gilipollez de los más
supersticiosos. Durán aseguraba que no había buenos o malos espíritus. Solo había
muertos. Nada más. Gente que lo perdía todo en un abrir y cerrar de ojos y
después, nada. Nada de cielos. Nada de vírgenes aguardando la llegada del
guerrero. Oscuridad.
Durán,
según contaban había estado muerto durante dos horas, algún tipo de maleficio y
si alguien sabía lo que significaba estar muerto, sin duda, ese debía de ser
Durán.
El
obelisco debía de medir más de diez metros. Semienterrado en su base y
suspendido hacia un lado. A Rolo le gustaba trepar y subirse en la parte más
alta. Desde allí, podía ver las copas de los árboles. Las lejanas montañas, el
cauce del río en sus zonas más altas. En la base del obelisco se encontraba su
tutor. Durán llevaba puesta su armadura de cuero, Rolo tan solo lo había visto engalanado
así en actos sociales que requiriese llevar puesta la armadura. Era ligera y de
cuero fino. No era ninguna maravilla. Estaba desgastada, con muchos remiendos y
evidentemente, demasiado tiesa por la falta de uso. A sus pies descansaban dos
espadas cortas. De filo mellado, pero bien pulido. Como solía decir Durán en
los entrenamientos: el arma de un guerrero es como su polla, uno puede
maltratarla si es necesario, pero siempre debe estar limpia. También había
una pala diminuta y un macuto del que sobresalía el cabo de una soga. Durán se
movía de un lado al otro evidentemente nervioso.
Cuando
Rolo llegó junto a su maestro, notó un cambio en la actitud. Siempre había sido
un tipo iracundo y malhumorado. Pero la sensación de estar junto a un
depredador no se sentía todos los días. Durán parecía un hombre distinto. Ni
tan siquiera Kholo, era capaz de generar esa tensión a su alrededor.
—
¿Qué vamos a hacer? —le dijo a su maestro
titubeando. Durán agarró sus dos espadas cortas y comenzó a andar en dirección
al bosque.
—
¿Dónde sucedió? —le corto sin contestar, miro
al petate y a la pala para que Rolo cargará con ello, el chico bufó
malhumorado, ¿por qué tenía que cargar él con esas cosas? Se agachó, se
cruzó el petate a la espalda y salieron al trote.
—
A un par de horas del poblado, fue una larga
carrera —masculló enfadado.
—
Eso nos da seis horas de ventaja. Esos
Rastreadores tardarán bastante en encontrar los rastros.
—
¿Esos Rastreadores?, ¿Qué se supone que vamos a
hacer?
—
¿Pero como puedes ser tan gilipollas, acaso en
todo este tiempo no te he enseñado nada?, ¿Qué crees que pasará cuando ese
bastardo de Kholo le diga a tú padre que le hemos mentido?
Rolo
se quedó boqueando, no era capaz de pensar con lógica ni de plantar un pie
delante del otro. ¿Durán le estaba diciendo que iban a matar a los hombres de
su padre?, ¿Qué iban a matar a Kholo? Aquello era una locura, Kholo elegiría
sus cinco mejores hombres. Todos grandes guerreros. Y él, bueno, no era el
mejor espadachín del mundo. Durán lo agarró de la muñeca con fuerza y estiró de
él.
—
Llévame allí, ¡ya!
Acto
seguido reanudaron la carrera dirección Nordeste. Rolo, no sabía si era por el
aura asesina de su maestro, o por el brillo de sus espadas, pero decidió hacer
caso sin réplicas. En sus entrañas sentía que era mejor no contradecir aquella
versión de su maestro.
Para
ser un hombre que pasaba de los cincuenta Durán era un buen corredor. No
tardaron demasiado en llegar hasta el lodazal, donde aún se podían ver las
botas de Rolo clavadas en el barro.
Durán
comenzó a aparecer y desaparecer entre la maleza. Tras unas horas de tenso
nerviosismo por parte de Rolo, Durán volvió a aparecer, agarró el carcaj y el
arco de Rolo y comenzó a lanzar flechas desde distintos puntos. Al acabar, las
botas estaban dentro de un círculo de muerte. Durán emitió un sonido de
satisfacción y le devolvió su arma a Rolo.
—
¿Y ahora que? — le preguntó el chico, el sol ya
comenzaba a caer por el Oeste, el momento crucial estaba por llegar.
—
Ahora recoge una decena de flechas y sígueme.
Rolo
no titubeó, agarró las más fáciles de recoger y las volvió a embolsar en su
carcaj. Durán lo esperaba bajo un enorme árbol. Rolo no sabría decir a qué
especie pertenecía; esos conocimientos eran de gente de campo, pero las ramas
bajas eran anchas y fuertes. Sus hojas se contaban por miles haciendo imposible
ver el tronco a partir de cierta altura.
—
Escóndete ahí arriba, si ves a alguien que no
sea yo, cóselo a flechazos. Nuestras vidas dependen de que no falles chico, y
tú y yo sabemos que eres el mejor de los dos con el arco. No te muevas, no
hables, ni tan siquiera respires. Mata a todos los hombres que veas.
A Rolo
se le hizo un nudo en el estómago, él no había matado nunca a nadie, ni tan
siquiera había tenido una pelea fuera de sus entrenamientos, en los cuales,
ahora podía ver que su maestro, nunca había ido enserio. De ser así, Rolo no
estaría vivo hacia mucho tiempo. La energía que desprendía Durán era
terrorífica. Sus ojos parecían diferentes, o más bien su mirada. Sus
movimientos eran precisos, el depredador ya había creado su trampa y esperaba
que sus inocentes víctimas cayeran en ella. Rolo trepó al árbol con bastante
facilidad y se sentó a horcajadas en una de aquellas gruesas ramas. Desde allí
tenía una visión perfecta del bosque a más de cien metros. Sin duda, era un
lugar privilegiado para su empresa.
Pasadas
varias horas. Rolo comenzó a sentirse incómodo, aquella rama le tenía las
posaderas destrozadas. Algunas otras le molestaban junto a su cabeza,
haciéndole tener la espalda arqueada y los riñones empezaban a quejarse del
dolor. Ya no sabía cómo colocarse para sentir menos dolor en su entrepierna. Si
aquello era por su bien, no lo parecía en absoluto. Encima, Durán hacia ya rato
había desaparecido de su vista.
Tenía
que centrarse.
Comenzó
a recordar todo lo que Durán le había enseñado. Respiró lento y pausado por la
nariz, a los pocos minutos, se encontraba calmado, los dolores empezaron a
remitir. Su mirada del bosque comenzó a ser más selectiva. Sus latidos se
redujeron. El sudor de su frente comenzó a remitir. Agarró una de sus flechas y
la colocó en el arco.
Tras
las montañas comenzó a esconderse el sol, el bosque, bajo sus pies comenzó a
revivir. Pequeños animales comenzaron a desplegarse desde sus madrigueras, si
en lugar de estar allí para matar a sus hombres estuviese para cazar, saldría
de allí con una buena retahíla de piezas. Una desbandada de pájaros le llamó la
atención.
Bajo
unos árboles, a unos cien metros, había uno de los rastreadores. Era un hombre
mayor, lo conocía muy bien, cuando no se dedicaba a darle caza, era un buen
herrero. Un hombre con tres hijas muy pequeñas y una mujer, a todas luces
enferma. Se decía en el poblado que no llegaría al invierno. Un hombre de sonrisa
ancha. De la nada salieron dos brillos, la cabeza del hombre rodó sin emitir
sonido. Algo agarró el cuerpo antes de caer y lo introdujo en unos arbustos.
Solo podía ser Durán. No había titubeado, había segado cinco vidas en un
suspirar. Rolo se prometió que intentaría que aquellas niñas tuviesen una buena
vida. Si es que él, salía de allí con la suya intacta.
A
cincuenta metros a la izquierda, entro en la trampa el siguiente de la lista,
Leo era un chico más o menos de su edad, le caía mal, como casi todos los
chicos del poblado que se creían mejor que él por qué solo ejercía de correo y
no como guerrero, parecían olvidar su sitio, que él, sería Rey y ellos sus
lacayos. No quedaría agravio sin enmendar, de eso estaba seguro.
Leo
seguía una de las pistas falsas que Durán debía haber creado, ya que, en ningún
momento, ni él, ni aquella maldita ratera habían llegado por esa dirección. De
pronto, desapareció. No hubo una despedida, ni un segundo de misericordia.
Durán debía de haberlo trinchado. Por la garganta, algo que le recordaba en todos
sus entrenamientos. Las florituras con las espadas no traen nada bueno hijo.
Corazón, garganta y si tienes posibilidad la mano que sujeta el arma, ahí es donde
debes centrar tus ataques.
Un
grito sordo se escuchó en la espesura y una desbandada de cuervos salieron
lanzados al aire. La sorpresa, se había acabado. Algún desgraciado debía de
haber caído en alguna trampa. A él le había enseñado algunas. Cavar un par de
palmos y colocar estacas en el fondo era de las más usadas por su maestro. El
descuido de pisar en falso y atravesar sus pies con aquellas astillas era una
buena manera de eliminar una amenaza. Después tan solo hay que rematar al
desgraciado que no podría ir a ninguna parte con sus pies destrozados.
Rolo
escuchó un cuerno, el matón y sus hombres, ya estaban alerta, desde ese momento
ya no serían tan fáciles de eliminar. Y su turno estaba a punto de llegar. Apretó
con fuerza su arco. En el estómago se le estaba haciendo un nudo. El sudor
comenzó a resbalar por su espalda y los dolores volvieron a molestarlo. Estaba
perdiendo la concentración y eso no podía permitírselo, cerró los ojos y
respiró lentamente. Sintió el viento meciendo su largo pelo, el bello en los
brazos y las piernas, venía del Norte, en el había… olía a hombre, abrió los
ojos, a diez metros a su derecha estaba Lokho, un capataz de los campos, un
sanguinario, un hombre al que habían sancionado infinidad de veces por
propasarse con los esclavos. Eso teniendo en cuenta que la vida de un esclavo
valía menos que nada. Pero su atrocidad no tenía límites. Si había alguien que
mereciese morir allí, era un tipo como Lokho. Rolo tensó en silencio su arco. Calculó
el recorrido y sin pensarlo, soltó la flecha. Un segundo después, la flecha se clavó
por el lateral del cuello. La punta salió por el otro extremo. Lokho sujeto su
cuello que escupía sangre en todas direcciones. Sus ojos se cruzaron
sorprendidos con los de Rolo, pudo leer su asco, su odio y su vergüenza. Cayó
como un saco y tras varias sacudidas quedó tendido. Su primera víctima. Un
guerrero de renombre, un hombre de su padre… matado con cobardía y sin honor.
Por suerte para su futuro reinado, aquello quedaría entre ellos dos.
Aquel
bastardo había muerto con su mirada puesta en Rolo, cada vez que el arquero
miraba en rededor veía aquellos ojos mirándolo fijamente reprochando su cobarde
manera de actuar. Él era el futuro rey, debía estar en el suelo, erguido y con
sus aceros, no escondido como un niño de mamá en el árbol más alto del bosque. ¿Qué
clase de rey iba a ser?, ¿Cómo podía haber caído tan bajo? Se descolgó por la
rama y de un salto cayó al suelo. Si de verdad Durán quería convertirlo en un
hombre debía actuar como tal. Cruzar sus aceros con aquellos a quien quería
matar. Una hachuela se clavó justo sobre su cabeza en el inmenso tronco. Rolo
pudo sentir el viento y la potencia del arma en su coronilla. Un poco más abajo
y su cabeza estaría en dos partes. Su reinado nunca llegaría y encima sería
recordado como el príncipe traidor. Cargó su arco con una flecha tan rápido
como sus manos temblorosas se lo permitieron. Miró en redondo, no parecía haber
nadie, ni tan siquiera todas aquellas comadrejas que recorrían el bosque. Tal
vez, la había vuelto a cagar. Solo que esta vez, sería la última.
De
entre la maleza salió Maliko, el hermano pequeño de Kholo, un chico cinco o
seis años mayor que Rolo. Era un tipo duro, como su hermano, pero según
contaban, mejor con sus aceros. Rolo siempre había pensado que aquello no era
más que una bravuconada para conseguir a más jovencitas. Pero ahora que veía
como sujetaba aquellas dos hachas, algo le dijo que tal vez hubiese algo de
cierto en todo aquello. Maliko miró al hombre que yacía junto a los pies de
Rolo y escupió asqueado al suelo.
—
Valla, valla, así que ahora te dedicas a matar
a los tuyos —aquellas palabras cayeron como un Pozal de agua en el temple de
Rolo. Saber que era un traidor, era una cosa, que otros lo dijesen
abiertamente, era otra cosa muy distinta— ¡No dices nada!, ¡Principito! —Maliko
masticó aquellas palabras, pero Rolo no sabía que decir. Que fácil era el
sarcasmo y una lengua afilada cuando uno sabía que nadie puede tocarlo por su
estatus, pero allí, en la inmensidad de aquel bosque, no era más que otro hombre
sujetando un arma. Allí no había ni leyes, ni códigos, solo había un hombre
vivo y otro quedaría muerto por siempre—. Pues yo si tengo algo que decirte, hubo
un tiempo en que te admire, tú talante, tú porte, tú… estatus. Pero sabes una
cosa, Principito. Cuando volvamos con tú cabeza, mi hermano decapitará a tú
padre y nosotros gobernaremos a nuestro pueblo. Dos pájaros de un…
Maliko
miró con los ojos como platos las dos puntas de acero que salían de su pecho.
La sangre le manchó rápidamente la ropa. Solo pudo negar con su cabeza y poco a
poco caer de rodillas. Durán, completamente cubierto de sangre y los ojos fuera
de sus órbitas apoyó su bota en la espalda del herido y con un fuerte tirón,
arrancó los aceros que subieron hasta salir por la piel de los hombros dejando
su cuerpo en tres trozos diferentes.
—
¡No! — grito Kholo saliendo de la maleza con la
mirada puesta en los restos de su hermano. Miró a Rolo y después clavó su
mirada en Durán. Rolo sintió un escalofrío cuando las miradas de aquellos titanes
se cruzaron. De pronto voló hacia atrás, Durán le había sacado de la arena de
un simple manotazo en el pecho.
—
Vete de aquí chico, esto es cosa mía— Rugió
Durán sin apartar la mirada de su presa.
—
Corre, corre tanto como puedas Principito,
primero voy a descuartizar a este cabrón y después, te voy a reventar.
Rolo
trastabilló hacia atrás cayendo nuevamente de culo antes de volver a levantarse
y alejarse a la carrera. El pánico le tenía apresada la mente. Corría, corría
sin destino, sin pensar y eso, como solía decirle Durán no era una buena idea.
¿acababa de dejar a su tutor enfrentándose a aquél monstruo? Se paró en seco.
¡De
eso nada!, Gritó.
Se dio
la vuelta y volvió sigiloso sobre sus pasos. No podía abandonar a su tutor. No
así, después de todo lo que había echo por él y que ahora podía entender. Todo
aquel sufrimiento había sido por su bien. Tal vez, ahora hubiese deseado que
sus entrenamientos hubiesen sido mucho más duros.
El
sonido de las espadas resonaba en el bosque, estaba siendo una pelea colosal.
Golpe tras golpe, sin detenerse ni un segundo. Al fin llegó, el duelo estaba
siendo muy justo, ataque, defensa, ataque, defensa. Eran muy buenos, muy, muy
buenos. Sus movimientos eran selectivos y perfectos. Cada uno a su manera.
Kholo con sus dos grandes espadas y Durán con aquellos filos mellados y
brillantes que parecían palillos junto a las de su rival.
Durán
resbaló hacia atrás su tobillo unos centímetros de más tras la última
acometida. La espada de Kholo cayó como un rayo, Durán bloqueo haciendo la
tijera con sus espadas, pero ese diminuto fallo hizo que no pudiese aguantar la
poderosa acometida y cayó de culo al suelo. Kholo soltó una carcajada. Con
aquellas armas tan largas no tenía que hacer demasiado para acabar aquél
combate. Rolo tensó su arco. ¿iba a hacer lo que su instinto le gritaba que no
hiciera?, Apuntó a Kholo y soltó la flecha justo cuando las dos espadas del
matón entraban por las tripas de su tutor. Que profirió un fuerte grito, al
igual que Kholo cuando la flecha se alojó en su pecho desnudo.
—
Te dije que corrieras ratoncito, te voy a
devorar — Kholo sorbió enseñando su blanca dentadura.
Un segundo
después, el gigantón estaba corriendo hacia él, Rolo lanzó otra flecha, que se
alojó en el otro pectoral del matón. Que se detuvo un segundo y sin dejar de
sonreír volvió a la carga. Cuando Kholo ya estaba encima de Rolo, el joven ya
había lanzado dos flechas más. Aquel bastardo debía tener las tripas
destrozadas y aún mantenía aquella cara terrorífica. Kholo levantó sus dos
aceros, sus miradas se cruzaron y cuando el acero cayó, dos puntas aceradas
salieron de sus tripas, se abrieron en sentido contrario y el tronco de Kholo
cayó en diferente dirección que sus piernas. Durán miró a Rolo por primera vez
con orgullo. No había huido. Había seguido su entrenamiento con el arco. Había
vuelto a ayudar a su tutor. Rolo había madurado más en veinte segundos que en
diez años. Durán cerró los ojos y cayó de espaldas. Sus filos rebotaron en el
suelo y su sangre lo regó todo mezclándose a la de Kholo. Todo había terminado,
el futuro rey seguía convida.
Rolo
no podía dejar allí a su maestro, no merecía ser recordado por aquella acción
para salvarle. Lo agarró por los brazos y lo trasportó hasta el río, hasta
muchos kilómetros más abajo, el río bajaba con furia, ruidoso y peligroso.
Volteó el cuerpo de Durán y el agua se lo llevó corriente abajo. Nadie
encontraría su cuerpo jamás. En ese momento tocaba inventarse una buena
historia para que todo aquello cuadrase. La muerte de Kholo y sus secuaces no
le interesaba contarla, el nunca debió estar allí, así que tal vez, la historia
de que Durán había decidido marcharse para no volver comenzó a coger peso. Al
fin y al cabo, todo el mundo sabía lo cansado que estaba de intentar criar a un
niñato como él.
Miro
río abajo donde su maestro iba de golpe en golpe por las puntiagudas piedras
que sobre salían del lecho del río y se despidió, por primera vez de corazón.
Aquel hombre había salvado su vida dos veces en el mismo día. Y su final había
sido la muerte. Nunca lo olvidaría. Nunca.
Me encanta. Es un orgullo leerte.
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