La Gran batalla acto 1⁰ escena 2⁰: El Cabo Tuli



 
La explanada ya estaba preparada, las trampas y artificios enterrados, los socavones, bien hondos, como le gustaban al capitán. Estaba dolorido y tenía tierra y gravilla hasta en su maraña de pelo rubio.
Al dirigirse hacia el interior de la fortaleza admiro la grandeza de las puertas de acero, eran… impresionantes, y aún más alta y sólida el resto de la muralla. Era increíble lo que los hombres podían construir si se lo proponían. Hombres como él, claro.
Si tenía la misma presencia, que el resto de compañías, tenía que ser una visión horrible. ¿Qué pensarían mis palomitas si me viesen en ese estado? Sonrió para sí.
Esperaba sobrevivir para seguir con su maravillosa forma de vida. Sería una pena morir siendo tan guapo, pensó con una sonrisa aún más amplía.

—     ¡Cabo Tuli, maldita sea, cabo Tuli! —la voz del capitán sobresalió de la algarabía, el capitán era un hombre de corte militar, recto, sobrio, serio y con muy, muy malas pulgas, su mostacho, siempre bailante, le daba un toque de aristocrático. Sus ojos, siempre iracundos, se clavaron en el sonriente cabo.

—     Ha sus órdenes mi capitán—gritó cuadrándose.

—     Borra esa puta sonrisa, te necesito aburrido, así estarás más atento, joder. Sube y dile a esa engreída que los zapadores hemos cumplido.

—     ¿A la reina? —en otra situación un comentario como ese, podía terminar con un hombre pendulando de una soga.

—     No, a la tabernera — el capitán dio una bofetada al cabo que se quedó estupefacto. — ¡Te quiero despierto, pedazo de mierda!, Sube hay arriba y dile a esa… a la reina que estamos dentro y que hemos acabado… ¡Ya!

Salió de estampida, subió los peldaños de tres en tres, se cruzó con dos arquetas, las sonrió y ellas se apartaron. No le extrañaba, debía oler a cuadra, o igual se acordaban de cómo había jugado con ellas, seis meses antes y aún le tuviesen algo de rencor. Quién sabe. Las mujeres son tan complicadas, pensó sonriendo mientras hacía una reverencia teatral a una tercera arquera que no conocía y que parecía bastante hermosa. La chica, como es natural sonrió, después escupió y lo miro con desdén. Además de complicadas, les gustaba mucho darle al pico, por lo que podía ver. Si sobrevivía, debería cambiar algunas cosas en su conducta. “La mala fama es como la peste, se extiende muy rápido y suele acabar con el individuo”, o eso decía su amigo de juergas, un noble letrado, pero de paladar barato.
Al llegar al adarve silbó al ver toda aquella parafernalia. Cada almena, con dos arqueros, cada dos arqueros, grandes montones de flechas, hombres a caballo, hogueras con grandes contenderos de aceite hirviendo. Un grupo de refinadas armaduras, que valían una vida entera de trabajo, le llamó la atención, sin duda, una reina luciría una armadura de ese esplendor.
Corrió y una lanza, en el gaznate le hizo frenarse en seco. La mujer en cuestión de pelo cortado a lo chico, tenía fuego en los ojos y era realmente hermosa, eso si te gustaban las mujeres más fuertes que tú y con más pelotas.

—     Tengo nuevas para la reina— dijo orgulloso, he intentando parecer menos asustado.

—     ¿Tú?,¿Me tomas el pelo? —con un rápido movimiento, cabio la punta de la lanza por la parte contraria y le empujó, golpeándole en el pecho.

—     Tranquila Gala, es uno de nuestros Zapadores—explico el General apartando la lanza. Tuli trago saliva. Ese hombre era una leyenda.

—     Mi señor, el capitán avisa de que nuestro trabajo está terminado, las puertas se están sellando.

—     Muy bien, yo se lo diré a la reina— dijo el General.

Nunca hubiese reconocido, que decirle algo a la reina, en persona, le hiciese ninguna ilusión, pero en ese momento sintió una pequeña punzada, sobre todo en el ego. No sólo no conocían al famoso cabo Tuli, que, además, no le permitían sonreír a la mujer más influyente del reino. Que desperdicio de oportunidad.
Se cuadró, y volvió a bajar las escaleras, dedicó su tiempo, puesto que sus compañeros ya habían empezado a montar las empalizadas secundarias por si las puertas caían y crear un embudo defensivo. Y puesto que nadie lo observaba podía pavonearse un rato mientras los demás se clavaban esas putas astillas…

—     ¡Maldito sea Cabo Tuli!, ¡¿Qué coño cree que hace?!

—     Una rampa, mi capitán—decía mientras simulaba cara de dolor.

—     ¡Si tengo que subir a por usted, deseara morir en este día, maldito malnacido!

—     Ya… ya está, era solo…

Antes de que el capitán llegará a su lado, el cabo agarró un puntal de madera y salió a la carrera junto a sus compañeros. Antes de llegar, el dolor en el dedo índice, le advertía de su primera astilla.
Sobre sus cabezas, tenían aquéllos majestuosos Glifos, y a los lanceros más laureados del ejército. Algún día quería ser uno de esos héroes. Pero siendo un puto zapador lo tenía jodido. Si sobrevivía, pediría un cambio de destino, algo más acorde con él, a caballería o la Guardia real. Eso sería un gran avance, sin duda él lo merecía.
Aunque pensándolo bien, ¿para qué quería jugarse la vida?, ¿Valía la pena?. Un zapador pocas veces entraba en combate, su misión era otra, más dura, pero con un índice de supervivencia, mucho más alto. Eso, si no volabas por los aires con aquellos nuevos inventos de los magos del sur.
Una fuerte explosión, silencio toda la fortaleza, seguida de otra y otra. La batalla había comenzado. Sus trampas estaban estallando. Un trabajo bien hecho, si señor.
 

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