Tras el susto inicial, al ver a aquellas bestias lanzarse al ataque, vino la euforia al ver las huestes aliadas. Tuli y sus hombres, seguían manteniendo el baluarte Este, con arcos y flechas, repelían a los licántropos que intentaban trepar la muralla.
Tuli admiraba el valor de aquellos hombres y mujeres que luchaban, cuerpo a cuerpo, contra aquellos monstruos. Aún siendo unos guerreros de gran alzada, le llegaban a cada licántropo a la altura del pecho; eso en el mejor de los casos.
La lucha estaba siendo atroz, los hombres morían desmembrados al igual que sus rivales. La tierra se convertía, en segundos, en un lodazal de arena y sangre. Tenían que ayudar, no podían dejar que aquellos valientes muriesen solos.
Pero y si….
— Damián, tengo una idea, ve con veinte hombres, trae más perlas de fuego.
— A sus órdenes mi cabo— le contesto respetuoso su amigo, nadie le había hablado en nunca como el protocolo estimaba. Al fin y al cabo, él era un mando.
Los hombres salieron a la carrera. Tuli comenzó a arrancar cada hilo o cuerda que veía alrededor, las banderas, pendones y estandartes, volaban sobre su cabeza. Sus hombres al ver y entender que quería hacer, le ayudaron en aquella locura.
El tiempo pasaba y los licántropos continuaban asediando las huestes aliadas.Damián y el resto de zapadores llegaron con cajas llenas, de aquellas peligrosas perlas.
— Quiero veinte hombres, de manos delicadas atando las perlas a nuestras flechas. El resto lanzarlas tan lejos como podáis. Nuestro enemigo no debe recibir más refuerzos, ¿Entendido?
Sus hombres asintieron y los más veteranos, se pusieron manos a la obra, los arqueros, comenzaron a lanzar aquellas perlas tan lejos como sus arcos le permitían.
— Damián, reparte por toda la muralla cajas de fuego de dragón. Que nuestros hombres se repartan para preparar las flechas. Necesito que corráis.
— A sus órdenes mi cabo — dijo sonriente el chico. Incluso parecía haber cierto orgullo en su voz.
Las explosiones no tardaron en llegar. Los licántropos, aturdidos, se paralizaba, sus manadas estaban siendo barridas con aquellas explosiones. Momento en que los guerreros de Las Primeras Espadas aprovecharon al máximo.
Con el tiempo, de otras almenas, salían flechas explosivas. La idea de Tuli podía cambiar la balanza.Un joven soldado llegó a la carrera. Era un mensajero de batalla.
— ¿Quién está al mando?— Yo — Tuli corrió hasta él.
— Pero… tú… eres un cabo.
— No me jodas, ¿qué coño tienes que decirme?
— La reina os da las gracias por tan hábil estrategia.
— La reina— Tuli silbó, esa sí que era buena.
— ¿Desea que lleve respuesta?
— Dile que es un honor para mí.
— Eso ya lo sabe, idiota — sentenció el mensajero antes de salir corriendo.
Ya no hay respeto por los mayores, se dijo.
Aunque era solo uno o dos años mayor que el joven que se perdía entre los hombres.
Admiró su obra, agarrando una almena con su mano, como si fuese de su propiedad. Siempre había sabido que llegaría a ser un héroe, pero nunca pensó que sería ese mismo día. Cantarían canciones de él, de su brillante cabeza para la guerra. De su valor, y por supuesto, de su belleza. Esculpirían grandes estatuas en su honor. Un gruñido sonó tan cerca, que los pelos de la nuca se le erizaron.
Bajó la vista y justo, bajo él, una enorme cabeza de lobo lo miraba con sus fauces abiertas y escupiendo saliva. Tuli cayó de espaldas.
Estaban arriba. El miedo le paralizó.
— ¡Licántropo! — consiguió decir.
El Licántropo salto en medio de los arqueros, sus garras destrozaban todo a su paso. Los hombres, nada podían hacer contra aquella bestia. Tuli vio a un chico, con su arco cargado. Si lanzaba esa flecha mataría al ser, pero también al resto de hombres y mujeres en el baluarte.
— ¡No lo hagas!
El chico, que no pareció escucharlo, tenso su arma. Un segundo después, el chico volaba por el aire y otro licántropo aparecía por su almena lanzando a otro joven por encima de su hombro. La explosión que produjo el joven, lanzó a todos por los suelos.
La lucha, lanza contra garra fue dura, los hombres mostraron una entereza inusitada, al no poder matar a sus enemigos, los empujaron muralla abajo, dejándolos muertos tras aquella inmensa caída. Pero no, sin antes, que arrebataran la vida a muchos hombres. Hombres valientes, y todo por qué él, había estado fantaseando, como siempre; en lugar de vigilar su puesto.
Quítate la puta caraja, chico, escuchó en su mente al capitán.
Agarró su lanza y volvió a observar lo que sucedía abajo. En ese lado, Las Primeras Espadas tenían serios problemas. La lluvia de flechas retrasaba al enemigo, pero, ¿Durante cuánto tiempo?, necesitaba descubrir cuál debía ser el siguiente paso.
Él, podía sacarse otro truco de la manga, el Capitán, les había dado muchas lecciones, en alguna debía estar solución. Ojalá tuviesen allí aquél librito donde el Capitán apuntaba cosas que intentaba meterle en cabeza.
Piensa Zapador, piensa.
¡Bom!, Resonó sobre el adarve y un gran fogonazo ascendió hasta los cielos.
Mierda…
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