La Gran Batalla: acto 2 escena 5 Viejo desconfiado


Que silencio hay aquí, jamás imaginé que esto pudiese llegar a ser real, ¿volverán a ser como antes?, ¿volverán a juntarse grupitos para jugar a las cartas, a los dados?, ¿volveremos a cantar canciones alegres tras un día duro de trabajo? No lo creo… casi todos, están muertos.

Tuli llegó hasta el despacho del Capitán, allí albergó el recuerdo de aquel gran hombre muriendo entre sus brazos. Aquella mirada, cuando le salvó la vida. Todas las collejas que le había dado y cuánta razón tenía. Ahora entendía, por qué, tanto temor a otra batalla, a que los hombres estuviesen lo mejor preparados posibles. Cómo había confiado en última instancia el mando de zapadores en él. Que orgulloso se sentía por ello.

Ojalá hubieses estado para ver mi idea… aunque por mi culpa, por culpa de esa magnífica idea, la muralla ha caído y muchos de mis hombres han muerto. Pero te juro que voy a ser mejor soldado. 

Abrió el primer cajón del escritorio y rebusco en el interior. Abrió el segundo y después el tercero, busco en las estanterías, incluso bajo los almohadones de un viejo sillón donde el capitán solía dormir a medio día.Puso patas arriba aquel lugar y allí, no encontró aquel cuaderno.

Dónde coño lo metiste viejo desconfiado…

¿Está?... En tu cadáver. 

No me jodas capitán.

¿Qué hacía?, ¿Volvía con las manos vacías?, o, ¿subiendo allí arriba y redimíendo su gran cagada? El cabo comenzó a dar vueltas por el despacho. Siempre había querido ser un héroe y subir allí arriba y rescatar ese cuaderno podía estar cerca de ese título. Pero también sabía que era un cobarde, y subir allí solo, era prácticamente una acción suicida.

Joder que puta mierda. 

Pateó el sillón.El cabo salió a la carrera, cuanto más lo pensara, más difícil sería hacer aquello.

Deja de pensar, deja de pensar.

Corrió calles y vías, aquellos barrios estaba desiertos, salvo por algunos vigías sobre los tejados por si era necesario movilizar las tropas y pequeños grupos de arqueros; seguramente los que tuviesen peores heridas, pero aún capaces de llevarse algún monstruo por delante. No se cruzó con nadie, por los adoquines de la ciudad. Falto de fuerzas, llegó al pie del baluarte Este. 

Miro escalera arriba. Lo que nunca le había parecido, nada más, que un pequeño esfuerzo. Se convirtió en una verdadera agonía. Estaba exhausto. Si no fuese por los nervios de la batalla, su cuerpo se abría caído al suelo agotado. Los últimos tramos, las piernas le quemaban, las manos, que usaba para impulsarse, estaban doloridas. 

Ascendió hasta el último peldaño y asomó la cabeza, para ver qué se cocía allí. El adarve estaba sembrado de cuerpos, banderas y estandartes ensangrentados. Las almenas, dibujaban líneas de sangre salpicadas, el baluarte estaba muerto, silencioso, como si de otra época más oscura se tratara o de una de sus pesadillas nocturnas, los cuerpos por el suelo, esos cuerpos que antes habían sido sus amigos, sus compañeros, sus hermanos.

Un bulto en especial, llamo su atención, el cuerpo inerte del capitán seguía allí tirado. Con las tripas por el suelo. Agudizó su oído. Toda la batalla se escuchaba al Oeste, allí el silencio era casi sepulcral. Estiró el cuello y miro más lejos para asegurarse. Pero la forma de media luna de la muralla lo dejaba rápidamente sin visión.

Esto es rápido, corro, lo registro, consigo el cuaderno y vuelvo aquí a toda leche.

Uno, dos y tres.

Tuli salió a la carrera con sus últimas fuerzas. Resbalo sobre la sangre que manchaba los adoquines y se colocó junto al cadáver. Registro tan rápido como pudo el cuerpo y en la parte trasera del pantalón, saco el famoso cuaderno.

¡Lo tengo!, gritó alegré. El sonido retumbó más de lo que hubiese deseado cualquiera.

El sonido de unas garras arañando la roca resonó muy cerca, tras las almenas. Tuli, ya había escuchado ese sonido con anterioridad. Un licántropo estaba escalando. Miró sus ropas, a jironadas y embadurnadas de sangre. No tenía tiempo de correr, lo oía muy cerca.

Mierda Tuli, esta ha sido una idea de mierda, la voz del capitán sonó en su cabeza. Casi pudo sentir el pescozón. En ese momento, necesitaba uno y bien fuerte.

Tuli sé tiró junto al cadáver haciéndose pasar por un muerto más. El sonido de algo pesado, cayendo al suelo, casi le hace gritar de miedo. Los pasos se movían lentos. Podía escucharlo olisquear el aire. Cómo se movía de lado a lado. El ojo comenzó a picarle de manera tormentosa. La respiración contenida le hacía arder el pecho tras el esfuerzo. El Licántropo se acercó y lo rozo con una de sus patas, el pánico comenzó a crecer en su interior. Sintió como aquel ser olía su cuerpo, como la saliva, resbalaba de la boca del monstruo por toda su cara y cuello. Podía sentir el calor de su respiración. Cómo lo zarandeaba con su hocico. 
Un gritó vino dirección al matacán, a menos de treinta yardas. Parecía que un hombre había recuperado la consciencia y gritaba de manera desgarradora. 

El Licántropo salió a la carrera y Tuli abrió un ojo. Aquel desgraciado había perdido las dos piernas en algún ataque anterior. Y el ser, lo devoró lentamente. 

Tuli aprovecho ese momento para comenzar a reptar mientras vigilaba al hombre lobo. Aquel hombre estaba sufriendo una carnicería. Le había descuajado los brazos y en ese momento, devoraba sus entrañas. El hombre gritaba, lloraba, gritaba un nombre de mujer, seguramente su madre. 

Eso lo había escuchado en viejas historias que contaba el capitán. Los hombres en momentos como esos, no llaman a sus esposas o prometidas, ni a sus hijas. Llaman a su madre, el instinto más primario de cualquier animal. Aquella que cuando más indefenso era, lo protegía junto a su pecho, para que el latido de su corazón lo calmara al igual que sucedía en el vientre materno.

El casco de un soldado rodó. 

Tuli le había golpeado con el codo sin querer. El hombre lobo alzó la cabeza. Y sus ojos se cruzaron con los del cabo. Tuli parpadeo y el Hombre lobo, salto había él, y comenzó a correr. 

Tuli salió a los tramos de escaleras, a todo lo que le daban las piernas. En total, doce descansillos descendientes en zigzag. Los escalones resbalaban bajos sus botas desgastadas. Su respiración no era mucho más relajada. El cansancio, de nuevo se había evaporado. Volaba escalones, algunos de tres en tres, otros de cinco en cinco. El ser le seguía, golpeándose contra los muretes de la escalera. No tardaría en darle caza. Quiso chillar de pánico, pero por primera vez en su vida de adulto, decidió morderse la lengua, que un hombro lobo te devorará era una verdadera putada. Pero que una manada, jugará contigo a desmembrarte y devorarte, parecía, en ese momento, una muerte más cruel.

Una sombra pasó sobre su cabeza. El Licántropo, había saltado dos tramos y ahora se encontraba recuperándose de la caída dos descansillos más abajo, seguir bajando ya no era una opción. Opciones, que se iban diluyendo como el agua en un charco bajo la tormenta.

Sin armas, sin aliento y son nadie a quien recurrir. El Licántropo, en un santiamén se plantó cara él. 

Y aquí se acaba mi vida. Solo.

El hombre lobo le golpeó, y salió disparado contra uno de los muretes. Lo agarro de las piernas y lo lanzó, como a un muñeco de trapo, escaleras abajo. Tuli no sentía dolor. El miedo era más poderoso en ese momento.

No quiero morir, joder. No quiero morir, ¡así no joder!¡Madre, no quiero morir!

El peso del monstruo oprimió su pecho, ahora le arrancaría los brazos, las piernas, y aún con vida, devoraría sus intestinos y su corazón. Un fuerte calor descendió por su pernera. 

Así que esto es morir. Cerró los ojos llorosos, recordando a sus amigos, a su capitán, a todas esas mujeres con las que había jugado cruelmente. En su padre. En su madre.

Cuando las garras del monstruo aferraron su brazo y el cabo comenzó a notar como sus ligamentos se desquebrajan, generándole un dolor sin precedentes; él ser lo soltó y escucho como caía a peso a su lado. 

Tuli abrió los ojos. Se secó las lágrimas y observo como aquel ser yacía muerto a su lado. Su espalda, más bien parecía la de un cuerpo espín. Las flechas lo habían cosido. 

En los tejados más cercanos, muy por debajo de él, los arqueros jaleaban por su gran acción. Le había salvado la vida. 

¡Ostia puta, estoy… estoy vivo! ¡Gracias!, ¡os debo una ronda en la taberna!, algo muy habitual entre los soldados. 

Se levantó y el brazo lo tenía pegado a su flanco izquierdo. No estaba arrancado, pero los músculos habían sufrido un fuerte daño. Tal vez, jamás recuperase la movilidad.

Tuli siguió renqueando escaleras abajo. Tenía que llegar hasta el baluarte Oeste. Llevar a sus hombres aquel valioso cuadernillo.

Del adarve, asomaron varias cabezas lobunas. 

¡Me cago en mi puta vida!, escupió Tuli, corriendo otra vez escaleras abajo. Sobre su cabeza los escuchaba correr. Gruñir, zarpear las rocas con sus afiladas garras.

¡Está vez no me vais a pillar!

Las flechas volaban sobre su cabeza. Salto el último tramo de escaleras. Rodó por el suelo y cayó sobre el brazo malherido, el dolor, está vez lo sintió bien fuerte. Gritó, se levantó y dolorido e iracundo, enfiló la calle dirección sur, mientras intentaba que su brazo muerto no se moviera demasiado.

Corría por su vida, y por la vida de todos. Los arqueros no cesaban en su empeño. Pero el dar a un ser así, en movimiento, debía hacerse muy complicado.

Los tenía pisándole los talones, eran tres, y de los grandes. 

¡Puta mierda!

De una esquina apareció un niño de no más de diez años. En la mano portaba una botella de licor. Otro mozalbete apareció con una antorcha, prendieron fuego una pequeña gasa que asomaba del cuello de la botella; lanzaron por encima de su cabeza. 

Tras él una fuerte explosión le aventó hacia adelante. Se giró, y los tres licántropos, envueltos en llamas aullaban de dolor. Los arqueros abatieron a aquellos hijos de puta fácilmente.

Los niños saltaron entusiasmados y riendo. En sus caras llenas de polvo y sangre se dibujó la sonrisa del triunfo.

¡Ostia puta os debo la vida!

Tuli no tenía tiempo de pararse para abrazar a aquellos niños, tenía que seguir, ya había perdido demasiado tiempo. Aquel cuaderno debía de llegar al General. Él sabría que tenían que hacer con aquella información.

Las calles desiertas comenzaron a cambiar. Pequeños grupos de soldados y zapadores comenzaban a plagar, calle por calle, de empalizadas y trampas. 

Aquella lucha iba a ser realmente dura.

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