La Gran Batalla acto 1⁰ escena 5⁰: Tú eres el único capaz



— Y este es el último poste.

Dijo el cabo Tuli golpeando feliz la madera. Por fin habían acabado. El capitán, con un soldado, tan joven, que no podría ni soportar el peso de una espada en su mano se acercaban. Con un cazo, fue dando agua a los zapadores, dándoles la enhorabuena, obligándoles a sentarse en el suelo para recuperar el resuello de tres días y tres noches de trabajo, bien echo, pero agotador. El cabo, que siempre pensaba que por alguna razón, aquel hombre le tenía manía, o tal vez envidia, esperaba el último para poder refrescar su gaznate. Cada vez que tragaba saliva, notaba crujir la tierra y el serrín en su boca. Se encontraba mareado, y cada segundo que aquel hombre postergaba su llegada, la agonía iba in Crescendo, el cabo se agarró la garganta.

Dos hombres más y podría beber a placer, imaginaba caer aquel agua fresca por su gaznate. La sensación de gloria, que arrastraba el beber después de una obra tan colosal.

El penúltimo chico bebió dos cazos. Tuli estaba que saltaba, ¿Cómo podía ser él siempre el último?, ¿Qué agravio había entre el capitán y él?Cuando la carretilla gruñó por el peso del barril, Tuli sonrió, era su turno y además, ahora que el capitán estaba de buen humor, le preguntaría qué demonios le había hecho, él, para ser tratado siempre de una manera tan excluyente.

Un soldado a la carrera, detuvo el pequeño convoy. Grito algo y la sonrisa del capitán se disipó, negó con la cabeza repetidas veces, miro iracundo a las almenas y después, con una caída significativa de hombros, asintió al soldado que volvió a salir corriendo subiendo las escaleras. 

— ¡Zapadores — Gritó el capitán — la batalla nos reclama en el flanco Oeste!, ¡Os quiero ver correr a todos, ya!

En aquel “Ya” iba implícita una mirada directa al cabo Tuli. Los hombres, sin queja alguna, salieron de estampida sin guardar ningún orden. Tuli se quedó mirando al capitán.

— ¿Qué coño quieres Cabo?

— Agua, mi… mi señor

— Ostia puta, Tuli, acaso no te vas a convertir nunca en un hombre de verdad, pierde el culo o te llevaré yo mismo a patadas en los huevos.

El cazo cayó del barril, derramando un charquito de aquella agua tan fresca. Tuli trago saliva y salió a la carrera, maldiciendo a todos los dioses.

Pero tal vez si…

Al girar una de las esquinas de la torre de la muralla, salto escondiéndose tras unas balas de paja. El capitán resoplando, y cojeando, paso de largo. Tuli salió de su escondite y volvió sobre sus pasos. Llegó hasta el joven soldado que lo miró con muy mala cara y el cabo, sin recato alguno, metió la cabeza en el barril. Con una fuerte tos, y una sonrisa de victoria en su cara, despeino al aguador; y volvió a correr a su destino, esta vez, con la garganta bien fresca.

Por suerte, su juventud era una virtud a tener en cuenta. Esquivo las miradas del capitán y aun así, llegó a tiempo antes de que el hombre se diese cuenta.

Los Zapadores comenzaron a ascender al baluarte oeste. El cielo era una mancha oscura. Las flechas y los seres alados, reinaban en el cielo. Un armero, proporciono, a cada hombre una lanza. Al recoger la suya, el cabo Tuli se imaginó sobre un glifo, salvando la batalla, matando a aquellos malnacidos de dos en dos.

Pero la realidad era otra. Justo el soldado, que estaba a su lado, desapareció, el cabo miró al cielo y lo vio, alzado por uno de esos seres. Cuando ya solo eran un punto en el cielo, el engendro lo soltó; el chico que agitaba los brazos y gritaba al caer. Quedó, Descoyuntado. Sus ojos abiertos eran una visión terrible; que Tuli pensó, jamás olvidaría. 

El miedo le invadió.Sus rodillas castañeaban. Sus manos perdían fuerza, su pecho le oprimía. Un collejon lo trajo de vuelta del pozo en el que se hundía su valor. El Capitán le guío con la vista y los dos se unieron a sus compañeros.

Y creer que había soñado con ser un jinete de alado, si ahora con los pies en tierra y protegido por cien hombres no podía mantener el equilibrio. Los engendros alados caían en picado, con sus gritos aterradores, con sus afiladas garras. Unos morían, otros en cambio, se llevaban un hombre a las alturas. La sensación, de que el siguiente podía ser él, le paralizaba. 

¿Era un cobarde después de todo?

De eso nada, se recordó hinchando el pecho.

Alzó su lanza y atacó con todo su coraje. Las lanzas a su alrededor parecieron recobrar sus fuerzas. Miró al capitán que sonrió orgulloso.

¿A mí?, dudó.

Un segundo después. Tras el capitán, uno de esos seres consiguió tomar suelo. Parecía ser el único en darse cuenta, aparte del capitán que comenzó una salvaje lucha contra aquel ser. Su sable, lanzaba aquella asquerosa sangre negruzca por los aires, el monstruo reculaba, aquel hombre era… un grandísimo espadachín.

Tuli, corrió hacia él, tenía que ayudar a su capitán. Aquel ser parecía no sentir dolor, sus rugidos eran atronadores. Tuli salto para tomar más impulso y clavó su lanza en aquel monstruo. Con un fuerte manotazo, el alado se arrancó el asta, lanzado la lanza y a Tuli por el aire contra el parapeto. El ser iracundo se alzó sobre él, su sombra y su aguijón de escorpión se cernían sobre su cabeza.

El ser sé giro con un rugido de dolor. El capitán, de un certero tajo, había amputado la cola del ser. Los ojos de los dos hombres se cruzaron. Tuli no vio ni pizca de odio en su oficial. Una de las garras del ser, atravesó el estómago del hombre, lo alzó y lo lanzó contra el parapeto opuesto. 

Tuli grito de rabia, de oído, lanzó su estocada por la espalda del ser y atravesó de atrás a adelante con su asta. Esquivo varios ataques peligrosos y otra lanza dejo al ser revolviéndose por el suelo. 

Al otro lado, el capitán arrodillado, había lanzado una lanza. Después se desplomó contra el adarve. Tuli corrió, se arrodilló y levantó a su capitán entre sus brazos. El hombre se moría, sus vísceras manchaban los adoquines. Tuli intento sujetar sus menudillos y una mano firme le golpeó en el rostro. Era el capitán.

— Maldito gilipollas, yo ya estoy muerto, dirige a tus hombres, tú eres el único capaz. Pero quítate esa…, esa…

— Caraja mi señor, esa caraja— dijo Tuli llorando mientras el hombre emitía su último estertor.

Depósito el cadáver en el adarve y agarró el sable de su capitán. Sobre las almenas se posaron una veintena de aquellos seres. Los hombres, atemorizados, reculaban. Tuli alzó el sable, grito y salió al ataque. Sus hombres, más que sorprendidos le siguieron.

— ¡Por el cuerpo de Zapadores, por el Capitán!

Chilló enarbolando el arma. Sabía que muchos morirían en aquel ataque. Pero aquello era una guerra. Y había que ganar por él, por su capitán, por el padre que muchos no habían tenido nunca.

El valor ardía en su estómago, ascendía por su pecho y hervía en su boca. Los seres, esperando el ataque alzaron sus aguijones. Una fuerte explosión hizo caer a los hombres al suelo. Mientras intentaban alzarse para continuar. Una gran luz los cegó, el adarve crujió, las armas cayeron al suelo, los hombres rodaron por los adoquines y después… silencio.

El cabo, frotándose los ojos miró a las almenas, estaban vacías. El cielo, libre de engendros. El sonido de los muertos a los pies de la muralla, silenciados. 

¿Pero qué coño ha pasado?, Se dijo desorientado.

Las cornetas sonaron dando la victoria.

No sé cómo, pero hemos ganado, se dijo a sí mismo.

Los soldados se levantaron, se abrazaban unos a otros, otros lloraban, otros, miraban al cielo tumbado aún sobre los adoquines. Tuli miró en redondo.

¿Qué celebramos, han muerto miles de hombres?, La rabia crecía en él. Y de pronto todas las fuerzas lo abandonaron. Sus ojos se clavaron en el bulto que hacía unos minutos había sido su capitán. Se acuclilló junto a él y cerró sus ojos. En medio de la algarabía. Los tambores enemigos resonaron nuevamente. 

Joder esto no ha acabado.

— ¡Zapadores, recuperar vuestras armas, malditos estúpidos! — rugió el cabo. Sin un solo reproche, los hombres se alinearon en rededor del cabo.

Comentarios