Mala muerte 1 Problemas


Desde el tejado podía ver a mi contrato. Un hombre corpulento, de alta cuna y baja moral. Lo más seguro que algún rival en los negocios, me había servido de mecenas.

A mí, poco me importaba el por qué, sino más bien, el cuánto. Si tienes oro, yo tengo acero, así de sencillo.

El hombre brindaba con una amplia copa de cristal a rebosar vino tinto, la fulana, ocupada en la felación, tenía el cuerpo lleno de verdugones. Sin duda una de esas desgraciadas, enganchadas a las malditas drogas. O algún tipo de esclava sexual. Eso ponía este asunto en conflicto.

Si mataba al gordinflón y la chica desaparecía, tendría toda una mafia tras de mí. Si mataba a los dos, me veía en la misma situación. Saqué de mi fajín el reloj de cadena y marcaba las doce, media noche. Mi contrato especificaba, que antes del amanecer, ese bastardo estaría tan frío como el mármol de su lápida.

Descendí por una bajante de metal, hasta la calle secundaria entre ambos edificios. Trepe por la bajante del edificio opuesto y ascendí hasta el tejado. El hostal, donde ese malnacido había tomado el piso superior, era, en apariencia, un lugar respetado. Pero en las partes superiores, fuera de los ojos ajenos, se servían cualquier tipo de placer o estímulo, siempre y cuando tu cuenta bancaria fuese tan importante como tus contactos.

No era la primera vez que me colaba en aquel edificio, ni tampoco voy a negar, que alguna vez había entrado por la puerta principal.

Eso sí, yo solo contrato lo mejor.

Pero he hay, el siguiente de mis problemas. Si alguien me reconocía, mi identidad, podía ser revelada, algo poco prodúcete para mi oficio… y para la exigua vida del desgraciado.

Me asomé a la calle principal, para asegurarme que nadie me había visto trepar. Sobre los adoquines, un carruaje pasaba a toda velocidad. Las farolas de gas evidenciaban que las calles estaban vacías. Podía proseguir con mi trabajo.

Desde la claraboya, podía ver la escena desde otro punto de vista. La joven tenía una fina cadena atada al cuello, un problema menos. La música de un gramófono sonaba lo suficiente alto para llevar a cabo mi plan principal.

Saqué mi corta cristales y marqué un círculo perfecto con la punta de diamante. Lo extraje con sumo cuidado, introduje por él un potente somnífero, que cayó, en pequeñas gotitas, sobre la cama. Donde tanto vino y otras sustancias lo hacían totalmente invisible.

Mire mi reloj, las doce y diez. En mi última prueba, tardo cinco minutos más en hacer efecto. Me senté, saqué mi taleguilla de tabaco y lie un fino cigarrillo. Me relajaba. Tras disfrutar de las estrellas y las dos lunas menguantes, y de aquel carísimo tabaco, volví a mis negocios. 

Ambos cuerpos yacían uno encima del otro, teniendo una amplia desventaja, la joven que estaba abajo. Metí la mano, abrí el pasador y dejé airear unos cuantos minutos la habitación. No sería buena idea, que se uniese otro cuerpo más, encima de aquella famélica ramera.

Até mi fina soga a la chimenea y descendí hasta la habitación, el olor era nauseabundo. El trasero de aquel bastardo era, aún, más nauseabundo que el olor. Saqué mi daga y rebané el cuello del verraco. La sangre comenzó a caer sobre la chica, empuje al puerco a un lado, y la joven soltó una fuerte sacudida al recobrar el aliento. La joven tenía quemaduras por la piel, cicatrices de laceraciones y una evidente desnutrición. Sus ojos bordeados por unos amplios moretones, resaltaban de su desmesurado maquillaje. Su labio inferior estaba partido en dos.

Ese hijo de puta, no había pagado a una simple ramera.

Pensaba que eran habladurías, pero esas jóvenes no eran únicamente esclavas sexuales. Hombres como este, podían pagar para llegar aún más lejos. Por una buena suma de oro. Su vida quedaba en sus manos. A su merced. Y pasase lo que pasase en aquella habitación, el Hostal se encargaba de limpiarlo todo.

Tal vez, no fuese tan buena idea regresar como cliente. Aquello era una atrocidad. No solo por qué matasen a la chica. Al fin y al cabo, soy un asesino. Si no por las torturas a las que un hombre enfermo puede llegar a imaginar. Por suerte para esta. Yo había llegado a tiempo. O todo lo a tiempo que puede llegar uno, cuando al que golpean es a otro. Esta noche viviría, para su desgracia, tan solo iba a hacer más rico a su vendedor, quedando con vida para otro cliente.

El trabajo estaba hecho, el cabrón muerto y yo, ascendiendo por mi cuerda.

— ¡Espera! — dijo una voz femenina muy débil.

Sabía que tenía que seguir subiendo, por lo que yo sabía, no había visto más que mi culo. Y ese, es bastante común. Subí otra brazada y la chica volvió a suplicar, me la ayudase. El trabajo estaba hecho, únicamente tenía que salir de allí, mi vida ya tenía bastantes problemas como para sumar uno, y de los gordos. Di otra brazada.

— No… por favor…

Maldije, la voz era débil y joven… bajo todo aquel maquillaje, debía de haber una joven de no más de doce o trece años. Me sentí sucio, una escoria que escapaba, dejando a una niña allí, junto a un gordo y un gran charco de sangre. Y todo, ¿para qué?, a la noche siguiente, alguien remataría el trabajo.

— Joder — maldije.

Hice lo que nunca se debe hacer en uno de esos casos y miré a la joven...

— Joder, joder, joder —en sus ojos pude leer otra súplica, todo el dolor que había padecido, todo su miedo.

Bajé, rompí el cabezal de la cama y solté la cadena, ayude a la joven a sujetarse a mi espalda y la ceñí a mí con otra pequeña soga, no serviría de mucho si la chica se desmallaba y caía al vacío. 

Con un gran esfuerzo subí y replegué la soga, la lancé por la fachada trasera y descendí. La chica era más ligera y menuda de lo que hubiese imaginado a simple vista. No parecía más pesada que algunos de mis petates más pesados. Me interne en las sombras y la lleve a mi mansión. Donde el servicio, era mi más leal compañía.

En la parte trasera, el bosque me permitía entrar y salir sin demasiados problemas. Una rejilla falsa de desagüe, me hacía de poterna. Y junto a una pequeña fuente, accionando uno de los rodillos del jardín, se activaba una pequeña puerta oculta por la hojarasca. Al entrar, estiraba de la soga y el sistema de poleas, volvía a su posición estática. Dejando sellada la entrada.

Tras cruzar el corredor de acceso, llegué a la puerta oculta de la bodega, por este lado, un simple cordel hacía que las poleas moviesen la pesada estantería repleta de vinos.

La mansión estaba en silencio, por la noche, el servicio de los asesinos, dormía como cualquier servicio. Así que fui hasta la habitación de invitados y tumbé allí a la joven. Estaba dormida o tal vez inconsciente. 

Bajé a la cocina y como cada noche que trabaja la cocinera me había dejado un buen bol de caldo y tostones. Lo subí a la habitación y lo dejé junto a la cama. En cuanto aquel aroma entro por las fosas nasales de la joven, abrió los ojos, se levantó doblándose por la mitad y me miró a mí, la habitación y el bol. Pensé que me preguntaría algo de donde la había llevado. Pero ella prefirió darse un buen trago de caldo. La cuchara quedó limpia en su lugar. Ya que la joven, bebía del mismo bol.

El hambre no deja sitio a los protocolos.

Tras el último trago, dejo el bol sobre la mesilla. Y me miró mientras se limpiaba con el dorso de la mano el caldo de su rostro, al igual que un gato se limpia los bigotes tras una caza y posterior siesta. Eructo, se tumbó, se giró y volvió a quedarse dormida.

Solté la cadena de su cuello, era de plata pura, y con un candado bastante austero; después la arropé con las mantas. Apagué la luz y cerré la puerta. El estómago me gruñó…

Mierda.

Bajé a la cocina y me preparé un asqueroso Sándwich frío.

¿Qué demonios he hecho?, Pensé mientras masticaba aquella porquería.

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