Las cornetas resonaron en el puerto, El General galopó hasta el puesto de guardia. Allí, dos hombres, vigilaban desde una alta torre. El General ascendió por la escalerilla de mano.
— ¿Qué habéis visto, Soldados?
— Mi señor, allí — el joven vigía señaló el horizonte —, una armada bordea la bahía. En pocas horas estarán en Puerto.
Un centenar de barcos, se acercaban a puerto. Ninguna bandera hondeaba en sus mástiles. Eran negros como boca de lobo. Y un aura peligrosa, se cernía sobre ellos.
— ¿Son aliados? — pregunto el vigía.
— Jamás hemos sido atacados por mar… pero no me gusta un pelo esa flota.
— Miré señor — dijo el chico nervioso — No conozco esos pabellones.
Los barcos habían mostrado su naturaleza. El pabellón verde con dos serpientes cruzadas no eran aliados. Por primera vez en la historia, aquellos cabrones habían conseguido la forma de atacar por el agua. La ciudad, no estaba preparada para un ataque a esa escala.
El General rápidamente ordenó a cien hombres acudir a las defensas. Los hombres subieron a las torretas defensivas del puerto y comenzaron a lanzar enormes mástiles con balistas.
Los barcos izaron velas y su velocidad se incremente. Si llegaban a puerto, estarían rodeados y eso, sería el final Mercita.
Pequeñas catapultas, lanzaban bolas ardiendo a los barcos. Algunos, ardían en llamas mientras los reptiles saltaban al agua para salvar sus vidas. Los navíos avanzaban con viento de popa.
— Miré, señor, allí.
El General miró hacia el otro lado de la bahía. Una flota se acercaba a la misma velocidad por el Oeste. Sus pabellones, rojos sobre azul. Los Aguas Bravas acudían a la guerra y sin duda, en el mejor momento posible.
Las flotas convergieron en el centro de la bahía. La lucha era encarnizada, los hombres y reptiles botaban de un barco a otros sujetos por cabos que colgaban de sus mástiles. Las naves rezagadas enemigas, sufría el acoso del fuego y las enormes flechas de las defensas portuarias.
El General hubiese deseado tener su armada amarrada en Puerto, pero tras las últimas salidas. Se dirigían a otros continentes para salvar a la mayoría de la población.
— Por todos los dioses.
El vigía señaló al horizonte. Otra armada se acercaba a toda vela. Sus pabellones, dorados sobre una mar turquesa, los marcaban como los Marinos dorados, también acudían. Atacando desde atrás, la armada enemiga duro poco tiempo a flote. Esos cabrones llegaban muy tarde. Pero por lo menos, acaban de salvar sus vidas con estas repentinas apariciones.
— Que me busquen tras el desembarque, que las defensas, vuelvan a la ciudadela. Ha llegado la hora de dar un golpe en la mesa.
Tuli encuéntrame esos túneles. Tengo una idea que no se esperarán.
El capitán de Zapadores llegó hecho una mierda. La sangre le caía del hombro, donde había recibido una estocada. Su rostro mostraba que había llorado. Pero el General entendía que no era por el dolor.
Ah, joven Capitán, que duro es el dolor en el corazón. Yo lo viví durante años. Yo amaba a Graciela… y aún la amo.
— Señor, ya tengo localizado los túneles.
— ¿Dónde estaban?
— En una mansión cerca de palacio.
— ¿En casa de un noble?
— Si, mi señor. Un hombre sin escrúpulos, llevaba años proveyendo a la ciudad de sustancias de contrabando.
— ¿Y yo no estaba al tanto?
— Pues debía de ser el único mi general, los hombres necesitan de vez en cuando una salida. Si usted se hubiese enterado, esa diversión se hubiera acabado.
— ¿Y la ley?
— La ley es para los ricos, señor. Los soldados no tenemos ese privilegio.
El General se quedó rumiando unos minutos. Él, que debería estar al tanto de todo, había sido engañado en su propia cara. Pero ese asunto, podía dejarlo para después.
En poco tiempo, las naves dejaban el puerto plagado de marinos.
Ya es hora de darle la vuelta a la sartén.
— Capitán, valla a que le sanen esa herida y después necesito que todos esos hombres, accedan a esos pasadizos. Quiero atacar al enemigo por la espalda y devolverle la jugarreta que tenía preparada.
— Son muchos, necesitaremos tiempo.
— Nosotros os lo daremos. No pierdas tiempo hijo. Una vez más, la batalla depende de ti.
El Capitán, a la carrera, desapareció dirrección al templo de las sanadoras. El General esperaba que los marinos, accedieran a seguirlo. Subió a su corcel, y volvió al frente. Allí el combate había parado.
Las huestes enemigas, reticentes a entrar, esperaban tras la muralla. El General, junto a un grupo de soldados, accedieron, por unas pasarelas, hasta la muralla. Subieron y allí, a sus pies, un ingente número de tropas esperaban algo.
— General, tenemos un problema — Dijo el Rey Serpiente—. Yo tengo todo el tiempo del mundo, pero vosotros, no. Y como ya sabrás, mi flota fondea en tu bonita bahía.
— Te refieres a esos barcos que decoran el fondo del mar.
— ¿Cómo?
— Lo que oyes, los hemos hundido. Tu armada está derrotada y pronto lo estarás tú.
— No seas iluso. Puede que hallas ganado unas cuantas batallas, pero yo, ganaré está guerra.
— No os tenemos miedo, no sois más que animales. Cómo el resto del ejército del señor oscuro. Y moriréis, como han muerto ellos y olvidados.
El rostro del rey cambio de súbito, su sonrisa se borró. El General lo había intuido. Tratarlo como a un animal, le haría entrar en cólera. Necesitaba que el Rey, se pusiera nervioso. Que lanzará su ataque por el foso. Con suerte, si ganaban algo de tiempo, el Capitán, atacaría por retaguardia y los aplastarían en el centro.
— Muy inteligente, General, intentar hacerme cometer el error de volver a ese foso. Si tan seguro estáis de vuestras fuerzas, salid aquí y luchar con honor.
— ¿Honor?, ¿Desde cuándo las víboras tienen honor?
— Yo de ti, no seguiría por esos derroteros. Intentar ofenderme, solo será peor para tus hombres. Baja aquí, tú y yo, zanjemos esto aquí y ahora. Si gano, la ciudad es mía. Si pierdo, cosa muy improbable, nos iremos y jamás volveré, tienes mi palabra.
— ¿Tu palabra?, No confío en animales, y menos en seres rastreros como vosotros.
El rey, con esa última puya, desenvainó su espada. Por fin le había provocado.
— General, el tiempo se agota, solo os queda una hora, después, pasaré por encima de vuestra ciudad.
Vamos Tuli, únicamente tienes una hora.
Las huestes enemigas volvieron a avanzar, el General y sus hombres recularon rápidamente hasta la muralla de la ciudadela.
Genial
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