La Gran batalla acto 4 escena 4 No es una de las nuestras


Que orgulloso estarías esposo mío, tu pueblo, nuestro pueblo; es duro como el acero. Que gran elección hiciste al nombrar a Madox como General. Desempeña su papel con soltura, con valentía, con Honor. Tiene una gran capacidad para mezclarse con sus hombres y ser uno más. Incluso algunos de esos Zapadores, parecen haber hecho migas con él. Cuando esto acabe, saldremos más fuertes y reforzados.

Dame fuerzas para seguir, esto aún no ha terminado… Aún hay mucho en juego.

Graciela, guante sobre guante, observaba la muralla destruida y su ciudad; hundida bajo aquellos escombros negruzcos y requemados. Gala, aguantaba las riendas del semental. Viva imagen de su padre y con la fuerza indómita de de madre. Ningún jinete, con dos dedos de frente, había intentado domar aquella yegua, todos, menos el Rey, parecía haber un vínculo entre ellos tres. Y como respuesta a aquel vínculo, ella montaba ahora, ese magnífico ejemplar.

La moral de las tropas había mejorado con la llegada de los dos ejércitos aliados. Graciela no sabía muy bien adónde se dirigían todas aquellas tropas. Bordeando los canales y el foso de la ciudadela de agua brillante y cristalina, como si su vecina, tras la antigua muralla, no estuviese destruida por completo. Parecían, dirigirse al los barrios ricos, tal vez, buscando un ataque sorpresa por el flanco.

— Madox, ¿Dónde van esos hombres?

— Tengo un plan mi señora.

— ¿Y cuál es ese plan? —Madox la miró molesto y dirigió la mandíbula hacia Adelis que parecía despistada.

— No creo que deba…

— Pero que tontería es esta, General, ¿acaso esta mujer no merece saber nuestros planes?

— Graciela — escupió Gala.

— ¡¿Qué?!, me parece ridículo, es una de las nuestras.

— No, no lo es —sentencio Madox—. No lo tomes a mal, Adelis, pero las defensas de la ciudad son cuestiones… de Mercita.

— Lo entiendo, General— dijo Adelis como ausente, mirando a las tropas marinas avanzar a paso ligero— no obstante, no estaría de más, tener ciertas nociones de la táctica para la batalla. Teniendo en cuenta, que estoy en ella.

— Lo sabrás a su tiempo, como todos los demás — sentenció el General.

— General, esto es una desfachatez … — Rugió Graciela agraviada —. Adelis tenemos unos…

— ¡Gala, lleva a la reina a sus aposentos! —Ordenó el General iracundo, Graciela se amedrentó, jamás había sido tratada así, y menos por el bueno de Madox—. No dudes que te sacaré de aquí si es necesario. No seas una niña mal criada, ¿Qué sucedería si algún día entramos en guerra con su pueblo?, no merecemos tener nuestros secretos — Graciela tragó saliva.

— Lo… lo siento, no había pensado un escenario como ese.

— Pues entonces cierra la boca — Madox dio un puñetazo a un muro de la ciudadela — Entiende que hay cosas que no puedes hacer, eres la reina —le dijo modulando su ira, reteniendo el fuego de su garganta—. Piensa por favor, piensa.

— No quiero ser una molestia, mi señora, puedo velar por usted desde fuera del consejo — Dijo Adelis como ausente, y con paso firme se marchó.

Adelis se perdió entre la multitud, pero algo en su tono dejo nerviosos a Madox y Gala. Gala se giró y le dijo a su mejor mujer que la siguiera. A Graciela no le gustaba un pelo. Aquella mujer había pasado de ser una heroína a que, por su culpa, fuese vigilada como una ratera.

Uno rato después, volvió Adelis, seguía pensativa, nerviosa. 

Ahora te das cuenta lo desagradecidos que estamos siendo. Alejándote como aún soldado más. Espero que nos perdones.

La mujer, que Gala había mandado tras ella, no tardó en volver. Dio novedades a Gala que miró a Madox muy seria.

¿Qué se me escapa?

Graciela fue abrir la boca para preguntarle a Gala por sus nuevas, pero los tambores renacieron tras la muralla. La batalla continuaba. 

El General salió al trote hacia un anciano del cuerpo de Zapadores, aunque bien podría haber estado pidiendo limosna en la puerta de los templos. El anciano asentía con su sonrisa desdentada. Le daba, golpecitos en el hombro a Madox como si fuesen amigos de toda la vida. 

¿Qué haría yo sin ti?, Mi General. Siempre tan lucido, tan entregado, tan sensato. Y yo siempre metiendo la pata… 

El canal central, que separaba la explanada de la ciudadela en dos y se ramificaba haciendo brillantes ramales hasta la fuente de la Luz, de dónde emanaba aquella agua sagrada para los Mercitos; parecía tener algo que ver con su siguiente paso. Ambos hombres se dirigían hasta la muralla a la carrera. 

El enemigo entraba por las puertas sin ningún ataque de arqueros. Habían decidido no dejarlos a su suerte sobre la muralla. Pero sí, tensaban sus arcos, esperando tener a aquellos bastardos dentro de su alcance. Las tropas aguantaban a un centenar de pasos de la muralla, para hacer una carga, si el enemigo la sobrepasaba. 

Y ella, junto Madox y Gala, en la retaguardia. 

Es el momento de dar aliento a mi pueblo.

— ¡Soldados de Mercita — rugió por encima de los tambores — ha llegado el momento de la verdad, esos bastardos vienen a matarnos!, ¡no saben quiénes somos!, Tenemos que aguantar el embate, tenemos que masacrar a todo aquel que sobrepase la empalizada —dio un suave toque de tacón al semental que comenzó a andar sin dar importancia a que las riendas las tuviese Gala en sus manos, poco a poco se fue adelantando entre las filas —  ¡Sois el orgullo de mi reino — miró en redondo, las huestes se agolpaban junto a ella en lo alto de la ciudadela— !Todos, sois el orgullo de nuestros antepasados, sois héroes, sois Mercitos!, ¡Sois el brillante estandarte de la libertad, el Baluarte del mundo!, ¡Sé que no soy el Rey Astro, sé que no soy una guerrera, pero lucharé hasta que no quede una gota de Mercita en mis venas!
¿Lucharéis esta batalla junto a vuestra reina?, ¿Merezco al fin ser vuestro estandarte?

Las huestes enloquecieron, enardecidas, al igual que conseguía hacer el Rey Astro. El golpeteo en los escudos se expandió por toda la ciudadela. 

Otra vez aquí, el corazón de Mercita, el rugido de mi pueblo. Esposo, espero que estés orgulloso de nosotros. 



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