La Gran Batalla acto 5 escena 4 Zorrita


— Por fin te tengo a mi merced — escupió el rey Serpiente.

— Estúpido, acaso no ves que esto ya está terminado. Que has perdido.

— ¿Perder?, No seas estúpido. Esto solo ha sido una refriega. Una pequeña batalla de esta gran guerra. La cual, estáis predestinados a perder.

— Puede que sea así, pero tú no lo verás — dijo Graciela con orgullo.

— Así que tú eres la Reina, por fin la zorrita sale de la madriguera.

— Te voy a matar, bastardo —rugió el General.

— Estoy deseando ver cómo lo haces, hombrecillo sin honor.

El silencio se estiró mientras Madox y el Rey se median retadores. A su alrededor, la Batalla estaba lista para sentencia. Las huestes se agolpaban a su alrededor. Creando un gran círculo de acero. 

— Te reto a aún…

El Rey Serpiente abrió las fauces, de su garganta, un fino sable salía manchando de sangre Verde. A su espalda, el Capitán Tuli colgaba de su sable con un sombrío rostro.

— Cierra la puta boca — escupió mientras saltaba con su brazo muerto pegado al cuerpo.

El General se quedó boquiabierto, la Reina, se tapó la boca con su mano, sorprendida. Gala dibujaba una sonrisa en su rostro.

— ¿Por qué siempre tienen que hablar tanto? — susurro Tuli.

Las huestes rompieron en aullidos, un grupo de zapadores agarraron a Tuli y lo mantearon con una gruesa capa. 

— ¿Pero… que has hecho? —susurro patidifuso El General.

— Déjalo, Madox, el chico ha hecho bien. Tenía que morir y ha muerto.

— ¿Y el honor?

— ¿Honor?, ¿Cómo las perlas de dragón?, asúmelo, el chico se ha ganado esto. Bien lo sabes — Gala lo miro a los ojos.

— Pero era yo…

Tuli se acercó al General y estiró su mano, en su boca, lucía una sonrisa brillante. Y tragándose el orgullo, el General, se la devolvió.

— Hay que acabar con esto.Todos se giraron en redondo. La Reina, miraba el horizonte pensativo.— Debemos ir allí, al origen, destruir aquello que nos asedia durante tantos años.

— Es una locura, Graciela — le corrigió el General.

— La locura es esto — dijo extendiendo sus manos y mostrando el campo de batalla 

— General, envié cuervos a nuestros aliados. Que acudan todos. Esta vez no para defender Mercita. Esta vez para borrar del mapa a ese mal. No estoy dispuesta a dejar que las generaciones venideras sigan sufriendo esto. 

— Cuente con mi ejército — dijo de rodillas el General de los Marineros Dorados.

— Y con el mío — aseguró el mando de los Aguas Bravas.

— Que así sea, mi señora —Madox la miró con orgullo mientras se golpeaba el pecho a modo de respeto.

Durante tres días, se mantuvo un luto por los caídos en batalla. Cómo había sucedido durante cientos de batallas antes, los muertos de ambos bandos, desaparecieron, atraídos a las garras del señor oscuro. Su ejército volvía crecer, pero si actuaban con presteza. Ese ejército no estaría preparado para una defensa. 

En el cuarto día, la ciudadela cambio de actitud. Los hombres y mujeres, bien descansados y bien alimentados, se recuperaban de la barbarie. En cada rincón de la ciudad, hombres y mujeres cantaban canciones de orgullo, de valentía, de antiguos y nuevos héroes. De batallas vividas antaño, y nuevas, de las últimas batallas, basta decir, que, en muchas, el Capitán Tuliano del cuerpo de Zapadores, era a quien hacían referencia. Poco a poco, las sonrisas y los chistes, volvían a sus vidas. La normalidad, volvía a Mercita. 

Nadie sabía muy bien a donde habían ido los delincuentes que habían ayudado a la defensa. Seguramente, jamás los sabrían.

Tuli, en cambio, estaba malhumorado. Zana había desaparecido. Se había esfumado. Y una vez, se llega a ser un héroe, ¿a qué aspiras después? Cierto era, que no había vuelto a pagar una moneda en la taberna improvisada en los establos. También era cierto, que las damas, habían vuelto a mirarlo con ojos apasionados. Pero él no necesitaba que aquellas mujeres lo desearan. Él deseaba que aquella ladrona, volviese. Que volviese con él.

Los días pasaron, y ese extraño sentir, se calaba más hacia dentro. Esa ansiedad lo asediaban día y noche. ¿Cómo podía haberse enamorado de una ladrona en tan solo tres días?, Él, el Capitán, el mujeriego de Tuli, el más sinvergüenza de la ciudad. Enamorado y con el corazón roto. 

Al mes, la bahía rebosaba de navíos de todos los rincones del mundo, habían acudido ejércitos y generales. Reyes y reinas. El mundo entero había llegado a Mercita. 

El campo de maniobras, era un hervidero de tiendas de campaña y hogueras. Los ejércitos se mezclaban. Cantaban y bailaban bajo las estrellas. Los herreros afilaban espadas, los carpinteros, creaban nuevas astas. 

La guerra estaba nuevamente en marcha. 

Comentarios