La fortaleza, estaba abandona cientos de años atrás, la muralla necesitaba remiendos, el rastrillo de gran tamaño, herrumbroso. Los adoquines del patio descoloridos y fragmentados. Las almenas olvidadas muchos años atrás. El ejército comenzó a tomar posiciones. La reina quería tener la fortaleza bajo control, por si recibían un ataque sorpresa.
El basto del ejército, comenzó a montar el campamento a pie de muralla. Graciela, Madox y Gala, se acercaron al portón del edificio central. El único, cerrado a cal y canto, según los exploradores.
— Debe de estar aquí — dijo Madox golpeando la dura madera — necesitaremos un ariete para derribarla.
— Maldita sea, no hay tiempo que perder, forzar esa cerradura — La reina comenzaba a ponerse nerviosa.
— Pues … No tengo ni idea de forzar cerraduras — contesto Madox malhumorado.
— Y para eso, me tienen a mí — Tuli se acercó con su brillante sonrisa — denme un tiempo y esa cerradura caerá a mis pies.
— ¿Y tú cómo sabes forzar cerraduras? — pregunto Gala, con su cara sería y el ceño fruncido.
— Querida, mi vida da para un amplio tomo. No siempre fui el brillante Capitán Tuli. Cómo supongo, mis actos ya estarán olvidados… — miro a los tres.
— Continúa — dijo la reina dándole su palabra.
— ¿Recuerdan aquellos problemillas del año pasado?, cuando el vino de los mandos fue sustraído de las bodegas reales.
— ¿Problemilla?, Estuvieron meses de mal humor, irascibles… ¿No me irás a decir que fuiste tú? — el General echaba humo por las orejas. Podía mascarse la ira.
— Eso me temo, señor.
— ¿Cien barriles?
— Ciento diez, mi General, uno para cada zapador. Después de limpiar las acequias necesitábamos…, un respiro.
— Malditos holgazanes. Por eso siempre estabais borrachos.
— Eso y porque usted nos trataba como escoria, mandando trabajos que nada tenían que ver con nuestro desempeño en el ejército. Pero si yo, he podido olvidar que, gracias a usted, estuve dos semanas oliendo a mierda, mi señor, podrá usted perdonar ese pequeño… problemilla.
— Maldito…
— La reina soltó una carcajada y posó su mano en el hombro de Madox, que parecía un toro antes de su carga.
— Capitán Tuli, tiene mi perdón — volvió a sonreír y Tuli le devolvió su mejor sonrisa — abre esa puerta, bribón. Y sí, me encantaría leer ese tomo.
— Y a mí — renegó el General marchándose a tomar distancia.
Tuli lo intento una y otra vez. La reina, cada vez estaba más nerviosa y una mano se posó en su hombro.
— Deja a los profesionales — ¿esa voz?, Tuli se giró y miró a la joven, era Zana con una sonrisa en sus labios.
— Has venido — Tuli se levantó y la abrazó con fuerza.
— No tenemos tiempo para esto — gruñó el General.
— Que gruñón eres — dijo Zana como si hablase con cualquier colega del oficio — supongo que yo también estoy libre de culpas, soy una heroína.
— Eso es muy dudoso — escupió el General.
— Chica, si abres esa puerta, hasta te recompensaré con tanto oro que necesitarás un carro para llevártelo — dijo nerviosa la reina.
— Tú y yo nos entendemos bonita — le contesto a la reina bajo el estupor de Madox y Gala.
En segundos, Zana había abierto el portón. Un fuerte chorro de aire entro. Una joven, con el hábito de sacerdotisa, se acercó a mirar hacia aquella oscuridad. Cómo una luciérnaga, que salta a las sombras. Una voz mortecina resonó en sus cabezas.
— Ah… ya estáis aquí, asquerosos colonos — las palabras las estiraba, las masticaba.
Los seis se miraron de hito en hito. Aquel ser, podía entrar en sus mentes. En las mentes de sus hombres. ¿Acababan de cometer un gran error? La reina dio un paso hacia delante, miro a la oscuridad.
Era innatural. Profunda, tan densa, que parecía girar como jirones de bruma. El olor a cerrado dejo paso al olor de la muerte y de la sangre. El vello de la nuca, se le erizó, Graciela tragó saliva. Pero no pensaba retroceder. No, ahora que estaban allí. Sin darse cuenta, siguió avanzando hacia la oscuridad. Tras ella, y no muy confiados. Su séquito la seguía con sus armas preparadas.
— ¡Graciela para! — grito Gala para sacarla de su trance.Tras ellos, las puertas se cerraron. Tuli corrió hasta la puerta, pero para su sorpresa, en ese lado, no había cerradura alguna.
— Es una trampa — susurro aterrorizado Tuli.
— Juntaros — Ordenó el General, poniéndose delante de la reina.
Las sombras, y aquellos extraños jirones de bruma negra, daban la sensación de que, en cualquier momento, un enemigo, podía salir de la nada.
— ¿A qué esperáis?, Venid a acabar aquello que tanto ansiáis. Terminar vuestro exterminio — la voz sonaba de todas las direcciones. Era imposible saber, de donde salía exactamente.
— Diosa, dame tu brillo — dijo la sacerdotisa, que poco a poco fue desprendiendo una luz inmaculada a su alrededor.
En segundos, un amplio círculo de luz, alejaba aquella extraña oscuridad. La bruma, parecía embravecida contra la barrera de luz. La azotaba, la golpeaba como si tuviese vida propia.
— Puedo ver en vuestros corazones emponzoñados, solo traéis dolor, muerte, hambre…
— ¿Cómo osas acusarnos de asesinos, de exterminadores?, ¿Acaso no eres tú el que asedia mi reino? — rugió Graciela.
— ¿Tu reino?, Maldita bastarda, te maldigo mil veces. Vosotros vinisteis, masacrasteis a mi pueblo — la sacerdotisa a punto con su mano unas escaleras y el grupo comenzó a subirlas mientras el señor oscuro se metía en sus mentes con sus mentiras —. Mi pueblo era libre, los hombres lobos cazaban solo para sobrevivir, los necrófagos trabajaban para la prosperidad del reino. El reino de los reptiles, eran nuestros mejores mercaderes, socios en otros mundos… pero de eso hace mucho, mucho tiempo. Condenándonos a esto, a pagar nuestras vidas por recuperar nuestras tierras. A luchar para que os marchéis…
— Tus mentiras no me van a hacer cambiar de opinión, vengo a matarte, a poner fin a esto por siempre — le contesto la reina hablando hacia la oscuridad al final de la escalera.
Madox fue el primero entrar por la puerta doble al acabar los escalones. Tras él la sacerdotisa y su luz. La sala era de roca negra. De altos techos, de grandes vidrieras por las que se dibujaba la luz de las últimas horas del día. En el centro, sobre un pedestal, había un enorme trono. Y en él, una armadura negra que sujetaba una amplia espada.
— Ha llegado mi hora, ya no puedo defender a mi pueblo. Me muero. Puedo sentir mi fin. Pronto estaré junto a mi señor.
La armadura se levantó y avanzó hacia ellos. Se detuvo justo al borde la luz, unos mechones blancos y trenzados caían por sus hombros. Su rostro quedaba oculto tras aquella bruma.
La armadura dio un paso más dejando que aquella luz la iluminará.Una mujer de gran altura y muchos años los miraba con unos ojos cansados. Su piel estaba arrugada. Pegada a los pómulos. Parecía increíble que aquella anciana, fuese capaz de mover el peso de todo aquel acero.
— Acabad vuestro trabajo.
Todos se quedaron paralizados. El temible señor oscuro era una mujer. Y en sus adentros, todos sabían que aquellas palabras no eran falacias. Que la verdad brotaba de sus labios.La mujer dejó caer su espada a un lado, se arrodilló y regalo su nuca para la decapitación.
— Puede que digas la verdad, que vosotros seáis por derecho los herederos de esta tierra. Que la culpa sea nuestra. Pero de eso, hace miles de años, nosotros jamás hemos venido hasta aquí a luchar — dijo la reina mientras se acercaba.
— Ah, pensáis que sois los primeros en dos mil años… niñata… hay fuera as conocido a uno de tus ancestros. Y antes que él, hubo muchos. Fue vuestra asquerosa magia la que mato mis tierras, mis pastos, mis bosques. Vosotros me obligasteis a esto, a esta oscuridad. La única manera de luchar contra vuestra maldita y prolifera raza. Sois un mal desatado. Allá donde vais, lo destruís todo y encima, para colmo, siempre creéis que vuestros actos son heroicos y llenos de pureza. Sois escoria...
— Mi señora quiere ganar tiempo, siento como la oscuridad se cierne sobre nosotros. Cómo es absorbida por ese ser… acabad ya — dijo la sacerdotisa.
— Ah, habéis traído a una sacerdotisa de la luz, eso sentía, esa traición para con mi pueblo. Te maldigo a ti y a tu diosa ladina y traicionera. Nos abandonasteis. Para iros con ellos.
— Termina ya — rugió la sacerdotisa. La reina ya estaba a un lado del ser oscuro. — Tranquila sacerdotisa, no les diré cuál es vuestra verdadera naturaleza, esa que os lleva a cambiar de bando por mantener vuestro poder, vuestra capacidad de arrastrar a las masas. De mentirles y darles falsos ideales, una falsa religión.
— ¡Ya! — la luz se expandió y la sala quedó completamente iluminada.
En las paredes, a retazos, colgaban tapices, en algunos eran recreaciones de bosques y prados, en otros, destrozados, se podían ver, con algo de imaginación, mujeres como la que emitía esa luz, al fondo de la sala, había unas puertas doradas.
Aquel ser decía la verdad, en otro tiempo, aquellas sacerdotisas, convivieron con aquellos monstruos. Pero eso nada tenía que ver con su pueblo, masacrado en cientos de batallas. Tal vez no fuesen aquellos héroes que redactaba los tomos de historia. Pero era su pueblo. Bajo el sable y segó la cabeza de la mujer.
Un fuerte fogonazo salió de su cuello, una luz tan brillante como pura. La sacerdotisa, sin mediar palabra, comenzó a salir de allí. La bruma, se dispersaba, la oscuridad, comenzaba a dejar paso a la luz. Al salir del edificio, los ejércitos los miraron expectantes.
—! A muerto a mis manos! — la reina enseño su sable manchado de sangre.
— ¡Que los dioses salven a la reina Graciela! — rugieron los ejércitos.
— Volvemos a casa.
Las huestes entre algarabía y brindis de jarras de cerveza comenzaron a replegar el campamento. Los héroes fuero adulados por el resto de reyes y reinas. Por fin, aquella masacre había terminado por siempre.
Cuando La reina y Gala se apartaron de las masas, Graciela miró a Gala muy seria.
— ¿Dónde están esos dos sinvergüenzas?
— No lo sé Graciela.
Se escucharon unos pasos y Tuli se acercó a ellas.
— Mi señora, Zana ha forzado las puertas doradas de ahi arriba. Creo que debe ver esto. Creo que nos han estado engañando, mucho, mucho tiempo.
Genial hermano. Ha sido una historia digna de nuestros más queridos escritores. Si alguna vez cae en manos de Sanderson o acrombie disfrutarán de la lectura.
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