La Gran Batalla acto final, escena 2



La explanada de la ciudadela emitía un sonido ensordecedor. Las huestes, agolpadas en rededor de una extraña cúpula, estaba frenética. Tuli se apeo de su montura, y sin soltar las riendas, se dirigió a primera fila. Los hombres se apartaban a su paso, dejando un corredor.

Por fin me tratan como se debe.

Dentro de la esfera: la reina, el General y Gala, mantenían un encarnizado combate con uno de aquellos seres, ¿Cómo había llegado allí?, no lo sabía, pero seguramente tenía algo que ver con la falsa Primera Espada.

Aquí no puedo hacer nada y tengo una misión que llevar acabó, si este frente cae, necesitamos estar ya detrás de ellos.

Una mano sujeto su hombro, era huesuda y de mujer. Se giró y la suma sacerdotisa lo apartó.

—      Señora…

—      Vete de aquí chico, ahora mismo las armas convencionales no salvarán a la reina. Ve ha salvarnos.

Tuli asintió orgulloso. Subió de un salto a la grupa del corcel y salió al trote de entre la gente.

Le dolía tener que dejar así, pero el futuro de la batalla podía depender de sus actos y por una vez, se iba a quitar la maldita caraja de encima

Espero que esté orgulloso de mí. Se dijo recordando a su mentor.

Un gran fogonazo de luz le adelanto, cegando sus ojos. El animal relincho sin bajar la velocidad, unos segundos después, recuperó la visión.

¿Pero qué coño…? Quiso parar, descubrir que era aquella luz, que diantres sucedía a su espalda. Pero no podía perder ni un segundo. Era hora de dejar de lado sus antiguas actitudes.

Galopó hasta la casa del contrabandista. Las tropas, se disponían ha entrar y ambos generales, esperaban en la puerta discutiendo entre sí.

—      Seguidme —ordeno Tuli saltando del caballo y cruzando el patio a grandes zancadas. Por alguna razón, aquellos generales no les importo en exceso que les diese la orden un mozalbete.

Siempre he tenido buen gancho, pensó para sí. Mientras veía la nariz ensangrentada de uno de los vejestorios.

Las tropas los siguieron, bajaron hasta los túneles y descubrieron algo bastante más grande de lo que él había imaginado. La caverna principal era del tamaño de la mansión, lleno de todo tipo de cajas y lo que parecía ser un campamento abandonado. Desde allí, salía una amplio corredor; podían albergar a veinte hombres codo con codo.

Tuli agarró una antorcha y encabezó la marcha. El túnel, recorría más o menos un par de kilómetros. Y la salida, una enorme boca, que daba al otro lado de la montaña. Donde antaño, Mercita tenía una antigua mina.

Sin esperar a que las tropas se formarán. Tuli encabezó la hilera bordeando la montaña, una enorme nube de polvo, más adelante, les cortaba la visión de lo que había más allá.

—      Capitán, miré —dijo el General de voz aflautada. Aún quedaba algo de resentimiento en su forma de actuar, pero a Tuli le dio igual.

Su sorpresa fue encontrar una enorme manada de caballos, Las Primeras Espadas habían dejado a sus monturas escapar de la batalla, pero Tuli, no era un Primer Espada y ordeno a los hombres que juntaran la manada. Un ataque de caballería, dejaría fuera de lugar al enemigo.

Los dioses nos sonríen.

En los ojos de los Marinos, Tuli descubrió el miedo que sentían. El mismo que había sentido el días atrás, horas atrás. Pero él, ya no tenía ese miedo. Algo en su interior se había endurecido. Podía sentirse… lleno de valor.

—      Capitán, entiendo sus ansias por llegar al campo de batalla. Pero debemos actuar con cabeza. Se que está al mando. Pero déjeme que le aconseje — el General de voz aflautada tenía razón. Él era valiente. Impetuoso. Por eso las batallas las dirigían hombres aburridos.

—      ¿Qué me aconsejan señores?

—      En primera instancia, debería de mostrar las tropas de infantería. Hacer que el enemigo las vea, eso hará que se dividan.

—      Y cuando eso ocurra, emprender el ataque de caballería y barrerlos de flanco a flanco — Termino el segundo General.

—      De acuerdo. Dispongan a sus hombres — el anciano de voz aflautada asintió. Lo miró a los ojos, y Tuli ya no vio ese rencor hacia él.

No hay nada como dejar hacer a un viejo aburrido aquello para lo que a nacido.

Al otro lado de la montaña, se escuchaban los gritos, los rugidos de aquellas bestias.

¡Boom!

Una explosión dejo muda la batalla.

Ah; viejo Cascarrabias, aún tenías un artefacto de esos.

Uno de los hombres que había ido de avanzadilla se acercó al galope.

—      Mis señores, no se que han hecho ese estruendo en la fortaleza, pero las huestes enemigas intentan recular.

—      Es el momento chico.

—      Es el momento — se dijo Tuli más para el mismo que hacía los demás.

Podía ver cómo el ejército de a pie bordeaba la montaña y emprendían un ataque a paso ligero. Tras ellos, Tuli y el ejército de caballería fue avanzando lentamente.

El campo de batalla estaba sembrado de caos. El enemigo se veía acorralado. Pero aquellos Marinos, no parecían luchar tan bien como se debía esperar de un ejército.

—      ¿Atacamos? — pregunto ansioso Tuli, asomándose al último recodo, los hombres morían a manos de aquellas bestias.

—      Hay que aguantar un poco más jovencito.

—      Pero mataran a todos sus hombres.

—      Y morirán con honor hijo. Más pronto que tarde, descubrirás que en una batalla, las vidas de tus hombres deben convertirse en mártires.

—      Eso es una atrocidad — sentenció Tuli.

—      Mi señor, que es eso — dijo el vigía aterrado.

Tras ellos, un enorme número de personas, acudían tras su rastro.

—      Preparados, enemigos en retaguardia — Ordenó el General de nariz rota.

Los hombres formaron líneas, para pasar por encima de aquél nuevo enemigo. Pero algo llamó la atención del Capitán.

Esa forma de andar…

Cómo, la primera figura andaba con autoridad y seguridad. Como sus caderas bamboleaban. No eran enemigos, eran Refuerzos.

—      ¡Alto, son aliados! — grito el Capitán.

O eso creo.

Se adelantó con su montura, y en efecto, no se equivocaba. Zana encabezaba una marcha de más de mil personas. Cada uno, con peor reputación que el anterior. Podía conocer aquellos rostros. Delincuentes, matones a sueldo, rateros.

—      Pensaba que ya estarías muy lejos — le dijo Tuli a Zana con una sonrisa en los labios.

—      Y debería, pero no vamos a dejar que esos hijos de puta nos jodan. Venimos a ayudar.

—      ¿sabes que eres preciosa?, ¿Verdad? — Tuli saco su mejor sonrisa.

—      Y que tú eres un maldito gilipollas, ¿Verdad? — dijo Zana poniéndose vizca.

—      Esta bien, es hora de dar por el culo a esos reptiles — dijo Tuli lleno de orgullo.

—      Pues no les hagamos esperar— contesto ella.

El ataque de caballería fue demoledor. Las huestes enemigas, intentaban escapar de aquella ola que barría sus filas. Tras ellos, el último reducto de Mercitos, atacó comandado por Zana.

Tuli segaba todo a su paso, su sable, se hundía en la carne de sus enemigos, su caballo, arroyaba a otros tantos. Podía sentirse un General en aquella refriega. Tras la muralla y dentro de la ciudad. La lucha continuaba. Podía escuchar los gritos, el acero contra acero. El enemigo estaba rodeado. Las bajas comenzaban a pasarle factura. Algunos de aquellos monstruos, intentaban huir. Zana y su ejército de malhechores, los seguía y remataba sin contemplación.

Un mandoble cayó y segó la cabeza de su caballo de cuajo. Tuli rodó, dio un giro en el suelo y se levantó sobre sus rodillas.

Ante él, el Rey serpiente mostraba sus fauces.

 

 

 

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