Si no hubiese sido por la sacerdotisa, los tres hubiésemos muerto ante todos ellos.
Que los dioses te acojan en su seno, mi señora de Luz.
El sonido del metal, atrajo al General al momento presente. El ejército enemigo tomaba posiciones. El sonido de las pisadas sobre los escombros le hizo rezar para que aquella trampa funcionará.
Sé que estáis de nuestra parte. Os suplico ayuda. Darnos fuerza y valor. Sed nuestra luz.
Cascarrabias subió por una escalerilla de mano. Llegó al borde de la muralla y se lanzó, un poco torpe, a la parte interior, dándose un pequeño revolcón por los adoquines. De su mano, colgaba una fina cuerda. Se acuclilló y mostró al General, su machete y pedernal.
— Debemos esperar — decidió el General.
— Mi señor, esto puede no salir bien, todo el tiempo que perdamos, vendrá en nuestra contra.
— Ese bastardo aún no ha entrado al foso, necesito que entre — masculló — ha llegado el momento de que nuestras espadas se crucen.
— ¿Y si no entra? — Cascarrabias miró al General claramente ansioso.
— Entrará, quiere mi cabeza.
El General miró hacia donde se encontraba el Rey Serpiente, aún con aquella distancia, sabía que su mirada era devuelta.
Estoy deseando luchar contra ti. Cruzar nuestros aceros. Acabar con tu asquerosa existencia.
¿Qué harías tú viejo amigo? Aunque sé perfectamente la respuesta a eso. Tú jamás renunciaste a un combate singular. Astro, cuanto te necesitamos…
— ¿Señor?
— ¡He dicho que esperes!, necesito que ese bastardo se acerque.
— ¿Y lo que usted necesita, es lo mismo que necesitamos los demás? — el General miró iracundo a Cascarrabias.
— Que insinúas.
— Mi señor, lo único que he aprendido en esta vida, es que mis deseos, no suelen sé beneficiosos para los demás.
— ¡Soy el General!
— Y yo podría ser tu padre, maldito niñato. Guárdate tu ego para los desfiles y banquetes — Cascarrabias se levantó enfurecido—. Aquí, la vida de todos estos hombres depende de tus decisiones. Y tú, actuando como un maldito matón.
— ¿Cómo osas?
— ¿Cómo oso?, No me obligues, a darte dos soplamocos, niñato. Me importa una mierda quien seas. Y a todos estos hombres también. Pero si nos importan tus actos. Y aquí estás tú, con tu rabieta.
— Pero… — y si ese hombre tenía razón, ¿estaba actuando como un niñato, anteponiendo su ego a las vidas de sus hombres?
— Ahora, hombrecillo, que decides, ¿actuó o nos esperamos a que te decidas?— No sé… actúa.
Cascarrabias volvió a acuclillarse, extendió su machete sobre la mecha y frotó con habilidad el pedernal.
La mecha se encendió rápidamente, serpenteando una pequeña llamita en toda su longitud. Cascarrabias se asomó por encima de la muralla, miró bajo el foso.
Espero que funcione. No será letal, pero espero que cree el caos. Necesitamos algo de ventaja.
Cascarrabias se cubrió tras la muralla y tapo sus oídos. Abrió mucho los ojos y…
Nada, ¡¿Nada?!
— ¿Qué ha pasado?Cascarrabias miró al General sin saber muy bien que contestar. Se levantó, se asomó a la muralla, se agarró a la pequeña almena y asomó su cuerpo aún más hacia afuera.
¡Boom!
¡Mierda!
El suelo crujió, la muralla se zarandeó, Cascarrabias, perdiendo el equilibrio, cayó al vacío fuera de la muralla, el General corrió, estirando su brazo, como si aún pudiese sujetar a aquel hombre. Al mirar hacia abajo, Cascarrabias se encontraba con sus extremidades, retorcidas de manera poco natural y un enorme charco de sangre bajo su cara.
Me cago en la puta…
Al girarse, todos los zapadores lo miraron preocupados. El general negó apenado. Aquel hombre… tenía mucho que enseñar. Sobre todo, a él.
El sonido de la piedra, al desquebrajarse, comenzó a sonar, cada vez con más fuerza. El general volvió a asomarse, intentado no mirar aquel anciano destrozado. La pared de roca, que hacía de dique, se fisuró. Un pequeño hilito de agua de la Luz, comenzó a regar el suelo. La roca siguió desquebrajándose. Hasta explotar por la presión, que el lago subterráneo, bajo la ciudad, ejercía contra él.
Lo que primero fue, un simple chorrito, se convirtió en un fuerte torrente, cuando toda la pared cedió. En otras partes de la muralla, previamente manipuladas, el agua fue haciendo otros daños. Hasta que un total de seis salidas, vomitaban el agua cristalina hacia el enemigo.
La fuerza, que el agua ejércitó, arrastró una buena cantidad de enemigos. No se abnegaría la ciudad entera. Pero si la zona alta, quedaría inundada.
Los enemigos, arrastrados por la corriente, se golpeaban contra los escombros y se ahogaban. Los canales de la ciudadela quedaron secos. Y tras unos minutos de verdadero caos, en el ejército rival. Las acequias asumieron gran parte de esa agua, redirigiéndola al puerto.
Lo has conseguido Cascarrabias, que los dioses te tengan a mano y que nuestra pequeña disputa, no te acompañe a las puertas dobles. Eras un buen hombre. Esto lo hacemos por hombres como tú.
— ¡Abrir las puertas! — Gritó el General. — ¡Cargar conmigo!
— ¡Cargar, cargar, cargar! —decían los mandos a sus hombres cubriendo toda la muralla.
Las huestes volvieron a inundar la zona alta de la ciudad, solo que ahora, en vez de agua, era acero. De valor y honor.Las huestes gritaban mientras avanzaban a paso ligero, formando amplias posiciones ofensivas de punta de lanza. El choque contra aquel rival, desorientado, fue brutal. Los enemigos caían sin tan siquiera saber por qué. Intentaban la retirada mientras las filas más atrasadas, los empujaban para poder entrar a ayudar. En retaguardia, los arqueros, se concentraron en la gran puerta, acribillado todo reptil que intentaba entrar en el foso.
El General y Gala, segaban, atravesaban y cercenaban todo enemigo a su paso. La Reina, con su sable en la mano, corría tras ellos. Asustada, pero a la vez con decisión.
El General, entre combate, observo que el Rey Serpiente, se alejaba de la puerta.
De eso nada, no vas a huir.
Incremento sus esfuerzos y su letalidad. Los hombres se abrían paso para que el General avanzará a toda velocidad y para cubrir a su reina. Aquellos enormes seres eran lentos y erráticos en sus ataques, bien por el miedo, o por qué no tenían la misma inteligencia que su señor.
— ¡Cubrirme! — Rugió el General— ¡Ese hijo de puta no puede escapar!
Los hombres se abalanzaron hacia el enemigo con más coraje, con más violencia. El General posó su pie en la puerta de acero. Gracias a los arqueros, por allí, ya no intentaba entrar ningún enemigo. El general miró hacia atrás al llegar a lo más alto. La ciudad, sembrada de muerte, era otra vez de Mercita. Pequeños reductos, terminaban de masacrar a los últimos enemigos.Los hombres y mujeres jaleaban alzando sus armas. Dando gritos.
— ¡Viva la Reina, viva Mercita! — rugía la ciudad.
Y ahora voy a por ti maldito cabrón.
Al salir al campo de maniobras, vio el ataque de infantería amiga. El cuerpo a cuerpo estaba siendo malo, aquellos Marinos, no eran guerreros.
— ¡Seguidme! — Gritó Madox.
A la carrera. Un ingente número de jinetes apareció de la nada.
Hijo de perra, no dejas de sorprenderme.
Tuli encabezaba una carga de caballería. Entrando por un flanco y arrasando el campo de batalla.
No, por ahí no.
Madox vio como el Rey se ponía justo en el camino de Tuli. Para el jinete, no sería más que otro enemigo. Pero la enorme espada, que esgrimía el Rey, hacía imposible no reconocerlo.Tuli paso a su lado y Madox vio como su montura perdía la cabeza, como el cabo caía por delante de su montura y tras una espectacular voltereta, se giraba sobre la marcha contra su enemigo.
El problema es que se encontraba ya sobre él con su espada en alto.
No, el Capitán, no.
Madox agarró el asta de Gala que lo miró de mala forma. Cogió carrerilla y la lanzó contra el enemigo. El rey Serpiente, al ver el ataque, la apartó con su espada, demostrando una gran destreza. Volvió a mira hacia sus pies y Tuli, había desaparecido.
No sé cómo lo has hecho, chico, pero me sorprendes cada vez más.
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