Mala muerte Capítulo 10 Corred


— ¡¿Qué has hecho que?!— Paúl golpeó la mesa de mi despacho.

— A tu tío no le pareció tan mal — le repliqué sorprendido.

— Te tiene miedo, Logan, tienen miedo de todo. El Duque no va a dejar pasar esta treta.

— Pensará que ha sido algún ladrón.— ¿Un ladrón?... ¡Logan en esta ciudad no hay Ladrón tan gilipollas de robarle al rey de los bajos fondos!

Paúl se levantó farfullando, se dirigió hasta el ventanal de mi despacho y se apoyó en la hoja de madera. Me miraba con verdadera ira. 

— Alguien tenía que hacer algo Paúl. Solo he hecho lo que me ha dictado mi sentido común.

— Pues menuda mierda de sentido tienes. ¿Tú sabes de quién protegían a los mercaderes los hombres del Duque?

— Supongo que de otras bandas — Paúl golpeó la madera de la ventana.

— Ya no hay otras bandas, Logan, desde aquí, desde tu mansión, la vida se ve muy bonita. Pero ahí fuera, hay una puta guerra. Y tú, estás tirando leña al fuego. 

— Sé dónde está — le dije dolido por su actitud.

— ¿Dónde?

— En el puerto, en el tinglado veintisiete.

— ¿Y eso te lo dijo el tipo que torturaste?

— Te aseguro que no mentía.

— Más te vale. Hablaré con el barrio, juntaremos un grupo fuerte y terminaremos con esto.

— No, esto lo aré yo solo, será más rápido y menos sangriento.

— ¿Tú matarás a todos, a todos esos matones?

— Lo mataré a él.

— ¡¿Pero como puedes ser tan estúpido?!, Si lo matas a él, otro ocupará su lugar. Y siempre son peores. 

Paúl me mal miro, y se marchó dando un portazo. Seguramente tenía razón, mi vida solitaria me estaba alejando de la realidad de la ciudad. Había dejado de escuchar a mi amigo. No podía ser tan impulsivo. 

No habiendo pasado ni un cuarto de hora, un fuerte sonido hizo vibrar los cristales de mi despacho, corrí hasta la balconada, en el centro de la ciudad había una enorme columna de humo, eso solo podía haber sido una gran explosión.

Bajé a la carrera hasta las cuadras, el gañán preparo dos monturas rápidamente, mientras yo le ayudaba, para apremiar al mozo y salí al galope hacia el incidente. A pocos metros del puente, encontré a Paúl, que corría desesperado.

— Con esto llegarás antes — le di las riendas del otro caballo, Paúl me miró sorprendido.

— No sé montar.

— Pues es hora de aprender.

Paúl asustado, se subió al alazán, eran un animal noble y casi sin toques de mando, siguió a mi caballo al trote. Paúl era un hombre hábil, y en poco tiempo, aprendió a mantener el equilibrio. Aunque su cara de dolor, hacía evidente su falta de costumbre.

La explosión había sido en una tienda céntrica. Yo no sabría decir qué clase de negocio era, pero Paúl estaba seguro de que aquello no era un accidente. La tienda en sí, una Relojería, era de un hombre que no parecía muy contento con sus pagos, al rufián del Duque. O eso nos dijo el tendero contiguo. Su tienda había sufrido daños también, pero el hombre agradecía no haber sufrido daños humanos. 

Cuando la retahíla de personas, trajeron en cadena suficientes cubos de agua, para extinguir el pequeño incendio, llegó el servicio de bomberos. El carruaje se detuvo, sin demasiada prisa, y comenzaron a bombear agua por sus mangueras. Hasta extinguir por completo el incendio.

Los alguaciles sacaron dos cuerpos calcinados. Eran el matrimonio que regentaba el negocio. Paúl me miró con reproche.

— Dos muertos, esto no ha sido un accidente. Esto es una represalia. Y no cesarán hasta que el Duque recuperé su dinero.

— Eso no lo sabemos — o no quería reconocerlo, por lo menos.

— Lo que tú quieras. Cuando abras los ojos y veas la puta realidad, me buscas en el barrio. Tengo que salvar a mi gente.

Paúl me dio las riendas de su montura y se marchó sin despedirse. Pero aquel “Tengo que salvar a mi gente” me olía a que iban a atacar el Tinglado. Eso daría la oportunidad al Duque de volver a huir.

Está bien amigo, ataca, yo estaré listo para cerrar la trampa, esta noche el Duque moriría.

Volví a casa, Rossy se encontraba con su nueva institutriz, era una mujer mayor y de porte tranquilo. Pero Rossy conseguía hacer que aquel témpano de hielo, se pusiese histérica. Rossy me vio pasar por la puerta del salón, donde recibía las clases lectivas. Me miró como un zorrillo atrapado y después continuó aprendiendo a leer. Vi la bolsita de los anillos en su regazo. Por lo visto, aquella mujer, también la sacaba de quicio a ella. Solo esperaba que la niña no deshiciese a la prima de Cloti.
Cómo en cada uno de mis contratos, dos horas antes de ejecutarlo, me clausuraba en mi habitación espiritual. Allí meditaba y repasaba mentalmente mis planes. Solucionando y limando las asperezas del plan. Conocía aquella zona perfectamente. No hacía mucho, uno de esos tinglados le pertenecía a mi familia. 

Me preparé con mi equipo completo y salí a terminar con aquel cerdo de una vez.

Vas a sufrir hasta tu último aliento, como tu secuaz. Tengo algo preparado para ti.

La noche era fresca y revitalizante. Me escondí en las sombras cerca del tinglado, los números impares, alojaban una entrada del canal para la descarga del grano y otros cereales bajo el techado. 

En el número veintisiete había amarrado un pequeño barco bastante destartalado, la herrumbré copaba su casco y sus aparejos. Si el Duque pensaba escapar en aquello, no llegaría muy lejos, eso, sí que pretendía huir. Algo que Paúl negaba por completo.

Ascendió al tejado del tinglado colindante, advertí que en el techo, había dos hombres armados. 

Así que era cierto. Aquí es donde se cuece todo

Me coloque tras uno de ellos y le raje la garganta hasta las cuerdas vocales. El segundo hombre se giró al oír el gorgoteo de su compañero y le lancé un cuchillo de mi fajín, le di de pleno en el pecho, el hombre se tambaleó y cayó hacia atrás al canal. Me escondí acuclillado y escuché. No se oía nada. 

Me acerqué a la cornisa y vi a una veintena de hombres bien pertrechados. Ese cabrón había contratado a mercenarios profesionales. Si Paúl y sus chicos aparecían, serían derrotados fácilmente. Esto iba a ser una matanza. 

En una de las esquinas, escondida bajo una manta, había una de esas nuevas ametralladoras con trípode. Su cañón giraba a cada disparo y las balas las escupía a tal velocidad que una ráfaga, no dejaba margen de error. Sus balas, de gran calibre, podían triturar a un hombre en segundos.

Saqué mi arpón y lo lancé sobre el tejado del veintisiete. Cubierto con telas acolchadas, se lio, silencioso en un decorado de hierro del tejado. Até el otro lado del cabo al mismo decorado en este lado y pase colgado de las manos, de un lado al otro. Los brazos me quemaban por el esfuerzo. Cuando me encontraba sobre el grupo de mercenarios, se escuchó un gran estruendo, los hombres se pusieron nerviosos y comenzaron a tomar posiciones mientras yo aguantaba la respiración, esperando que ninguno de aquellos bastardos mirara hacia arriba.

Con la confusión, aproveche para moverme menos silencioso.En el tejado de enfrente había dos hombres armados, la oscuridad me daba la ventaja que necesite para acercarme al borde y lanzar dos de mis chulillos, los hombres murieron con sus cuellos atravesados. Descendí por la cara oculta de la columna, dónde aquella maldita arma se encontraba.

En la entrada de los tinglados una horda de figuras avanzaba con todo tipo de armas humildes, mazas, hoces y orcas, muchos llevarían armas de fuego. Pero si aquella ametralladora abría fuego, dejaría un pasillo lleno de restos, sangre y muertos.Cómo había adivinado, uno de los mercenarios destapó la ametralladora, cargo el carrete y comenzó a dar vueltas a una manivela. Las balas comenzaron a volar, la pared del almacén que cerraba la calle comenzó a estallar en astillas mientras la masa de gente se desplazaba al otro lado. 

Me abalancé contra aquel mercenario, lo agarré por el cuello, tire hacia atrás y cosí su pecho con mi daga. La enorme ametralladora se silenció. Cogí la palanca y la coloqué en dirección opuesta.

Comenzó a girar la manivela, era de tacto suave, frío, el giro era perfecto, el sonido excitante. Las balas comenzaron desde atrás a destruir todo a su paso. Sorprendido, el ejército de mercenarios del Duque, fue siendo destruido, las astillas de las cajas flotaban por el aire, el cereal, volaba salpicando de ráfagas de sangre y gritos de dolor, de agonía. Los hombres caían con una cantidad brutal de plomo. 

En veinte segundo había segado más de veinte vidas, sin el mayor esfuerzo de girar aquella maravillosa manivela. Solté un alarido, la adrenalina me salía por todos los poros. Paúl y sus hombres llegaron entre asustados y enfadados. Cuando vieron la nueva decoración me dieron las gracias efusivamente, todos salvo Paúl. Aún estaba muy enfado, y yo sabía por experiencia, que en esos casos era mejor dejarle espacio. 

Los hombres abrieron las puertas de los almacenes que pertenecían al Tinglado, dentro solo había grano y legumbres. Nada hacía imaginar que allí se dirigiera una organización criminal, inspeccionando el almacén, descubrí unos bultos extraños, me acerque, y descubrí que estaban llenos de dinamita y unos finos cables de trapo, salían hacia la parte de atrás.

Todo ha sido una maldita trampa. Nos querían aquí, y si esos bastardos no nos mataban, boom.

Salí a la carrera, el grupo de Paúl ya se encontraba fuera de los Almacenes, les grité que corrieran, pero estaban discutiendo la situación. 

— ¡Correr joder!

Al escucharme más cerca comenzaron a salir corriendo del Tinglado, miré hacia arriba, las vigas también estaban preparadas para la dinamización. Paúl con distancia me miró con miedo en sus ojos, el mismo miedo que yo sentía. 

Mi única opción era lanzarme al canal, que el agua absorbiera la explosión. Salte y ¡Boom!.

Sentí un fuerte calor en la espalda, me quemaba, me mareé al entrar en el agua y perdí la orientación. Intentaba salir, pero no sabía si me estaba hundiendo. Debía de haber recibido un fuerte golpe en la cabeza. Pronto perdí las fuerzas. Veía el agua enrojecerse. El pecho me ardía por la falta de oxígeno. Comencé a convulsionar. Sentía como la vida se escurría entre mis dedos.

Al final ese bastardo me había ganado. 

La oscuridad me absorbió.

Al final, eras tú el que tenías razón, querido amigo, iba a acabar siendo comida para los peces. 

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