Mala muerte Capítulo 12 Zepelín


El sol calentaba mi cara, hacía una hora que Sebastián me había prometido que volvería a llevarme hasta la cama, yo podría hacerlo solo, pero cuando mi servicio se ponía en plan leona, era mejor dejarse hacer. Creo que desde que ocupe estás habitaciones, no había dado uso a esta balconada. Tenía una visión completa de la ciudad. Los muelles, el centro, las murallas. Mi jardín se extendía hasta mi propia murallita, algo meramente decorativo. Pero hacía varios siglos, debía de ser algún tipo de moda arquitectónica y separaba mi jardín bien cuidado del bosque colindante. El bosque se extendía hasta el pie de una montaña. Bordeando la falda y trepando en algunos puntos de su empinada ladera.El cielo azul, se mezclaba en gris sobre la nube de contaminación de la zona de fábricas y fundiciones. El mar, no era más que una pincelada azul que llegaba hasta el horizonte. 

Uno de esos nuevos trasportes aéreos, cruzaba la ciudad hasta el aeropuerto. El Zepelín tenía dos amplias hélices, un inmenso globo en forma de pepino y una pequeña cabina suspendida entre todas las piezas. 

Debía tomar uno, y ver el mundo desde el cielo. Era algo que me había prometido, hacía ya años, pero debo reconocer, que tampoco tenía a nadie para compartir el viaje. O una cena, en el más lujoso restaurante, que la ciudad albergaba y se encontraba en uno de esos aparatos, estaba en boca de todos. Decían que el suelo, era todo de cristal y que se cenaba con la sensación de estar en las nubes.Tal vez, fuese a cenar con Rossy, seguro que también le encantaría. 

Según Cloti, la niña había estado pegada a mí durante los tres días que estuve sin conocimiento y la semana posterior. En ese momento, sentada en el suelo, movía su dedito por el tomo lectivo y de vez en cuando, me preguntaba cómo se pronunciaba o decía algo de su contenido. Aunque a veces era un verdadero martirio. Debo reconocer que ya no me imaginaba una vida sin aquella pequeña misteriosa, revoloteando por todas partes.

— Ya está bien de mirarse el ombligo — Cloti entro con dos platitos de postre, en ambos había un generoso trozo de pastel—. Esta noche, usted, se va a ir a pasear. 

— Cloti aún no me veo capaz — en realidad, me encontraba mucho mejor, pero como para ir a la ciudad andando, no. Rossy acepto su platito y sin recato alguno, se lo zampo.

— El Gañán está limpiando la Calesa, tengo preparado su mejor traje y Rossy, necesita salir a la calle. Así podrá estrenar su nuevo vestido.

— Pero…

— A mí no me repliques jovencito. Llevo cuarenta años llevándote de la mano y nadie mejor que yo sé que es mejor para ti. Así que vístete. 

¿Y si era es el momento perfecto para esa cena aérea?

— Rossy, ves aquel zepelín.

— Ala, como vuela.

— Ese globo está lleno de helio, un gas… bueno, tampoco es necesario que sepas cómo, y tal vez yo no sea el más indicado para explicártelo. ¿Te gustaría subir a uno? — los ojos de Rossy se abrieron como platos.

— Ahí, en el aire.

— De eso nada —concluyo Cloti — esas máquinas infernales son muy peligrosas.

— Está demostrado que es más seguro que cualquier medio de transporte terrestre.

— Y una mierda — bufo Cloti— si eso se cae, no queda ni uno vivo. Así, que algo más tranquilito, vaya a ver a su viejo amigo, el chef. Estará encantado de que su hija hablé con usted — miré a Cloti con la misma cara, que siempre ponía cuando hacía de casamentera.

— Bueno, iremos a ver a mi amigo —Cloti asintió y se marchó, Rossy se quedó apagada. Le estiré mi platito y la niña se lo zampo igual de deprisa, pero con desgana.


— Pues yo quería cenar volando — en sus ojitos, vi su decepción. 

— Sabes guardar un secreto.

— Sí.

— Vamos a cenar en ese zepelín, pero Cloti no puede enterarse — Rossy sonrió traviesa, se limpió los labios con el envés del antebrazo y me dio un fuerte achuchón, después salió corriendo tras Cloti.

Bueno, tras aquella conversación ya podía imaginar que Sebastián no se arriesgaría a ayudarme por miedo a las represalias de Cloti. Así que me dispuse para darme un buen baño de agua caliente. Llame al servicio y rápidamente se dispusieron a prepararlo.El servicio envió un aviso a Paúl, ya que me había salvado la vida y aún parecían haber asperezas, una cena tal vez le gustará. De paso, me pondría al día con los asuntos más mundanos.

Mi chófer nos llevó hasta la entrada del Barrio como lo llama Paúl, la zona más humilde de la ciudad. Rossy estaba guapísima, llevaba un vestido completamente negro, del mismo tejido brillante que mi traje. Según Cloti, la niña tenía los mismos gustos sobrios que yo. Y era evidente. 

Paúl por su parte, apareció con un traje de diseño azul y una amplia sonrisa en la cara. Seguramente acaba de pasar por la puerta del prostíbulo y sus chicas habían piropeado al jayán. Se plantó bajo la Calesa y dio una vuelta para que viésemos su porte.

— Vaya señor Paúl está usted muy guapo — dijo Rossy riendo.

— Tú también estás encantadora, y tú, bueno, estás.Creo que había más asperezas que limar, de las que pensaba.

— Dime, Rossy, ¿a dónde me vas a llevar? —Paúl subió a la Calesa y se sentó junto a Rossy y frente a mí.

— ¡Vamos a cenar volando!

— ¿De verdad, en ese Zepelín?, Veo que nuestro amigo recuerda perfectamente que tengo pánico a las alturas — en su tono se entendía su enfado, otra vez la había cargado.

— Podemos ir a otra parte — conteste rápidamente.

— No… — susurro Rossy.

— De eso nada, mi chica quiere cenar volando y eso mismo vamos a hacer, ¿verdad? — Rossy se agarró sonriente al brazo de Paúl y asintió con decisión. Aquellos dos hacían muy buenas migas.

El aeropuerto era una explanada de grandes dimensiones, un paseo bordeado por unas antorchas conducía desde las caballerizas, hasta el Zepelín que esperaba a sus comensales. Paúl y Rossy iban delante. Riendo y haciéndose la puñeta. Paúl tenía mucha mano con los niños, seguramente ser el quinto de diez hermanos tenía esa ventaja.

Nos concedieron una mesa cerca de una de las cristaleras y Paúl nos invitó a ocupar los asientos más cercanos a las vistas. Aunque aún le faltaba descubrir uno de los secretos del Zepelín.Debido a mi posición, me vi obligado a saludar a muchos de los nobles que subían a mi alrededor. Estaba toda la crema de la ciudad, desde el alcalde al jefe de alguaciles, músicos de renombre, banqueros y hombres de negocios. 

El metre tocó una campanilla y todo el mundo se quedó en silencio. Las luces se apagaron.

— Damas y caballeros, el restaurante Altos vuelos, dará comienzo a su banquete. En cuestión de minutos, tomaremos la altura necesaria para sobrevolar nuestra querida ciudad. Les recomiendo, beber con moderación. Así pues, da comienzo el ascenso.

La campanita volvió a sonar y un con un fuerte sonido en los conductos, sobre nuestras cabezas, comenzó a terminarse de hinchar el globo aerostático. Los comensales comenzaron a aplaudir. 

La cabina comenzó, a ascender y el rostro de Paúl cambio de color al ver, que el suelo que tenía bajo sus pies se perdía en la oscuridad de la noche y que el camino de antorchas parecía, más bien, una hilada de cerillas. Tal vez no había oído nada de aquel famoso suelo trasparente.

Rossy estaba encantada. Miraba hacia todos los lados entusiasmada. Y aunque le señalaba partes de la ciudad a Paúl, él intentaba, rígido como un palo, mirar solamente hacia la mesa, luego poco a poco fue recobrando la postura. Aunque su frente estaba comenzando a perlarse. 

Una bonita tonada, de un cuarteto de cuerda, dio paso al primero de los platos. Langostas y cangrejo al vapor.Hacía años que no sentía tanta vergüenza, Paúl y Rossy sorbían, gritaban y tenían manchados hasta los dobladillos de las muñecas. Paúl simulaba ser un cangrejo gigante y Rossy le atacaba con las pinzas de la Langosta. Ponían vocecitas, hacían ruido al masticar y hablaban sin pudor alguno con la boca llena. 

Estábamos siendo el centro de atención, algo que a mí me encantaba, espero se lea la ironía. Intentando no cruzar mirada con otros comensales. Me percaté de algo raro. Había unos tipos bien vestidos, pero de cara descuidada, sus barbas no habían visitado un barbero en la vida. Y teniendo en cuenta el precio del cubierto. No era difícil darse cuenta de que aquellos hombres no pertenecían a aquel lugar. En otra esquina había otra mesa muy similar. Alguno de ellos lucía feas cicatrices en su cara. Se veía a la legua que eran delincuentes y de los peligrosos.

— Algo no me huele bien — Paúl me miró con la pata de la Langosta simulando un bigote.

— A ti siempre te huele todo mal — dijo con voz aguda mientras Rossy se reía.

— Esos tipos, no deberían de estar aquí.

— Ni yo tampoco, y aquí estoy, invitado por el mismísimo Lord Logan.

Uno de los hombres de la mesa se levantó y fue directo hacia el metre. Saco un machete y rebano el cuello del trabajador hasta que la sangre mancho a los comensales más cercanos que comenzaron a chillar.

— Ostia — dijo Paúl.

— ¡Damas y caballeros!, esto es un atraco, den todos sus objetos de valor a mis hombres y no habrá más sangre. Si descubro que alguien intenta guardarse algo, será el siguiente en regar este bonito suelo.

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