Mala muerte: Capítulo 13 Giro de tambor


La tensión se mascaba en el ambiente, eran ocho hombres, bien armados, y por sus rostros taimados, dispuestos a cumplir su palabra.

Si descubro que alguien intenta guardarse algo, será el siguiente en regar este bonito suelo.

Si algo sabía de la gente que se encontraba a bordo del Zepelín, es que eran hombres luchadores, ninguno de ellos, salvo los ricos de cuna, se habían dejado amedrentar por la vida y alguno, haría alguna tontería. 

Paúl estaba cabizbajo, intentaba rebajar su presencia. Aunque no era ningún ricachón, ni mucho menos, era el hombre más importante presente en la nave, sus aportes a la comunidad, su relación con los trabajadores y los empresarios, ponía nervioso a mucha gente. Así que rebajo su perfil tanto como su nuevo traje azul, le permitía, en aquel lugar, de recatados colores neutros.

Los asaltantes iban en parejas, mesa por mesa, uno enseñaba su revolver y el otro mostraba el saco, donde poco a poco iban cayendo todas las joyas y carteras.Si tan solo era un robo, era mejor hacer lo que decían, estos hombres no eran cuatro memos de los que ladran, pero no muerden, no sé dé dónde sacaría esa escoria el Duque, pero cada vez, eran personas más peligrosas.

En la mesa colindante a mí, se encontraba un grupo de viejos militares, uno era un viejo Comandante, amigo de la familia, dos coroneles y un Mariscal. Los atracadores saquearon la mesa más cercana a los cuatro veteranos. Y su turno llegó.

— Viejos, vaciar vuestros bolsillos — dijo con voz aflautada un matón con un gran revólver.

— Vacíamelos tú, alcornoque —rugió el Mariscal, en el rostro de Ladrón se dibujó una sonrisa. Estaban deseosos de apretar el gatillo.

— Señores, no hace falta discutir — me entrometí, los seis me miraron perplejos — es mejor hacer caso a estos hombres, cogen lo que quieren y se marchan — dije depositando mi reloj de cadena en el saco. 

— ¡Yo no soy un cobarde! — dijo el Mariscal—, he luchado en suficientes guerras como para no amedrentarme ante un abusón sin escrúpulos. Será por encima de mi cadáver.

Conforme terminó la frase, un disparo fue efectuado tras de mí, pude sentir la fuerza del aire de la bala cerca de mi oreja y ver como la frente del hombre era perforada y sus sesos, se quedaban pegados en la mampara de atrás. Los otros tres hombres se levantaron de golpe, más por el susto que por un acto de valentía.

— Hagan caso a este señor, denme sus tesoros y nos marcharemos sin hacer daño a nadie. Pero si veo el más mínimo signo de rebeldía, bueno, vaciaré sus cráneos.

— Esto es un ultraje — rugió el comandante — este hombre era un héroe y un bastardo mal nacido como tú, no tiene derecho a disparar a un hombre como este.

El tambor volvió a girar y los sesos del comandante, acompañaron a la decoración que ya había iniciado el Mariscal. Los otros dos hombres vaciaron sus bolsillos nerviosos. Después de aquella demostración, no debería de haber más problemas.

El turno de mi mesa llegó, Paúl depósito un viejo reloj de pulsera y una billetera cuarteada y remendada varias veces. Yo vacíe mi billetera y me despoje de mi sello familiar. Los saqueadores nos miraron de arriba abajo, no parecían conocer a Paúl, eso era toda una suerte.

— Que niña más bonita. ¿Jefe, podemos llevárnosla? — dijo el matón de voz aflautada.

— ¿Cabe en el saco?

— No creo — dijo con incredulidad el matón.

— ¡Entonces no memo! Ya te pagarás una fulana con el botín.

— Vale jefe — dijo resignado el matón — volveremos a vernos, chiquilla y la próxima vez, traeré un saco más grande — su lengua se relamió y yo pude observar como Rossy se tensaban y apretaba su puño —. ¿Qué llevas hay, niña?

— ¡Nada! — grito Rossy, pero yo pude ver que era su saquito de los anillos.

— ¡Dame eso! — Grito el Matón.— Tranquilos, no hay por qué ponerse nerviosos — el jefe se acercó a la mesa —, este hombre ha colaborado y seguro que su niñita también lo hará, ¿Verdad caballera? — el cañón del revolver apunto la cabeza de Paúl.

— Dáselo, Rossy. No vale la pena.

— Pero eran de tu madre, son importantes para ti.

— Tú lo eres más, dáselos.

— No — la voz sonó gutural, sus ojos se pusieron en blanco. 

El revólver del hombre comenzó a levantarse lentamente, en su rostro se veía el miedo. Rossy dirigía el revólver hacia su frente, lo apoyo sobre la piel, y los sesos del hombre salieron esparcidos por los decorados del techo.

— ¡¿Qué coño ha sido a eso?! — Rugió un matón desde la otra punta.

Sujete la mano de Rossy, estaba tan fría como el metal. Los hombres comenzaron a gruñir intentando controlar sus armas. No entendían que les sucedía, se dispararon entre ellos, y el último, metió su cañón en su boca y mientras lloraba apretó el gatillo tintando el techo, como su jefe. Rossy cayó sobre mi brazo. Estaba sudorosa. Y le costaba respirar. Esos poderes suyos eran increíbles, pero no debían de ser muy saludables para ella.

— ¿Qué demonios a pasado aquí?, ¿Qué locura es esta?El jefe de alguaciles, que se encontraba sentado en la mesa junto al alcalde, no daba crédito. Por supuesto, nadie hubiese imaginado que Rossy había sido la autora de aquellos hechos. Y su falta de fuerzas, lo acusaron a que se debía de haber desmayado por el susto. 

Pero si el tema del Salón Social había sido la comidilla del barrio, según Paúl, este acontecimiento lo sería para toda la ciudad. 

Espero que nadie até cabos, Paúl y Rossy estaban en los dos escenarios. 



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