Mala muerte: Capítulo 14 Hambre


La sala era diáfana y circular, la cadena de plata, colgaba del techo anclada por una argolla, en el suelo, hecho un ovillo, había un niño, de pelo negro y piel tan blanca que las venas se clareaban, sus ojos estaban sombreados, amoratados, sus labios hinchados, su respiración era costosa. Desnudo, empapado por el agua que caía de un orificio del techo abovedado y débil, su respiración, cada vez era más débil.

— Jefe, si esa bestia no come pronto, morirá — el hombre en cuestión era mayor, de pelo cano y en su ojo izquierdo llevaba un monóculo, su bata blanca salpicada de sangre seca parecía un saco de huesos que pendía de un hilo.

— ¿Algún avance? — pregunto el Duque mientras observaba a su reo desde una mampara de seguridad.

— Es igual de terco que su hermana, no entra en razón. Si le soy sincero, creo que jamás domaremos a ese… monstruo.

— Entonces, ¿debemos asumir que no podemos usarlo como arma?

— Eso me temo… he probado todo lo que se me ha ocurrido.

— Entonces ya no me sirves — El Duque saco un revólver y apunto al anciano.

— No, por todos los dioses, jefe, intentaré algunas cosas más — al hombre se le había caído el monóculo del nerviosismo.

— Nunca, des, escusas — El Duque disparo a la pierna del hombre que cayó a peso entre llantos, uno de los secuaces del Duque, abrió la puerta de la celda, agarró al anciano de la solapa y lo lanzó dentro de la sala. Después cerró y giró la palanca de seguridad.

A través del cristal se escuchaban las súplicas del anciano. Gesticulaba pidiendo perdón. La sangre de su pierna salía lenta, el disparo le había impactado en la tibia. Casi una rozadura.

El niño pareció moverse de súbito. Olfateaba el aire, se puso a cuatro patas y comenzó a mirar en todas direcciones, a su espalda, el médico se cayó, tapándose la boca con la mano. El pequeño charco de sangre iba creciendo por momentos. Cómo un depredador, el niño bajo su perfil, agachando su cuerpo, haciéndose más de pequeño ante su presa. 

Comenzó a avanzar lentamente y dotando de velocidad poco a poco sus movimientos, una vez la sangre supero el desnivel del suelo, el cual, acaba en un sumidero, comenzó a desbordarse por las aguas que le habían dado al piso. 

Un fino hilo de sangre corría cuesta abajo hacia el niño, lo palpo, lamió su mano llenando su cara de dedos ensangrentados. Se agachó y comenzó a lamer del afluente. Su piel se tornó, poco a poco menos blanquecina. Sus ojos se inyectaron de ira, de un odio absoluto. 

Aquel que lo había sometido a toda clase de torturas y experimentos, yacía frente a él asustado. Avanzó lentamente, alargando el momento, disfrutando de cada segundo de dolor y miedo de su presa. 

Volvió a beber, esta vez del charco, lamiendo con su lengua el sucio suelo. Con una velocidad inusual, se colocó sobre el anciano y pego su rostro al suyo. Lo olfateó, lamió su cara, desde la barbilla hasta la sien.

El anciano, con los ojos cerrados, movía los labios en algún tipo de rezo. El niño lo miró curioso, mientras de sus dedos crecían unas afiladas y largas garras negras. Hundió su mano en las tripas del hombre, estiró, y saco parte del estómago. Comenzó a devorarlo entre sufrimiento y agonía del anciano. Agarró su brazo por la muñeca, y con la otra mano, apretó con fuerza el hombro del anciano contra la pared. Y lentamente comenzó a estirar. Los tendones y huesos del hombro cedieron. El brazo comenzó a tener una longitud inverosímil, el anciano gritaba, pateaba y con su otra mano, intentaba que el contenido de su estómago no se esparciera por el suelo. Con un suave tirón, el brazo, desmembrando, cedió y el niño lamió la sangre del hombro y lo descarto lanzándolo por encima de su cabeza. 

El anciano se desmayó, nadie podía soportar aquella aberración. El niño se lanzó a su cuello, mordió su gaznate y arrancó la nuez y parte de la garganta. La sangre manchaba las paredes. El suelo y la desnudez del niño, el cuerpo del hombre convulsionaba bajo su depredador, que mordía arrancando tejidos y huesos. Incluso alguien como el Duque, acostumbrado a ver torturar a personas, se le hizo un nudo en el estómago.

— Traerme a otro doctor.

— Si jefe — el matón se disponía irse.

— Y avisa a todos de lo que ocurre cuando se me falla. 

— Si jefe — debido al miedo el matón se quedó paralizado, por si su jefe quería darle alguna otra orden.

— ¡Largó!

— Si… jefe — dijo el matón mientras corría hacia la puerta intentando no ver lo que sucedía dentro de la celda.

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