Mala muerte: Capítulo 16 Duncan Thomson

El viento era fresco, el olor a salitre impregnaba las calles colindantes al puerto, volaban gaviotas en círculo sobre sus cabezas, graznaban en busca del sustento que el puerto les ofrecía, carroña, roedores y fruta podrida.

El mar estaba en calma y una docena de buques se acercaban a toda vela. No era más que el principio, debían de llegar ese mismo día, cientos de buques como aquellos, llenos de los nuevos trabajadores del Duque.

Los hombres se agolpaban bajo los tinglados, con sus herramientas en alto. El ambiente era tenso, sus rostros eran iracundos, una sola chispa y todos aquellos saltaría por los aires como un polvorín. El Juez hablaba con los vocales del barrio, cinco distritos, cinco vocales. Uno de ellos, en su nuevo puesto, tras la brutal muerte a palos del último a manos de uno de los secuaces del Duque. Todos ellos hombres de avanzada edad pero con hierro corriendo por sus venas.

El desfile de la guardia de la ciudad comenzó a descender a los amarres. Con sus fusiles en el hombro, con sus gorras bien alineadas. Miraban a sus hermanos y padres con vergüenza, ¿pero qué otra cosa podían hacer?, ¿Cometer traición?, ¿Emprender un motín? 

La primera tabla cayó sobre el embarcadero y una lastimosa fila de cuerpos esqueléticos comenzó a bajar con la cabeza gacha. Sobre la cubierta de los buques, grandes hombres de color, azotaban con látigos a los rezagados, con su mismo tono de piel. Los hombres del barrio, descompuestos por la situación, bajaros sus herramientas.

— ¿Son esclavos? — decían voces anónimas e incrédulas.

Hacía ya más de cien años, que en aquella parte del mundo, la esclavitud había sido abolida. Y por culpa de ese bastardo, aquellos hombres famélicos la habían traído de vuelta.

— Tío, tenemos que hacer algo, esto es una aberración — susurro Paúl al Juez.
— Ahora no hijo, ahora no.

— ¿Y cuándo?, ¿Vamos a permitir que esos pobres desgraciados trabajen hasta morir?

— Eso no es problema nuestro chico — dijo uno de los vocales.

— ¿Cómo que no es problema nuestro?, ¿En qué nos convierte eso?.

— ¿Sabes que sucedería si alguno de nosotros se entromete ahora? — dijo otro vocal—. Chico, esos guardias son nuestros hijos. 

— ¿Y cuánto tardaremos en ser esclavos nosotros? — escupió Paúl atónito.

— Eres muy joven Paúl, y tienes un gran corazón, de eso no nos cabe duda — explicó otro de los vocales con voz tranquilizadora — pero debes de ser más inteligente y menos impulsivo. Eres un referente para todos estos hombres, debes de ser su veleta. Ellos te seguirían hasta la muerte, pero no por eso, debes de empujarlos a ello — a Paúl se le hizo un nudo en el estómago.

— Pero…

— Todo a su tiempo hijo—dijo el Juez apoyando su huesuda mano sobre su hombro.

Al otro lado del embarcadero, los patronos, con rostros avergonzados y sumisos, miraban sus nuevos trabajadores. Entre ellos Logan destacaba por su altura y porte. Su rostro no era de vergüenza sino de odio. Paúl vio como el presidente de la cámara le decía algo al oído. Seguramente lo mismo que acaban de decirle a él.

— ¿Qué habéis decidido hacer? — escupió Paúl iracundo.

— Haremos esa guerra, chico, pero desde las sombras, sin poner en aprietos a nuestros hijos. Debemos sacar de la ciudad a las mujeres y niños. Las granjas están dispuestas a darles asilo. Allí deberían estar asalvo — dijo el nuevo vocal.

— Pero debe de ser poco a poco, no podemos levantar sospechas, debemos preparar a los hombres, formar grupos. Eso puede llevar algún tiempo. Así que— dijo el Juez mirando a los ojos a su sobrino—, mantente alejado de las peleas. Necesitamos que seas un referente.

— Lo intentaré — dijo Paúl, no muy convencido.

Paúl se marchó dando patadas a la basura que se encontraba a su paso. Maldiciendo, gruñendo como un animal enjaulado. Sabía que lo que aquellos hombres sabios le habían dicho era cierto. Tenía que ser más listo y menos impulsivo.

Unas calles más abajo, se encontró a Logan con la misma actitud. Juntos se marcharon a una taberna que ostentaba el nombre de “La Estrella del Mar”.

Durante horas, prepararon su siguiente paso. Y el primer paso, pasaba por acudir a hablar con un viejo amigo de la familia de Logan, un reputado general en la reserva. Un hombre de acción y con la suficiente habilidad como para llevar a cabo una ofensiva de esa envergadura; ya que no era lo mismo, matar a un solo hombre, entre las sombras, que dirigir un ejército de esa envergadura.

La casa del general era un humilde casa en la zona de las fábricas, podría haber ostentado una gran mansión como el mismo Logan, pero para un hombre que había pasado su vida en tiendas de campaña, y viajes por todo el mundo, eso sería una verdadera tortura. 

El ama de llaves los recibió y los dirigió al humilde despacho del general. Donde las botellas de whisky se amontonaban en dos grupos, sobre los muebles, las aún llenas y por el suelo, las vaciadas.

— ¿Estás seguro de que este es nuestro hombre? — pregunto Paúl mirando a aquel alcohólico sin afeitar.

— Está un poco oxidado, pero sí, lo necesitamos. 

— General Duncan, estos chicos han venido a visitarlo — le susurró la mujer al hombre que dormía la última borrachera. El general abrió un ojo y miró a Logan sorprendido. Se levantó y comenzó a recoger los papeles de su mesa, como si fuese la única cosa fuera de lugar en aquella sala.

— Querido Logan, ¿a qué debo este placer? — dijo muy dignamente el General, aunque sus sucios calzones asomaran junto a sus huesudas piernas bajo su casaca. La mujer se marchó afanosa.

— Necesitamos tu ayuda, viejo amigo.

— ¿Mi ayuda?... Entonces debes de tener un gran problema, hijo. Como podrás ver, no puedo ni ayudarme a mí mismo — sus ojos vidriosos miraron en rededor.

— ¿Aún tienes pesadillas?

— Y van a peor. Aún veo sus caras, sus cuerpos esparcidos por todas partes. También a sus mujeres y sus hijos cuando le daba las malas nuevas. Pero no estás aquí para oír él desvarió de un viejo afligido por sus decisiones. ¿En qué puedo ayudarte?, hijo — los ojos del anciano se posaron en Paúl — ¿Quién es este joven? — le estrecho la mano a Paúl sorprendiéndole con la fuerza que lo hizo.

— Mi nombre es Paúl, señor, es un orgullo estrechar su mano.

— Valla, aún queda decoro en la juventud. Soy el General Duncan Thomson, a su servicio. Y bien, ¿Qué necesitáis de un viejo decrépito?

— Tus dotes de mando — dijo Logan y el hombre levantó sus ojos pesarosos lentamente—. Sé que lo que te pido es excesivo. Pero no sé si has leído últimamente los diarios.

— Si, por supuesto, debo estar al día con las cosas de esta ciudad.

— Entonces sabrás que la cámara de comercio ha prescindido de los hombres del barrio.

— Si así es, ¿pero qué tiene que ver eso conmigo?

— Se prepara una guerra — sentenció Paúl.

— Y tú, eres el mejor para dirigirla— acuñó Logan. El hombre se desplomó en su sillón.

— Yo ya no soy ese hombre.

— Pues tendrás que serlo, nuevamente. Si no la ciudad que tanto amas pasará a manos de un cruel asesino.

— Seguro que hay gente más joven que pueda hacer eso, hijo — dijo cogiendo un baso sucio del escritorio y llenándolo de whisky.

— La ciudad te necesita, Duncan. Eres nuestra mejor opción — el anciano silbo con sorpresa.

— Pues sí que están mal las cosas… 

— Miré, señor— intervino Paúl — esta guerra la vamos a llevar a cabo con o sin su ayuda. Pero sería de gran valor su formación. Los hombres aún le recuerdan, su nombre es ley en cuanto a las guerras se refieren, es usted un referente para todos. Solo su presencia, haría que la moral subiera.

— ¿Eso es cierto? — dijo Duncan mirando a Logan con cara de sorpresa.

— Así es amigo. Tú eres nuestro hombre.

— Bueno, si sigo siendo un referente — el hombre se levantó del sillón con una energía sorpréndete, se dirigió a las ventanas y descorrió las cortinas, dejando entrar la luz del sol. En su rostro, se dibujó el orgullo—. Contar conmigo, no puedo fallar a esta ciudad, ¡Madeleine!, ¡Madeleine!.

— Dígame General — dijo la mujer que, sin duda, seguía oculta tras la pared.

— Necesito mi mejor traje de gala, mi sable y mi revolver — en el rostro de la mujer, se dibujó una sonrisa enorme— debo dirigir a estos hombres a la victoria— con un gesto de su mano, ordenó que lo dejasen solo — ¿dónde están mis planos? — rumiaba para sí, los tres se marcharon.

— Que los dioses os bendigan, chicos, pensé que jamás volvería a salir de ahí — dijo el ama de llaves mientras los acompañaba a la puerta — únicamente os pido una cosa.

— Claro, señora — dijo Paúl, respetuoso.

— Acabar con ese hijo de puta de una vez. Liberar a esta ciudad de esa rata.

— Esa es la idea, señora — contesto Logan.

— Y devolvérmelo de una pieza —ambos asintieron a la vez—. Ale, pues marchad, el general estará listo en unas horas. Os deseo mucha suerte.

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