Mala muerte capítulo 15 La Cámara de Comercio

El frío matutino erizó su piel, como cada mañana, se despertó con el canto del gallo de su vecina. Era difícil no oírlo, su jaula se encontraba a menos de dos metros de la ventana de su habitación. Los primeros años fue una verdadera tortura. Pero Paúl había aprendido, a apreciar la ventaja. No había mañana que se durmiera.
Se vistió y salió a la pequeña cocina de la casa de su tío, el Juez. Era un hombre duro, tenaz y justo. Pero desde los asesinatos cometidos por el Duque, Paúl había visto como mermaban esas cualidades. Pronto dejaría el cargo. Lo leía en sus ojos. 

Agarró una manzana, beso a su tío en la calva, con la consecuente cantinela de todos los días y se marchó al Salón a comenzar su día a día.

A sus veinticinco años, Paúl tenía una gran carga sobre sus hombros. Sus contactos y sus hombres, lo usaban de intermediario para las vacantes en los trabajos. Todo aquel, que Paúl no había conseguido colocar. Acudía cada mañana para ver si había trabajo. Paúl recogía cada mañana las horas y lugares y gracias a la ayuda de Logan, también el salario a percibir y al día siguiente los repartía según necesidades. 

Habitualmente, los más jóvenes del barrio eran su rebaño, pero cuando llegó, había una veintena de hombres con malas caras.Paúl se acercó a uno de esos hombres.

— ¿Por qué estáis aquí? — el hombre lo miró con preocupación.

— La conservera ardió ayer. No pudimos salvar más que las vidas… creemos que fue manipulado el almacén de aceite.

— ¿Y quién haría esa maldad?

— Yo no te he dicho nada — dijo el hombre bajando la voz y acercándose a Paúl—. Algunos dicen que el jefe no cedió a los hombres del Duque. Los vieron la semana pasada merodear por sus oficinas. Y ahora él está desaparecido y la fábrica quemada.

Como la ley del barrio dictaba, los mejores trabajos los repartió entre los que más cargas familiares tenían. Algunos jóvenes se fueron con las manos vacías. Eso no era bueno, cuanta más pobreza hubiese en el barrio, más jóvenes caerían en las manos del Duque.

Malhumorado, Paúl se marchó hacia el puerto. Debía asegurarse de que los hombres se personaran en sus puestos. Y si era necesario, buscaba porteadores para atracos de última hora. Por desgracia, hacía meses que las otras mafias de la ciudad habían caído una a una, no eran asesinos, para eso estaba Logan, pero si comerciaban de contrabando, licores y sustancias… dudosas.

El puerto era su lugar favorito. Trabajo para sus hombres, negocios para la ciudad, viajes llenos de aventuras y llegadas emotivas. Era un compendio de emociones en un solo sitio. La gente reía, gritaba, trabajaba. Era, sin duda, un buen lugar.

Se dirigió al centro neurálgico del Puerto, un edificio donde todas las navieras o fábricas de la ciudad tenían una pequeña oficina. De unos años para adelante, le habían otorgado el nombre de Cámara de Comercio. Allí, los empresarios y nobles mercaderes pactaban los salarios y le depositaban la lista de trabajos para el día siguiente. Paúl conocía del primero al último de aquellos hombres y mujeres. Y aunque a muchos les caía mal, sabían que debían trabajar con él para el buen funcionamiento de sus negocios.

Al entrar al edificio, sintió una sensación distinta a las de otros días. Las secretarias estaban cabizbajas, los empleadores, malhumorados y los empresarios reunidos en una junta urgente. 

Eso no le olió bien a Paúl, hacía años, que él estaba invitado a todas esas juntas, y su voto, era respetado.Al llegar a las puertas dobles de la sala de certámenes, escuchó desde fuera los gritos de un hombre. Era raro que allí dentro la gente se hablase tan acaloradamente. 

Abrió las puertas y todo el mundo se giró para mirarlo. Logan se encontraba sentado en una de las gradas. Su rostro era de gran enfado. El noble que rebatía a voces, era justo contra su amigo. Paúl ascendió por la escalera, las miradas de los hombres señalaban una gran vergüenza.

— ¿Qué pasa aquí, Logan?— Logan lo miro iracundo.

— Me niego, y todos vosotros deberíais también. No podemos ceder a ese matón — Logan se levantó para darle énfasis a su discurso —. Son nuestros conciudadanos, nuestros vecinos. Los hombres y mujeres que han hecho que nuestras empresas crezcan. No merecen esto.

— ¡Ni yo que me quemen la fábrica! — así que era verdad, el Duque había quemado la conservera —. Y su mensaje fue claro. Él proveerá los hombres para nuestros trabajos. A la mitad de precio.

Paúl no daba crédito a la discusión que avanzaba ante él, el Duque quería acabar con la gente del barrio. Quería traer gente de fuera para que la economía de la ciudad se hundiera y a esos hombres, solo les importaban que no quemaran sus negocios.

— ¡No podéis ceder! — rugió Paúl— acaso no veis lo que sucederá, toda la economía de la ciudad caerá, habrá hambrunas. Y cuando ya no quede gente buena para trabajar, os duplicará el precio, os hundirá en la Mierda.

— Señor Paúl — dijo el empresario que tenía la palabra —. Anoche, no tenía usted un machete en el gaznate, ni en el de su familia. Presencié él fina del aquel desgraciado. Lo mataron a palos y después a su familia, de allí, fueron a quemar su conservera. Llámame cobarde si es lo que deseas.

— ¡Tenemos que luchar! — Paúl golpeó la balaustrada de madera que tenía justo delante. El empresario miró a uno de los guardias y asintió. Seis guardias cercaron a Paúl.

— Me temo, señor Paúl, que su presencia ya no es necesaria en esta cámara. Esto no es un debate, es el resultado de una votación y se ha votado a favor del Duque, así que puede marcharse, por las buenas o por las malas.

— Si me tocas un solo pelo, te vas a llevar una buena— le dijo Paúl al guardia que antes llegó a su lado, el guardia lo miró sin ira, ni odio, también sentía una gran vergüenza, al fin y al cabo, ese hombre había llegado hasta esa cómoda vida gracias a Paúl.

— Señor, debo obedecer. Quiero que entienda que no es nada personal — se explicó el guardia bajo el asombro de toda la cámara. Paúl lo miró compresivo, cuando se disponía a salir de su estrado por su propio bien, un fuerte empujón vino desde atrás y casi lo lanza escaleras abajo.

— Menos explicaciones, fuera de aquí — dijo un guardia al que no conocía de nada mientras se sujetaba precariamente a la bancada. Debía de ser uno de los nuevos hombres del Duque, un espía.

Paúl le golpeó con fuerza un derechazo en la cara, después su izquierda se hundió en el estómago y cuando el hombre se dobló por el dolor, le propinó un fuerte rodillazo en la cara produciendo un feo sonido. El hombre cayó inconsciente a los peldaños y el primer guardia se apartó dejando claro que no tenía nada que ver con aquello.

— Marchémonos — ordenó Logan.

— No dejaré que estos cobardes cedan.— Ahora no es el momento Paúl. Esta gente tiene miedo por sus vidas y negocios.

— ¿Y las vidas y negocios de los míos?, ¿Acaso no importan? — Paúl se dirigió a las gradas — Estáis cometiendo un error. Ese hombre os va a hundir en la miseria, os robará vuestros negocios, os tendrá como a perros encadenados, tenemos que unirnos y ¡luchar!

— Me temo, señor Paúl, que nosotros no tenemos la ferocidad de su juventud. Somos hombres acomodados, como bien dice usted, cobardes. Pero es mejor ser un cobarde vivo, que un valiente flotando en los canales.

El hombre que hablaba era el presidente de la cámara de comercio, era un buen hombre y como el mismo había dicho, hacía muchos años que la juventud lo había abandonado. Paúl vio en sus ojos el miedo, la vergüenza y la obligación de salvaguardar su puesto.

— ¿Y qué le digo a mis hombres?, ¿Acaso entendéis el daño que le vais a hacer a la ciudad?

— Señor Paúl, esa es su responsabilidad, estoy seguro de que sabrá cómo lidiar con esto. Ahora le ruego abandone esta sede. Sin violencia, se lo ruego encarecidamente.

Logan saco a Paúl cogido por el codo. Paúl, al cruzar las puertas de la sala, se zafó molesto. Miró enfadado a Logan, desde muy joven, había hecho eso mismo; ponerse en medio de sus discusiones. Sacarlo como a un niño mal criado por el codo cuando, según él, la discusión había terminado.

— Ya no soy un niño, ¿sabes?

— Claro que lo sé, Paúl, pero de nada sirve gastar energías con hombres que ya han tomado una decisión, y más si sus vidas depende de ella.

— ¿Acaso no saben lo que va a suceder?

— Si, claro que lo saben, pero el miedo puede más que la cordura. Confió en que la razón vuelva a ellos. Pero ahora no es ese momento. Ven conmigo. Debo contarte algo.

Los dos amigos salieron del edificio, las secretarias, con las que tantas veces había intentado coquetear Paúl, le miraban con tristeza, con compasión. Para su suerte, ellas tenían asegurado sus puestos, no había muchas mujeres que prefirieran un trabajo tan complejo, en vez de quedarse en sus casas cocinando para toda su prole. Eran mujeres fuertes e inteligentes, lo suficiente, como para que un cara dura, como Paúl, no se hubiese llevado ninguna a su cama.

— No todo es lo que parece, amigo — le dijo Logan una vez se alejaron del edificio— muchos no están de acuerdo. Pero tienen miedo.

— Ya — contesto airado Paúl—, y por su cobardía, el barrio va a pagar un alto precio. Confiaba en el Lord Presidente, jamás pensé que fuese a traicionarnos.

— Y no lo ha hecho, representa su papel, Paúl. Hemos tenido una reunión previa a la junta. Está con nosotros, pero debemos ser inteligentes. Andar con pies de plomo.

— Eso diseño tú, al padre que no pueda dar de comer a sus hijos — escupió Paúl.

— Junto con otros comerciantes, hemos decidido no dejaros en la estacada. La cámara tiene el presupuesto más alto de las instituciones de la ciudad. Lo usaremos para que el barrio no sufra este revés. Pero antes de que ese dinero se agote. Tenemos que acabar con ese hijo de puta del Duque.

— ¿Lo dices en serio?

— Claro que lo digo en serio Paúl. A esta ciudad no le conviene arder. Necesitamos las fábricas y las navieras. Al igual que os necesitamos a vosotros. Debemos hacer creer que nos han ganado está batalla. Si esas empresas desaparecen bajo el fuego, entonces tendremos un gran problema. Tardaríamos décadas en recuperar nuestro estatus económico.

— ¿Entonces, eso de haya dentro, era todo un cuento?

— Ya vas entendiendo. ¿De verdad piensas que a esos engreídos les gusta tener a alguien por encima de ellos?. Estamos rodeados de espías del Duque, algunos, si consideran que es el futuro de esta ciudad y le han jurado lealtad. Pero son un número muy pequeño. Debemos actuar desde las sombras. Crear un grupo armado y liberar esta ciudad desde abajo. Avisa a tus hombres, acabamos de entrar en una guerra. Que ninguno actúe por su cuenta.

Paúl asintió, el Barrio no era un lugar de pusilánimes, si el Duque quería guerra, la tendría.



Comentarios

  1. Me encanta Mario. Muy buen capítulo, muy buenas ambientaciones y los diálogos geniales. Cada personaje tiene muy bien definido su arco argumental.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario