Mala muerte: Capítulo 17 El ejército del General


— ¿Este es mi ejército? — le dije a Paúl. Parecía un buen chico, aunque faltó de modales y disciplina.

— Es impresionante, ¿verdad? — me contestó sonriente, esto era inaudito.

— Desde luego que es impresionante, por lo menos a mí, ha conseguido impresionarme. Jamás había visto un grupo de matones peor encarado, peor disciplinado y con peor olor en mi vida —tuve que admitirle.

— ¿Qué?, pero si somos más de quinientos hombres preparados para dar leña.

— Querido Paúl, esta guerra no la ganarías jamás “dando leña”, yo, no dirigiré una guerra “dando leña” — que osadía — esta guerra la vamos a ganar por qué vamos a ser más listos, más rápidos, más letales y mejor estructurados que una banda de rufianes sin escrúpulos.

— ¿Le puedo dar un consejo, General? — y qué más, consejos a mi, pero claro, no puedo querer que un diamante se cree en dos días. Tendré que pulir a este chico—. No les diga que huelen mal, no lo tomarían muy bien — miré hacia la masa bajo la balconada interior del gran almacén de grano. Sus rostros me ponían los pelos de punta. Tal vez, si podía apreciar ese consejo.

— Está bien, lo are por ti. Pero no creas que voy a crear un ejército de vosotros con buenas palabras — espero que entre esos macarras queden hombres que hayan servido alguna vez… aunque lo dudo bastante. Debo recordar a Madeleine que compre vinagre a granel.

Al salir al balcón, los hombres, miraron hacia arriba en silencio. Miré sus ojos, realmente esos hombres sabían lo que se jugaban y tenían el valor para llevarlo a cabo. Tal vez, mi primera impresión, me había engañado, acostumbrado al decoro militar. Allí había hombres con coraje. Y eso exactamente, se necesita para ganar una guerra. 

El local, por fuera, parecía un derrumbe, pero era de un tamaño sin igual, los quinientos hombres se movían por él sin problemas, allí podían entrar cuatro veces más hombres. 

Un hombre, de unos cincuenta, avanzó entre la multitud. Su porte era evidentemente militar, aunque no, sus motosos ropajes. Tenía algo familiar. Dos metros, espalda de toro. Cuello de buey… ojos azules… ¡Ojos azules!

— ¡Sargento Smith!, ¿Es usted? — Rogué al hombre.

— Sí, mi General. Es un honor que me recuerde — dijo clavando un firme perfecto y sonido justo con sus tacones.

— El honor es mío. Suba aquí arriba, me va a ser de gran valor — O si, de mucho valor, era el enlace perfecto, además de una mala bestia a mi favor. Me constaba su honorabilidad y su lealtad al mando. No se podía tener más suerte. 

Mientras avanzaba hacia las escaleras los hombres tenían que apartarse a su paso, ese hombre era lo más parecido a un toro que un humano puede llegar a ser. Subió pesadamente las escaleras, el metal resonaba como si fuese aplastado. Cuando encaró la balconada, me sentí, como antaño, un niño a su lado. No podía tener más suerte. Se cuadró frente a mí. ¿Alguna vez aquel hombre me habrá mirado a los ojos?, lo dudo es físicamente imposible.

— Descanse soldado.

— A sus órdenes.

— ¿Cómo le ha tratado la vida?

— No querría saberlo, señor, el ejército, sin duda, fue mejor vida.

— Ya entiendo. Lo lamento. ¿Tienes muchas amistades ahí bajo?

— Señor, aquí somos todos hermanos. Y si alguna vez, discutimos, pues nos damos de mamporros y mañana será otro día. La vida del barrio en ese sentido es mejor que la militar. Nos conocemos desde pequeños, y ellos, aún se conocen mejor, yo fui al ejército, pero ellos han crecido juntos, o son directamente familiares.

— ¿Crees que tenemos opciones? — me miró, y si, tal vez si recordaba de antaño su mirada sin expresión.

— Con usted al mando, y disciplina, les vamos a dar por el puto culo, señor.

— Muy ilustrativo, sargento Smith, me va a ser muy útil, si señor. 

Junto a Smith, comencé a estrechar manos, para mi desgracia, tuve que soportar que me diesen, de vez en cuando, palmaditas en la espalda. Supongo que eso me convertía en uno más, pero no dejaba de dejarme estupefacto, acaso estos hombres entendían el trato que se le da a un general. Eso, teniendo en cuenta que las faltas disciplinarias aún no sabía cómo tratarlas con este tipo de gente. Vistos de cerca, cualquiera de ellos me clavaría un puñal en la espalda si les faltaba al respeto. Esa misión sería mejor que la tratará otro. El joven amigo de Logan, parecía capaz para ello. Le respetaban. Los hombres hasta le abrazan. Estaba en su salsa. Ya tenía dos pilares para levantar ese ejército. 

Tras las presentaciones, Paúl y Smith, se repartieron a partes iguales a los hombres, tuve que saltarme todos los protocolos y nombrar Sargento al chico, si no sería imposible, que tuviese algunos cabos a su mando. 

Una vez terminado aquel laborioso reparto, me dirigí a casa de Logan, esperaba su presencia en el almacén. Contaba con algo más de seriedad de ese hombre. Conocía a su padre desde la niñez, y era un hombre muy astuto, como zorro del desierto, carismático y talentoso, un buen hombre. 

El coche de caballos se detuvo frente al portón de su mansión, caminé hasta la entrada por su hermoso jardín y su mayordomo, me recibió con todos los protocolos, Sebastián, era tan profesional, que jamás me hubiese dado una cálida bienvenida, demostró su corrección con un “Buenos tardes, señor”. Pero yo denoté su alegría, al igual que la mía, por supuesto.“Señor” hacía mucho tiempo que nadie me nombraba así. Creo que me había enterrado entre todo aquel whisky demasiado tiempo. Incluso la ciudad había cambiado hacia el futuro sin mi presencia. 

Hablando de whisky, tengo el gaznate seco, maldita sea. 

Logan se encontraba en su despacho, a su alrededor había una mocosa que bailaba al son de una pegadiza melodía que el gramófono hacía sonar por todo la estancia. Logan la miraba y reía mientras ella recitaba las vocales. Era demasiado mayor para esa tontería. Tal vez sufriera alguna deficiencia.

— Querido amigo, ¿Qué tal le ha ido? — me dijo levantándose y ofreciéndome un sillón gentilmente.

— Bueno, ningún inicio es sencillo. Esperaba su presencia

— Lo lamento, tenía que cerrar la venta del almacén, General son buenos hombres — dijo tomando asiento en su gran sillón.

— No lo aparentan, pero si puede que saque de ahí un ejército que valga para algo — me senté y miré si había algo que echarme al gaznate alrededor. No vi ni una maldita botella.

— Bueno Cuénteme, ¿en qué puedo ayudarle?

— Lo primero, aceptaré una copa, lo segundo es algo más costoso.— Por supuesto — Logan abrió un cajón de su escritorio y saco dos vasos de boca ancha, una bonita botella de cristal y una gran generosidad al llenar los vasos con aquel oro líquido.

— Imagino que sabrás que un ejército es caro — le advertí, haciendo girar el whisky por dentro del vaso.

— Imagino.

— Y que también eres consciente de que no pueden ir a una guerra sin armas.

— Soy consciente.

— Valla chico eres parco en palabras.

— Perdone, es la costumbre, suelo estar solo, y últimamente eso está cambiado demasiado, debo pulir mis dotes sociales.

— Valla par, un borracho y una asesino solitario — carcajeé y Logan me miró muy pálido.

— ¿Asesino?

— Vamos chico, conozco a tu padre desde que teníamos seis años, y supongo, que no pensarás que alguien que asciende en la vida como yo, es tonto. Le descubrí enseguida, y también que su padre y su abuelo lo habían sido, así que si sumas uno más uno, tú seguirás esos pasos. No te preocupes, jamás diré nada a nadie.

— Vaya — dijo bebiendo de un trago su enorme vaso, la niña nos miró con intriga —, debo decir que me sorprende… y que en cierto modo me alivia.

— Tu padre me dijo exactamente lo mismo, chico. Pero vamos a lo importante. ¿De dónde van a salir esas armas?

— Tengo contactos en Ciudad Central, y logística para moverlas. La Cámara de Comercio, me ha prometido liquidez. Así que dígame, ¿Qué debería comprar para empezar?

Por fin el río se encauzaba, armas y hombres. Que maravillosa noticia.

— hoy mismo tendrás una lista con todo lo que necesitaré por orden de urgencia. Ahora, me ofreces otra copa.

— Por supuesto — Logan lleno nuevamente mi vaso, el olor subió hasta mi nariz, el olor a barrica, afrutado. Oro puro, oro puro.

— ¿Desde cuándo tienes una hija?

— No es mi hija, es una larga historia.

— Pues tengo todo el tiempo del mundo mientras elaboro esa lista, hijo. Cuéntame.

— Me llamo Rossy — se presentó la niña. 

Por todos los dioses, esta niña está muy pálida.

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