Mala muerte: Capítulo 8 Reliquias familiares


Esa noche la pasamos buscando alguna referencia sobre seres como Rossy, ni en los libros de medicina, ni en los libros de la fauna del planeta había algo parecido. De hecho, si hubiese algún ser en el mundo como Rossy, sería sumamente cocido.

Paúl servía de poco. Sabía leer lo justo y su búsqueda, se servía más de las ilustraciones que de los textos que ocupaban el setenta por ciento de los libros que él revisaba. De hecho, hacía una hora que estaba buscando en la sección de fantasía, pero lo di por un caso perdido.

— ¡Aquí! — lanzó el tomo abierto, debía de tener varios cientos de años, y valer una fortuna. Pero también sabía lo inútil que sería explicárselo a él.

— Paúl, esos libros son todo mentiras.

— Pues yo veo muy claro aquí, lo mismo que he visto hoy. Es una bruja.

— ¿Una bruja? — carcajeé.

— Claro, como lo he encontrado yo, es una tontería, pero tú eras el que hablabas sobre chimpancés. Por lo menos, finge que eres mi amigo y míralo — Agarré el tomo y miré la ilustración. Joder es verdad, es una bruja. La mujer flotando, sus ojos, sus venas marcadas y esa bruma saliendo de sus manos.

— ¿Qué?

— Vale, tenías razón, lo siento.

— ¿Qué has dicho?

— Que lo siento.

— Ah, por fin, ¿sabes que es la primera vez que lo haces?

— ¿Sabes que es la primera vez que tienes razón?

— Engreído. Bueno, ¿Qué pone ahí?

— Son seres oscuros.

— Pero si no puede estar más pálida.

— No se refiere a eso. Es un ser del mal.

— ¿Esa niña?

— Ya has visto lo que ha pasado, eso no era muy agradable.

— Pero nosotros estamos bien.

— Eso es verdad, también pone que, para recuperar fuerzas, suelen comer carne cruda. Y que la única manera de eliminar sus poderes es con plata pura tocando su piel — Paúl silbó sorprendido.

— ¿Qué vamos a hacer con ella?

— Nada, esa niña no me parece un peligro para nosotros. Al contrario, creo que nos ha salvado la vida — Paúl asintió.

— Vale, voy a mover unos hilos, tenemos que encontrar a ese hijo de puta y acabar con él. Cuanto más tiempo respire, más problemas nos enviara.

— Pues mueve el culo, Paúl — mi amigo se giró antes de salir — ten cuidado. Y recuerda.

— Sí, Logan, nunca se está lo bastante seguro de que no me siguen.

— Suerte.

Carne cruda, de ahí la escénita de la cocina, su rápida recuperación. Pues entonces tendré que darte carne. Si Cloti se entera de esto. Nos matará a todos.

Use mis habilidades para pasar inadvertido para el servicio, entre en mi propia cocina como un ladronzuelo, y guarde una buena cortada de carne en el bolsillo. Ahora tenía que hacer que Cloti nos dejase a solas. Y conociendo a Cloti, no sería fácil.

Subí a la habitación de invitados y encontré a Rossy sudorosa y Cloti malhumorada a su lado, hablando en el idioma materno y secando su sudor de la frente con un paño húmedo.

— ¿Cómo está?

— ¿Pero qué le habéis hecho?, ¿Cómo puede estar tan débil en tan poco tiempo?

— No lo sé, estará enferma. Vete a descansar.

— De eso nada, yo me quedo aquí.

— Yo te relevó, seguro que tienes mejores cosas que hacer.

— Claro que tengo mejores cosas que hacer. Son muchas bocas que alimentar.

— Pues vaya, creo que podré hacerme cargo.

— Logan, tú no has sabido ocuparte ni de tus mascotas.

— De eso hace veinte años, Cloti. Pienso que seré capaz de cuidar de una niña y ahora vete.

— No.

— Prepárale una buena tarta para cuando despierte.

— ¿Una tarta?

— Si, me dijo que eran las mejores del mundo. Te recuerdo que quería llamarse así por tus tartas.

— Por supuesto que son las mejores del mundo — Cloti se marchaba ya a toda velocidad — voy a hacer la mejor tarta de todas. Ay mi niña. De chocolate, que sé que te gusta. Si le pasa algo, te mataré, me oyes, te mataré.

Cloti se marchó y por el pasillo aún la escuchaba parlotear sobre la gran tarta que iba a hacer. Tocarle la fibra del ego, siempre había funcionado. Me senté junto a Rossy y saqué la cortada de mi bolsillo. La puse junto a su cara, sobre la almohada y me arrellané en la silla. 

Si aquello funcionaba, quería decir que aquel libro decía la verdad. Y debía dar por verídicos todas aquellas criaturas terroríficas. Rossy comenzó a mover su nariz, olisqueaba, ¿eso era una señal? Después abrió un ojo, me miró y miró la cortada de carne. Estiró su débil mano y agarró su presa. Se la acercó a los labios y le dio un débil bocado. Después otro, la sangre caía por su barbilla y manchaba la almohada, cada vez los bocados eran un poco más enérgicos. Y a mitad de carne, Rossy abrió el segundo ojo.

Funciona. Se está recuperando.

— Más, por favor…

— Vale, vuelvo enseguida.— dije entusiasmado y a la vez aterrado de aquella revelación.

Bajé las escaleras, entré en la cocina, cogí el resto de hatillo de cortadas de carne y salí nuevamente a la carrera mientras Cloti, que se había asustado, maldecía en ese maldito idioma.

La niña comió como si no hubiese un mañana. La verdad es que se recuperaba a una velocidad vertiginosa. Con la segunda cortada, ya estaba sentada con las piernas cruzadas. Aunque en su rostro aún había un dolor que no curaba sus habilidades.

— ¿Qué te pasa Rossy? — la niña me miró avergonzada.

— ¿Me odias por lo que he hecho?

— Si te odiara, ¿estarías en mi casa, comiendo carne sobre las sábanas de la cama?

— No… lo sé.

— No, Rossy, nos has salvado de una trampa, solo que ninguno esperaba que tuvieses ese… don.

— Soy un monstruo — dijo con los ojos vidriosos.

— Yo solamente veo una niña muy guapa. El monstruo es ese hijo de puta. Y yo me encargaré de que deje de respirar. Encontraré a tu hermano y lo liberaremos — el rostro de la niña se iluminó.— Vas a salvar a mi hermano.

— Eso es — le tendi mi pañuelo—. Te doy mi palabra. Pero tengo que pedirte un favor muy importante. Nadie debe saber que tienes ese don. Y menos aún, en esta casa.

— Te doy mi palabra. Pero a veces, me cuesta tranquilizarlo.

— ¿La plata podría ayudarte?

— Me duele.

— Pero acalla esa oscuridad.

— Sí, dejo de sentirla.

— Ven.

Los dos cruzaron la mansión hasta la zona que menos uso se daba. A Rossy parecía gustarle, todos aquellos tonos pastel y los cuadros de bodegones. Aquella ala, eran las estancias de mi madre, ya muerta. Allí, sus pertenencias, se mantenían exactamente igual, que el día de su muerte. Era muy exigente con este tema. Aquellas habitaciones debían estar impecables.

Tras una amplia puerta doble, el aposento de mi madre nos recibió con las primeras luces del alba. Se colaba por los ventanales haciendo brillar la habitación con los cientos de colores de las vidrieras. Rossy parecía alucinar.

— Esto es precioso, nunca había visto nada así. Y mira que cama — Rossy fue a saltar sobre aquella enorme cama con dosel y yo la sujete por la muñeca.

— No, esa cama no se toca, ¿entendido? — tal vez fui demasiado seco, teniendo en cuenta la edad de Rossy, pero para mí, era muy importante.

— Vale, pero no hacía falta que me hicieras daño — dijo Rossy frotándose la muñeca.

— Lo siento, no pretendía hacerte daño. Mira, esto es para ti.

Sobre el tocador había un joyero tallado en nácar. Dentro estaban las joyas de mi madre. Habría una veintena de anillos de gran valor, pero yo buscaba dos en especial. Ambos anillos de soltera de mi madre. El primero era un regalo de mi padre antes de decirle que era soberanamente rico, era una alianza de plata pura. El segundo, era un regalo de mi abuelo materno, un humilde carpintero, su cantidad de plata, era evidentemente dudosa.

— ¿Eso es plata?

— Sí, estos son unos anillos muy valiosos para mí. Son parte de la historia de mi madre. Uno es de plata pura — cogí un saquito de tela y los introduje en ella — el otro tiene una aleación más barata. Si alguna vez, crees que te puedes perder, y hacer daño a alguien, ponte uno de ellos.

— ¿y así dominar a la oscuridad?

— Eso es. ¿Me lo prometes?

— Sí, te lo prometo.

— Pues creo que alguien, tiene un delicioso regalo para ti, pero intenta no vomitarlo hoy. Cóme despacio.

La sonrisa de Rossy se iluminó y me agarró con su mano la mía. Salimos de aquellas estancias en silencio. En seguida se dio cuenta de que olía a chocolate recién horneado. Y salió corriendo dejándome atrás.


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