“La belleza del Misterio” rezaba el cartel que pendía de la fachada del edificio. Una amplia cristalera dejaba ver, con todo detalle, las obras expuestas. “La belleza del Misterio” era, sin lugar a dudas, la mejor y más exclusiva tienda de máscaras, antifaces y abalorios de la ciudad. Su fama era reconocida en todo el país, exportaba a todos partes, sus increíbles habían sido reconocidos incluso por la familia real.
El hombre que se encontraba en el mostrador, marcaba ciertos síntomas de agotamiento, estaba pálido y encorvado. Yo lo conocía muy bien, Luján era un viejo amigo. Una buena persona y con un alto nivel de principios. Ni tan siquiera embriagado por las copas, habíamos conseguido sonsacar quienes eran sus clientes y cuáles eran sus máscaras. Y desde la muerte de su padre, trabajaba día y noche en sus nuevos proyectos.
Descubrir, quién era quien, era un juego bastante común entre la aristocracia de la ciudad, los banquetes y bailes que se celebraban, mensualmente, solían tener algún tipo argumento, bien eran para celebrar los solsticios, o en su mayoría, una mera distracción, donde los más ricos e influyentes de la ciudad, se daban un baño de opulencia, protocolos y derroches. Y el baile de máscaras, en especial, con toda su pompa, había ido creciendo adeptos a lo largo de los años.
Ataviado con mi habitual traje de corte recto, negro, y mi capa de seda de la misma tonalidad, entre a la tienda dispuesto a conseguir un antifaz o máscara que pudiese servir para mí… propósito.
Al abrir la puerta, una campanita dispuesta sobre el umbral de la puerta, señaló mi entrada al dependiente, Luján, me miró sorprendido. Hacía más de quince años que no había estado allí. Sonrió de oreja a oreja y corrió hasta mi servil.
— Ilustrísimo señor Logan, es un verdadero placer albergar su presencia en mi humilde negocio, ¿en qué puedo ayudarle?
— ¿Ilustrísimo?, No me hagas reír — le tendí la mano y la agarró con fuerza, dejé mi chistera sobre el mostrador y le golpeé amigablemente el hombro.
— Me alegro de verte, ¿Qué ha sucedido para que después de quince años vuelvas a mi tienda?
— Necesito un antifaz cómodo.
— Valla Logan, tan extrovertido como siempre, —tosió y puso voz grabe— ¿cómo estás viejo amigo, te casaste? — Luján me miró y sonrió en el fondo, tenía razón —. Todos mis antifaces son cómodos.
— Perdona mi sequedad, tengo la cabeza liada con problemas que me están superando. Me alegro mucho de poder charlar con un amigo. Aunque no lo parezca.
— Está bien, las personas tampoco cambiamos tanto. Dime qué buscas exactamente.
— Necesito tener una buena visión lateral, algo que no me haga raspaduras.
— Hum.
— Y a ser posible, que el cierre sea resistente.
— Estás pidiéndome, cualquiera de mis productos. ¿Para qué tipo de evento lo vas a usar?
— Luján bordeó el mostrador y comenzó a sacar todo tipo de antifaces recargados y extravagantes expuestos en baldas de madera. Años atrás no me hubiese podido reprimir y hubiese comprado todas aquellas obra de arte. Mis gustos juveniles eran muy diferentes.
— En realidad, lo quiero negro, que no llame la atención y que sea ligero. Es para un acto privado — Luján me miró como si le hubiese ofendido.
— Aunque odio el color negro, creo que tengo por aquí… — se agachó y saco un fino antifaz acharolado. El brillo mostraba diminutas e intocadas figuras cosidas por unas manos realmente diestras en hilo dorado.
— Me llevo este — no lo necesitaba, pero si podía reconocer el gran trabajo que llevaba y aunque ya no asistiera a todos los bailes de máscaras, aún sentía cierta fascinación por su belleza—, ahora quiero uno igual, pero sin brillos.
— ¿Sin brillo?, ¿acaso crees que yo pierdo el tiempo haciendo antifaces sin personalidad?, ¿Acaso sabes cuántas horas dedicó a cada uno de mis trabajos?
— Te pagaré bien.
— Mi precio es la excelencia.
— Diez monedas de oro — cualquiera de aquellos antifaces no superaría las siete monedas, era una buena suma de dinero. Luján lo pensó durante unos segundos.
— Está bien, lo aré por nuestra amistad. Pero jamás digas —me señaló con el dedo—, que ese antifaz es comprado aquí. Tengo una reputación. ¿Por cierto?, te has enterado de lo que sucedió en el Salón Social — dijo mientras media mi cara. Pude leer verdadera preocupación por el tema.
— Si algo he oído, una verdadera aberración.
— Espero que alguien le pare los pies a ese bastardo del Duque, si no se hará el amo de la ciudad, y que los dioses nos protejan, si eso llega a suceder.
— No lo creo — Luján me miró pensativo—, se ha creado muchos enemigos, y bien sabes tú, que está ciudad no perdona.
— La gente tiene miedo — Luján estaba bosquejado su nuevo trabajo — la ley no le hace nada, estamos a su merced.
— Pronto la ciudad se lo tragará, lo engullía cómo a todos los bastardos que quieren apoderarse de la ella.
— Más nos vale — Luján arrugó el boceto y lo lanzó al suelo, se dispuso a prepararme mi compra—, mañana podíamos ser cualquiera de nosotros. Bueno, aquí tienes — Luján me entrego una caja con el nombre de su tienda labrado en hilo de oro — el otro trabajito lo tendrás a última hora de la tarde.
— Aquí estaré.
Me dirigí hacia la puerta, y dos matones entraron sin mucho recato. Me puse en alerta, ¿Vendrían a por mí?, Uno de los matones me bordeó y el segundo, me saludo, desdentado, con una falsa sonrisa mientras se levantaba un ridículo sombrero.
Aquellos dos tipos no me cuadran en el negocio de mi viejo amigo, ninguno de esos podría comprar ninguno de sus trabajos, y desde luego no tenían pinta de ser representantes. Salí y observé desde el escaparate.
Los matones hablaban con Luján, por los gestos apremiantes tenían prisa. No parecía un robo, el instinto del atracado es mirar a los lados buscando ayuda. Luján saco un sobre y comenzó a contar papel moneda. Después los guardo nuevamente en el sobre y se lo dio a ellos. Los hombres salieron de la tienda y yo me hice el despistado. El matón repitió su saludo y se marcharon.
Teniendo en cuenta, que no tenía mucho que hacer hasta última hora de la tarde. Me dispuse a seguirlos, no era difícil, aquel grandullón repetía a todo el que se cruzaba su feo saludo. La gente salía asustada y de estampida. Entraban en todos los negocios, y en todos ellos, recogían sobres con papel moneda. Esos despojos estaban cobrando, seguramente por protección a los pobres mercaderes.
Tras un largo trayecto, y muchos sobres, aquellos dos matones se juntaron con un matón más grande y por su mirada peligrosa, más inteligente. Algo en su cara me era familiar. Metió los sobres en un petate.
Mi petate, ese bastardo es el matón del Duque, el que consiguió huir de allí.
Ese bastardo no se iba a escapar. Los dos tontos se marcharon riendo con una moneda en la mano, seguramente una ínfima parte de su botín, pero que gastarían en cervezas y mujeres. Como toda mente simple, se conformaban con las migajas.
Abrí mi caja y me coloqué el antifaz. Aquella zona era poco transitada, perfecta para aquel tipo de transacciones. Pero me daría una buena oportunidad de tener una charla con aquel puerco.
De boca calle en boca calle, fui refugiándome de sus miradas, era un tipo listo, sabía que con todo aquel dinero encima, todo el mundo era su enemigo. Se dirigía al puerto.
Allí las calles olían a pescado y salitre. Las gaviotas revoloteaban sobre los tejados buscando ratas u otros pájaros más pequeños para despedazarlos y engullirlos.Llegamos al lugar perfecto, una intersección con un pequeño recodo.
Me adelanté, y golpeé al camorrista en la nuca, se desplomó redondo. Agarré el petate y al tipo, y los introduje en el recodo.Le até las manos a la espalda con la cinta de mi nuevo paquetito. Era una pena manchar aquella seda con orín y mierda de gato. Pero toda recompensa tiene un sacrificio detrás.Palme sus mejillas y el matón se intentó zafar de las ligaduras violentamente.
— Eres tú — me dijo desafiante con su mirada.
— Entonces, ya sabes que va a suceder aquí. Dime, ¿Dónde está ese cobarde?
— No te diré nada.
— Oh, claro que me lo dirás. De hecho, sentirás una gran satisfacción cuando me des lo que quiero.
— No te voy a dar nada.
Saqué mi daga de la bota y el acero brillo. El matón me miró algo menos gallito. Clave la daga en su hombro derecho, el bastardo comenzó a gritar. Le tapé la boca y le negué con la cabeza. Giré la hoja, ese hombro, ya no se recuperaría jamás. Los ojos del hombre se salían de sus cuencas, su boca torcida escupía saliva de sus comisuras.
— Sabes que no voy a dudar en hacerte trocitos.
— No… te voy a decir nada — dijo escupiéndome en el traje.
Saqué mi pañuelo y limpié su saliva de mi chaleco. Lo agarré por el cuello y le metí el pañuelo en la boca. Le propiné dos derechazos, en el segundo había roto su tabique nasal.
— El siguiente golpe será en el oído, lo perderás de por vida. Tanta lealtad sientes por ese asesino de inocentes — el matón me miró aterrado. Pero sin signos de ceder.
— Yo… yo no sabía nada de eso. Se volvió loco, pero tú tienes la culpa — intento escupir otra vez y le di un izquierdazo obligándole a tragárselo junto a su propia sangre.
— ¿Dime dónde está?
— No puedo…
Aquel tipo aguantaba bien el dolor. Y seguramente, podría estar así toda la tarde. Y no tenía demasiadas ganas de marcharme de sangre. Así que opté por el plan b. Abrí el macuto y tiré al suelo todos los sobres, agarre uno y lo encendí con una cerilla. El semblante del matón cambio de golpe.
— Para… me va a matar.
— Lo sé, así que si no hablas — le dije enciendo un cigarrillo de mi pitillera — prenderé todos los demás.
— Te lo suplico.
— Cómo suplicaban aquellos pobres ancianos.
— El muelle, tinglado veintisiete. Pero si vas te matará. Aquello es un fortín.
— Eso es problema mío.
Saqué la daga de su hombro y sin más dilación rasgué su gaznate, tardaría veinte minutos en morir. La sangre caía por su pecho mientras el matón lloriqueaba.Agarre el petate, metí los sobres y me marché dejando a aquel matón que muriera solo.
De allí fui directo al Salón Social. Deje en manos del Juez los sobres, él los repartiría a sus propietarios.El Duque creería que había sido un robo. Buscarían a algún ladrón, y lo pagaría bien caro. Pero ese, no era mi problema.
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