Mala muerte:Capítulo 7 una mano menos


Paúl había conseguido tranquilizar a Rossy, lo único, que no habíamos conseguido ninguno, es que no, nos acompañase. Si todo se torcía, había decidido entregarse ella misma. Y fuera de peligro, los vecinos del barrio, ese bastardo me las pagaría todas juntas y volvería a liberarla.

Paúl nos dirigió por sus callejuelas a toda velocidad. La hora, estaban a punto de acabar. El gran campanario que coronaba la ciudad, brindaba las vistas de cuatro enormes relojes. 

Paúl se detuvo en un prostíbulo, conocía el sitio de pasada, Paúl me había contado alguna anécdota poco refinada de aquel lugar. Entro él solo y tras unos minutos volvió a salir asintiendo y con la mandíbula apretada.

Tras él salía una anciana que vestía de manera opulenta, y en su mano llevaba algo que me ofrecía. Cuando lo agarré de su mano, descubrí que era un antifaz de hombre… 

Así de simple, un antifaz y mi identidad quedará bien oculta.

— Le debo la vida — le dije gentilmente.

— Libera a mis vecinos y estaremos en paz — asentí.

Al llegar a la puerta del salón, sonó la campana, Paúl empujó las puertas nerviosas. Y otro anciano, se encontraba con los sesos abiertos sobre la fría roca.

— Cómo ves, hombrecillo, soy un hombre de palabra. Tal vez mi hombre se adelantó algún segundo. Pero es que esto, estaba siendo muy aburrido.

— Te juro… — Paúl soltó su macuto y desabrochó los botones de sus muñecas.

— Paúl — le dije mientras tiraba el segundo macuto al suelo— ahora no.

— Ni ahora ni nunca, peleles. ¿Eso es mi oro?

— Dos mil coronas, como acordamos — le escupí.

— ¿Por qué llevas eso en la cara? — el Duque hizo un gesto con la mano como si él también llevará antifaz.

— Eso es problema mío, tu problema es el oro y aquí lo tienes, márchate y olvídate de la niña.

— Y mi problema, querido asesino anónimo, es mi reputación. Acepto el oro — uno de los mercenarios cogió los petates y se colocó junto a su jefe— la niña es tuya, pero como bien he dicho a tu amiguito, no puedo permitir que nadie me robe y salga impune. Por el contrario, estoy muy contento con tus resultados a mi servicio. Así que seré magnánimo y solo pediré su mano izquierda, hasta la altura del codo — miró a Paúl con una amplia sonrisa desagradable.

— Está bien — dijo Paúl antes de dejarme hablar — pero está buena gente, no tiene por qué ver esto.

El duque hizo un movimiento y todos los ancianos salieron corriendo de allí.

— No lo hagas Paúl.

— Un trato es un trato. A mí me quedará otro brazo. Pero esos hombres son irremplazables.

— Así es, un trato, es un trato — apostilló el Duque sonriente.

Un mercenario enorme se acercó y Paúl sé ante puso, para que no me entrometiera. El grandullón saco su machete y Paúl estiró nervioso el brazo. El mercenario alzó el machete y un fuerte chillido nos paralizó a todos.

Rossy entro en el salón. Sus ojos eran completamente negros, su piel pálida, dejaba entrever unas finas venas de color morado. Su vestido azul, se agitaba como si estuviese en medio de una tempestad. Sus pies flotaban a dos palmos del suelo y tenía las manos extendidas, de las que una extraña bruma negra se iba acumulando a su alrededor formando una vorágine.

— ¡Estúpido, le has quitado la cadena, estamos muertos! — el Duque salió corriendo hacia la puerta trasera del Salón — ¡Matarla, matarla! Los mercenarios asustados, pero acostumbrados a lidiar con él, se juntaron para atacar. 

Paúl empujó al matón que sostenía el gran machete y le propinó un fuerte izquierdazo en el mentón dejándolo inconsciente. La mole cayó a peso y el machete rodó hasta la bota de Paúl. 

Yo saqué mi revólver y Rossy emitió un sonido ensordecedor, tuve que tirarme al suelo y tapar mis oídos. Paúl no tuvo más remedio que imitarme. Las puertas se cerraron.

La bruma negra avanzó como una honda de viento en un campo de trigo. La oscuridad envolvió a los mercenarios. Entro por sus orificios, azotó su piel cortándola como mil cuchillos intangibles. Gritaban, se golpeaban la cabeza, de sus ojos comenzó a salir una sangre negra, emponzoñada. Sus ojos se pusieron en blanco y después de un extraño tembleque, cayeron de rodillas. 

Su piel se incendió, se retorcían en llamas, pero vi algo más aterrador. Del mismo hombre, salía una especie de imagen de mismos rasgos, pero de contorno azulado, etérea. Esa imagen ardía con una especie de llama azulada. 

¿Son sus almas?

Rossy dejo de gritar, la escuché caer a peso. Los hombres, ya eran cenizas. 

Me levanté, corrí hasta ella y la abracé entre mis brazos. Estaba muy débil. Su rostro era el mismo que había visto la noche anterior. Agotado.

¿Qué diantres eres?

La puerta se abrió y una bandada de jóvenes del barrio entraron a la carrera armados con todo tipo de herramienta. 

Para eso hemos parado en el prostíbulo, has reclutado un ejército. Tan listo como un ratón, querido amigo.

— Paúl, volvamos a casa. 

— Se escapa ese bastardo. Con nuestro dinero.

— Tranquilo, tiene los días contados. Ahora es algo personal.

Cogí en brazos a Rossy y la llevé hasta casa. La escuchaba decir algo sobre su hermano, el Duque debía tenerlo retenido. Hablaba muy débil. Su vestido, estaba rasgado, a Cloti no le iba a gustar nada. Pero le debía la vida. 

Tenía que averiguar que, o que era, aquella niña. Y lo más importante. Tenía que rescatar al hermano de Rossy y degollar como aún gorrino al Duque.



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