Mala muerte: Capítulo 26 Estamos en paz


Aquella noche decidí que ya estaba en condiciones de volver al tablero de juego, la pelea con esos cinco tipejos me había dado la ocasión de demostrarme que no había por qué demorarlo ya. 

El que en todos los periódicos de la edición de tarde, contase, con pelos y señales, lo sucedido, tampoco me invitaba a quedarme en la mansión y si a esos sumabas las declaraciones, que por suerte me exculpaban por asesinato, gracias al del Director del museo y su anuncio de emprender un largo viaje para salvar su vida, tampoco me ayudaba demasiado.

No habían dejado ni un solo hilo suelto, como si un héroe se marchase al exilio. Sería escoltado por la guardia del Hardan Dorado. En aprecio a su mejor cliente. Quinientos hombres con armas medievales, con un recorrido dibujado en la primera página y el nombre del barco, en el cual embarcaría, para emprender su viaje.

Mi primera intención fue dejarlo morir. Lo estaba pidiendo a gritos. Ese gilipollas no tenía ni idea de lo que sucedía en la ciudad. Una vez subiera al barco, ya no sería problema mío, pero debía ayudar en todo lo que pudiese al amigo de Sebastián. 

Para más inri, la función empezaría a las doce de la noche, con el sonido de las campanas del ayuntamiento. Las calles estarían plagadas de personas despidiendo a su eminencia, a nadie le importaba una mierda, pero nadie de Hardan se perdía una fiesta, dando igual cuál fuese la celebración. Salvo yo, por lo que parecía.

Me encontraba al final de la primera calle de la función. El sonido del acero y las armaduras podría haber sido disuasoria en otro tiempo, pero una armadura y una espada contra una escopeta de dos cañones tenía pocas opciones. Había inspeccionado palmo a palmo los tejados desde el inicio del desfile hasta mí. Yo tampoco atacaría ahí, si ese cerdo quería una despedida por todo lo alto, yo lo ejecutaría justo a punto de marcharse. Donde el festejo está en su momento cumbre. 

Apague mi cigarrillo en la chimenea y lo lance sobre las tejas.Teniendo el recorrido en la mano era fácil buscar posibles ataques desde los tejados, mi sorpresa fue, que una enorme multitud de guardias habían tomado posiciones para hacer exactamente lo que yo pensaba hacer. Al final, sí que era toda una personalidad en la ciudad. Tal vez, la gente debería conocer antes a la persona que al personaje, seguro que no caía tan bien después de eso.

No me costó demasiado saltar sus controles de seguridad, no eran más que niños con rifles. La guardia de la ciudad no estaba en sus mejores momentos. La última recta era la avenida que unía el lado Oeste, con el Este, dejando al puerto de nexo de la ciudad. Allí, atacaría yo. 

La seguridad había aumentado en los últimos tejados. Los hombres que protegían desde arriba ya eran veteranos, alguien había tenido la misma idea que yo y había copado las callejuelas con alguaciles y guardias juntos. Si alguien tenía un contrato, lo haría sin llamar la atención. Era absurdo un ataque cara a cara. El Duque tenía recursos, pero no para algo a este nivel. O por lo menos, aún no.

Me asomé por una cornisa, la calle estaba pletórica, las gentes lanzaban pétalos bajo los pies de las primeras armaduras. Podía ver el carruaje descubierto donde viajaba el sigiloso Director. Iba sentado solo, solemne, su chistera bailoteaba al son de los adoquines de la avenida. Su traje… o ese hombre había perdido veinte kilos en catorce horas o era un señuelo.

Muy astuto Director. Me había equivocado con usted.

El crujido de una teja tras de mí delató al atacante. El pobre iluso no sabía que en bajada, era muy difícil detener un ataque a la carrera, únicamente tuve que darle una patada en un tobillo y cayó al vacío sobre la calzada como un puñado más de pétalos. El desfile se detuvo. Me escabullí rápidamente. 

Salte al edificio de la calle secundaria y me escondí tras una chimenea. Los guardias comenzaron a correr por los tejados. Por lo menos, había despertado su interés. Teniéndolos corriendo de un lado para otro, como pollos sin cabeza, evitaba el posible movimiento de un atacante. 

Suspendido en la cornisa, con tan solo las yemas, salte hacia atrás y me colé por una ventana abierta en el edificio de enfrente. Parecía abandonado, por la falta de luces en él y las marcadas grietas de su fachada. 

Ya no tenía sentido seguir allí, el Director ya estaría muy lejos y no tenía sentido teniendo a toda la fuerza de la ley, corriendo de un lado a otro. Mejor me iba a descansar, había sido un día muy largo y con mucha tensión. En otro tiempo hubiese recorrido la ciudad, disfrutando de mi reino en las alturas. Pero últimamente, el alivio de mi cuerpo en plácida cama, era más gratificante.

Baje al primer piso, era una antigua imprenta. Las prensas eran enormes, no parecían en mal estado, era una pena que aquellas joyas se echaran a perder. El sonido de unos pies ligeros, hizocrujir el polvo, arañando la madera, me hizo ponerme en guardia. 

No estaba solo. Se había detenido esperando que yo no lo hubiese detectado, era hábil, me escabullí detrás de una de las prensas. Para evitar el sonido, del acero de mi daga, agarre un cuchillo de mi fajín, que no emitió ningúno. La luz escaseaba allí dentro. Las ventanas estaban abiertas en algunos puntos y la luz de las farolas se colaban tenuemente por ellas. Cerré los ojos y tomé aire.Silencie mi mente y descendí las pulsaciones de mi corazón. Afine mi oído, tal y como mi padre me había enseñado y su padre a él. En ese estado, era imperceptible para cualquiera, por bueno que fuese. Sentí su fragancia antes que su sonido amortiguado, era dulzona pero sutil. Desplazaba los pies sin levantarlos apenas. Su respiración era calmada, relajada. Estaba justo al otro lado de la prensa, abrí muy despacio mis párpados, podía verlo con dos cimitarras en sus manos, su rostro completamente oculto me recordó aquel asesino que se marchó cuando yo no estaba en mi mejor momento. 

Para su desgracia, yo no creía tanto en el honor como para jugarme la vida a una carta. Avanzó escasos centímetros, se detuvo, se quedó muy quieto y lentamente miró hacia mí, mi cuchillo salió volando y el asesino, para mi sorpresa, la esquivo. Dio una voltereta hacia atrás y desapareció de la habitación. Un sonido metálico golpeó el suelo. Rodaba hacia mí, eso no podía ser nada bueno. Salte hacia la siguiente prensa y me escondí tras ella. Una fuerte explosión agitó la sala. Me asomé y vi su cabeza buscando mi cuerpo por el suelo.

— Considero que no nos han presentado debidamente — le dije y me moví sigilosamente hasta otra de las prensas. No hubo respuesta.Sobre mi cabeza se clavó un fino y largo cuchillo. — Me gustaría saber quién eres, me gusta poner nombre a la gente que mato.

Otro objeto rodó por el suelo y yo me lancé a la siguiente habitación mientras la degradación prendía fuego el techo y las paredes.Saqué una de mis probetas, no eran tan espectaculares como sus explosivos, pero tenían una gran ventaja, el sonido era mínimo al romperse.

— Vamos, dime cómo te llamas — dije para amortiguar el sonido. El silencio del asesino continuó.

Asomé la cabeza y un cuchillo paso rozando mi antifaz. El fuego ascendía por las vigas y las columnas. El humo comenzaba a ser considerable, un sonido sordo delató que el narcótico había hecho efecto. En el suelo había un cuerpo. Estaba fuera de combate. Las llamas, harían la faena sucia.El piso inferior comenzaban a retumbar las botas, habíamos llamado la atención de toda la ciudad. Si lo dejaba allí, como mucho, sería arrestado y no tardaría en escapar. Me acerqué a la carrera, saqué mi daga y la alcé sobre mi cabeza. Miré sus ojos, estaban abiertos. Eran rasgados y verdes, eran ojos de mujer.

Mierda.

No podía matarla a sangre fría, además esos ojos me cautivaron. La agarre de un brazo y la saqué arrastras del edificio. Por los tejados. Llevando un fardo era mucho más complicado mantener el sigilo, pero tampoco era la primera vez que hacía algo así. 

Corrí por las callejuelas y entre en un callejón, la deposite en el suelo, miré sus ojos, me miraban con odio. Escuche un sonido metálico. Miré hacia abajo y en sus manos explotó una bomba de humo. Me había pillado por sorpresa. Me sentí mareado. Cuando el humo se disipó, no había rastro alguno de aquella asesina. 

Estamos en paz. Le dije a la noche.



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