Mala muerte: Capítulo 29 Te desoyare


El foco me iluminaba directamente, podía ver el gran espejo con la brillante mecha encendida. Si hubiese estado preparado, hubiese lanzado un cuchillo aquel artilugio y en la confusión, huido sin problemas. Pero ese era el kit de la cuestión. Estaba completamente desarmado, en medio de un círculo de personas que no conocía su identidad, ni tampoco sus intenciones. Completente rodeado y podía ver como el cuerpo de Alguaciles me cercaba. Estaba perdido. No había opciones. 

— Querido asesino, o debo decir Logan Malkovich, aquí se acaba tú suerte.

Me atacó un enmascarado con un sable que imitaba un bastón. Lacerándome un antebrazo. Otro sable salió de la nada, y casi rasga mi máscara. Un tercero casi me ensarta. Después, los sables desaparecían entre las máscaras. No sabía quiénes eran los atacantes. Necesitaba centrarme.

Cerré los ojos. Sentí el aire en mi rostro. Podía escuchar las pisadas a mi alrededor. Sentí el impulso de unos pasos, aún con los ojos cerrados, esquive la estocada hacia mi cara, el filo paso muy cerca de mi máscara. Agarre la muñeca y la giré. El hombre gritó de dolor cuando partí su muñeca. Agarre el sable antes de caer y lo ensarte hasta que el mango se frenó en su ombligo. Le di una patada y, libere el sable. 

Me coloqué en posición defensiva. El sonido de un martillo al ser tensado en su revolver me hizo saltar hacia atrás, abrí los ojos y comencé a correr entre la gente. Esperaba que no abrieran fuego contra la gente. Me equivocaba. Los cuerpos heridos o muertos se desplomaban a mi alrededor. No podía cargar con esa mancha en mi conciencia. 

Giré y salte sobre el escenario, El Duque no esperaba ese movimiento, sus secuaces tampoco. Lo agarré y le coloqué delante de mí, usando su cuerpo de escudo. Lo sentí temblar bajo mi abrazo. Los disparos se detuvieron rápidamente. Lo tenía a mi merced. Podía segarle el cuello, cortarle la cabeza, acabar con todo esto aquí y ahora. Y después, qué, sería acribillado, asesinado de manera brutal bajo un fusilamiento. 

Escuche un sonido metálico bajo mis pies. Miré hacia abajo y una enorme cantidad de humo me envolvió. Le di una patada al Duque que cayó de cabeza del escenario.

— Huye, tú eres solo mío — dijo una voz femenina.

No me lo pensé dos veces. Me escabullí hacia una de las fachadas a la que el humo era arrastrado por el aire. Trepe por ella. Algunos disparos se alojaron cerca de mí, pero por suerte, salí ileso de la lluvia de balas. Subí al tejado. Corrí sin dirección, tejados de la plaza estaba atestado de tiradores. 

Me lance a por el primero, que disparó y esquive en el último segundo. Tenía que recargar su carabina. Salte sobre él haciendo uso de toda mi fuerza para que cayera haca atrás con mi peso. El hombre gruñó cuando las tejas se partieron bajo su espalda. Cogí la carabina de su mano y le machaqué la cabeza con la culata. Los disparos y los focos me localizaron. 

Corrí en dirección opuesta. Aprovechando que las lunas comenzaban a taparse una a la otra. Otro tirador me apuntaba con dos revólveres. Pero mi velocidad y agilidad, saltando entre las sobras, le hizo disparar por instinto mientras me abalanzaba contra él y le partía el cuello. 

Me agaché. Cogí sus revólveres. En su cinturón, brillaban la munición de reserva, lo desabroché de su cintura y me lo cruce sobre el pecho. Salí corriendo antes de que las luces llegarán a mi posición. Me escondí, recargue los tambores, doce balas. Las armas no eran de muy buena manufactura y el primer disparo lo erré. El segundo, hizo estallar el espejo del foco más cercano a mí. 

Salte al tejado del museo, gracias a su arquitectura tenía cientos de huecos y desniveles donde esconderme. Pero también estaba plagado de hombres armados que me buscaban nerviosos. Levanté la cabeza sobre uno de los múretes que me cubrían. Había un tipo. Con un grueso puro entre sus labios. Salte el múrete, me coloque tras él y con un rápido movimiento lateral, su cuello se partió en mis manos. Busqué que podía aportarme. Un machete de caza salió de su espalda. Nada que ver con mis dagas. Pero si tenía que matar a alguien, sin duda me sería de ayuda.

Bajo los tejados, la masa de gente se agitaba de lado a lado, la gente estaba entrando en pánico. Los Alguaciles rodeaban los edificios. Mate a otro matón, su cuerpo cayó entre dos edificios, salte a otro edificio que tenía una planta menos. Eso me ayudó a salvar la distancia de cinco metros que lo separaban. Caí, rodé y seguí corriendo. 

El eclipse ya era total cuando solo escuchaba mis botas sobre las tejas del barrio burgués. Descendí a las calles. Estaban desiertas. Miré a uno y otro lado de la bocacalle. Era la vía de servicio por donde las familias recogían sus pedidos por las puertas traseras. Corrí hacia la mansión, si mi identidad había sido revelada, mi gente estaba en serios apuros. 

Cuando llegue al puente, la guardia se detuvo y se plantó en el centro. Las farolas no revelaban ningún rostro conocido. Eran hombres del Duque. Levantaron sus carabinas y dispararon. Esquive las balas de milagro, salvo una que raspo mi antebrazo. Fue un dolor punzante, había acertado sobre la herida que el maldito sable me había provocado. 

Salte dando volteretas, tenían que cargar sus armas. Al primer matón le clave el machete en la frente y lo usé de escudo mientras sus compañeros lo agujereaban con sus disparos, cuando tuvieron que recargar, lance el muerto sobre uno, que cayó de espaldas asustado. 

El combate se volvió rápido. 

Un par de ellos cayeron por fuego amigo. Mientras yo bailaba entre ellos, rompiendo huesos, dislocando brazos y partiendo cuellos. El combate acabó, estaba exhausto. Me faltaba el resuello y el antebrazo, me escocía por el sudor que resbalaba bajo mi incómodo traje. Solo eran dos rasguños, pero no podía estar seguro hasta llegar a un lugar donde poder detenerme a mirar la herida.

Los disparos habían delatado mi posición. Cruce el puente y tras cuatro disparos, las cadenas que soportaban el rastrillo durante tantos siglos levantados se partieron. Para mi desgracia, el rastrillo quedó bloqueado arriba. No podía perder tiempo. No sabía nada de Paúl, ni de Rossy, pero si conocía a Paúl, estaría ya en la mansión o muy a mi pesar muerto. Saber que la ciudad seguía en pie, me decía que Rossy no la había borrado del mapa, así que estarían bien. O eso quería pensar. 

Corrí entre las mansiones, ya no tenía sentido el sigilo de las entradas secretas. Todo el mundo sabía quién era y donde vivía. Salte mi propia valla y cruce el jardín. En una de las ventanas del primer piso vi la punta de un rifle.Paúl les había dado el aviso. Estaban preparados. 

Levanté las manos y les pedí que no abrieran fuego. Sebastián asomó su cabeza y me indico que entrara por la puerta de atrás. 

Cloti me recibió y miró mi herida. Comentó algo en su idioma materno y me lavo la herida. Me hizo un vendaje rápido y fui a por mis armas.Me crucé a Sebastián cuando me disponía a entrar en mi sala de meditación.

— Están abajo, en la cámara de seguridad.— Id con ellos. Poneros a salvo, esto se va a poner muy feo — le ordené al hombre que bufo sorprendido.

— De eso nada. Esta también es mi casa. Y la de todas ellas. La defenderemos hasta la muerte — fui a negarme en redondo, pero Sebastián apoyo su mano sobre mi hombro — hijo, no tienes por qué hacer esto solo. Cloti llevará a todos al viejo edificio. Yo cubriré sus espaldas y tú cuidarás de que nadie me mate. Después ya veremos.

No era un mal plan, el antiguo edificio tenía una vieja red de túneles que nos llevarían fuera de la ciudad. Me cambié el traje y cogí mis armas. No tardarían en llegar. Salí al exterior. 

Si mis cuentas no me fallaban, el servicio y Paúl y Rossy ya estarían en el corredor que los llevaría junto a la valla trasera. Cerca de la entrada secreta. Me deslicé por el jardín. Las sombras allí cubrían perfectamente mi posición, pero también, cualquiera que supiese esconderse. 

La algarabía llegó desde la entrada principal. Podía escuchar como acribillaban la fachada con sus armas. Estaban usando fuego pesado. Esas malditas ametralladoras de cañón giratorio estaba haciendo estragos. Escuchaba como los cristales se hacían mil pedazos. Mi vida, se estaba haciendo en mil pedazos. Todo lo que alguna vez había querido estaba dentro de aquella mansión. 

Una fuerte explosión voló parte del primer piso. El gas de la iluminación se prendió, haciendo deflagraciones por toda la mansión. Por suerte allí no quedaba ya nadie. Si no todos hubieran muerto. 

Sentí un fuerte dolor en el pecho. Había perdido todo. 

Pienso desollarte, vivo, maldito hijo de puta.

Llegué al edificio abandonado, hacía años que no iba por allí. Seguía igual. Me fui a la parte trasera. Allí había un resorte que abría una puerta oculta. Me introduje y escuché un sonido sobre mi cabeza. ¿Cómo había llegado hasta allí tan rápido? Cuando mis ojos se acostumbraron a la luz vi quién había sido. Un enorme gato negro me miraba fijamente. Lo agarré, no puso resistencia, debía conocer mi olor. O entender que era la mejor opción. Cerré la puerta y me dirigí hasta el grupo.

La luz de un candil iluminaba el corredor. Allí estaban todos mis seres queridos. Sebastián, Paúl, Cloti y sus chicas y Rossy completamente manchada de sangre. Volví la vista a Paúl y él también tenía restos. 

El Gato saltó hacia Rossy que lo agarró contra su pecho.

— ¡Gato Negro estás a salvo!— en los ojos de los dos vi gratitud. ¿No todo iba a ser malo, no? 

Gato Negro maulló y lamió la cara de su amiga, mientras Cloti ponía mala cara.



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