Entre las estrellas: Capítulo 1 Curvatura

Entre las estrellas

Capitulo 1 Curvatura

La Federación de Comercio era clara en ese sentido. Todo delincuente menor de edad, era reubicado en la escuela militar para formar parte del ejército de la flota. Ahí, se suponía que hacían de ti, un hombre o una mujer de bien, y si sabías tener la boca cerrada y las manos quietas, podías llegar al rango de almirante al final de tus días.

A los ocho años, conocí a Toni y a Samuel. Desde entonces no nos habíamos separado jamás. Samuel nos defendía de los más mayores, Toni, no preparaba las chuletas de los exámenes y yo. Bueno. Digamos que era el cerebro del equipo. Un equipo que teniendo ya, el rango de Alférez mecánico, Teniente ingeniero y yo, Teniente y piloto de combate, a los diecisiete años y una carrera inimaginable, lo tiramos por la borda por no saber tener, ni la boca cerrada, ni mucho menos, las manos quietas.

Desde los nueve años, teníamos el mercado de sustancias recreativas de la academia bajo nuestro poder. Por supuesto fuimos descubiertos y castigados, en consecuencia, a los doce, robamos nuestra primera nave. Una pequeña nave de combate experimental, en la que casi destruimos parte del edificio de oficiales. Y tras un largo historial de faltas por peleas, por acudir borrachos o simplemente, por qué, Samuel decidió que podía mear en la comida del almirante. Nos dieron el billete vuelta con una patada en el culo y dejaron zanjada nuestra honesta vida militar. Desde entonces, nuestro sueño había sido surcar el universo como contrabandistas en busca de ganancias y aventuras.

El motor de curvatura llevaba doce horas a máxima potencia. Toni y Samuel se gritaban el uno al otro, las descargas eléctricas se escuchaban desde mi cabina. Según las coordenadas, debía detener ya la velocidad de curvatura y aproximarnos con cuidado a nuestro destino.

— ¡Chicos, hora de apagar el motor! — esperaba que me escucharan, un segundo de más a esa velocidad y saldríamos de curvatura muy, muy lejos de nuestro destino — ¡¿Chicos?!.

— Joder Toni, cierra ya esa puta válvula, nos vamos a freír.

— Si cierro esa válvula, alférez de pacotilla, explotará el calderin de hidrógeno y entonces sí que nos freiremos. ¿Acabas ya con ese relé?, ¿O tengo que ir yo? — sabía lo ofuscado que se ponía Samuel cuando Toni apelaba a su antiguo rango militar por debajo justo del nuestro.

— ¡Chicos!, ¡Tenemos que parar el puto motor! — el límite estaba cerca, pero no podía parar el motor sin más, nuestro motor no.

— ¡Ah!, Joder, casi me sueldas el dedo — escuché quejarse a Toni.

— Así no me lo meterás por el culo todos los días— Samuel y su sutileza.

— ¡¿Chicos?!

— ¡¿Qué?! — gritaron los dos muy enfadados.

— ¡Que tenemos que parar el motor!

— ¡¿Y no puedes decirlo antes?!

Si no estuviese tan cómodo en mi asiento ergonómico de piloto me hubiese levantado y le hubiese dicho a Samuel que le diera unos mamporros a Toni.

Teniente y alférez entraron en la cabina y se sentaron en sus puestos. Toni llevaba la ropa sudada y las mangas de su camisa sucias. Samuel llevaba la máscara de soldar sobre su cabeza. Su ropa… bueno, digamos que Samuel siempre parecía salido de una sala de máquinas. Hasta sus tirantes tenían manchurrones, Toni y yo habíamos puesto nombre a varias de esas manchas y podría asegurar que, alguna, podría tener edad de ir a la Academia militar.

— Cinturones — me encantaba imaginar que me encontraba en el puente de una de esa naves interestelares. Los tres clics sonaron, estábamos preparados — Teniente…

— Yo ya no soy teniente.

— Teniente, prepare los retro impulsores, Alférez… — Samuel me miró y paso de decirme nada — prepara los frenos de inercia y los magnéticos. No quiero que la carga sufra daños.

— Que te follen — contestó al fin Samuel.

— Cinco, cuatro, tres, dos…

El motor de curvatura debía apagarse poco a poco, era un tanto inestable, para ello hacía falta toda nuestra pericia. El fuerte sonido del motor comenzó a descender.

La nave comenzó a vibrar, a sacudirse. Las fuerzas gravitatorias, empezaban a notarse en la cabina.

— Samuel, ese puto freno — ordené.

— Ya va, joder, no es tan sencillo.

— Ostia, Samuel es un puto pedal — se quejó Toni mientras metía códigos y códigos en su consola.

El freno comenzó a actuar. La presión se relajó un tanto. La nave parecía partirse en cualquier momento. Las estrellas, que antes eran líneas luminosas, comenzaban a quedarse estáticas en su posición. Las luces se encendían y apagaban, los asientos temblaban, mis dientes Castañeaban. El problema no era salir de curvatura en sí, al crear esa energía una especie de campo protegía la nave, era un efecto de la naturaleza y Toni me lo había explicado mil veces. Pero ahora mismo, eso os servirá. El problema era cuando la nave salía de esa estela y las turbulencias porla velocidad y las presiones contra el casco hacía que la nave se pusiese al límite.

— ¡Ahora Toni!

Toni accionó el freno magnético y compenso los motores de retro impulsión. El golpe hizo que me clavara la hebilla del cinturón en el pecho. Pasamos de más de dos mil Clicks por segundo a mil. Sabíamos que no era muy bueno para la nave, pero mantener esa tensión sobre el casco nos daba aún más miedo. La carga estaba estabilizada con los anclajes gravitatorios. Los Forques, ni se habrían enterado de que estábamos a punto de convertirnos en una bola de fuego. El motor se detuvo por completo y las luces se apagaron tras una ráfaga de descargas en los paneles fuera de la cabina.

Las luces, volvieron a encenderse y los sistemas a reiniciarse. Esta vez habíamos estado muy, muy cerca.

— Teniente, ¿Daños?

— Los que te voy a hacer en los dientes si no dejas esa gilipollez. A ver, ¿daños en el casco?, Menos de un trece por cien. Integridad al completo. Motor… bueno, ha estado en mejores momentos, pero nos llevará a casa.

— Alférez, vaya a ver la carga, espero su informe.

— Si no te da él, ese puñetazo, te lo voy a dar yo. ¿Por qué no va Toni?

— ¡Que vayas! — dijimos al unísono Toni y yo.

— Malditos gilipollas — masculló Samuel yéndose de la cabina.

Frente a nosotros se encontraba el exoplaneta “Xiumdo”, una esfera azul muy similar a la tierra. Solo que allí, la civilización había emparedado la vegetación y los recursos naturales en lugar de extinguirlos como los humanos.

— Márcame las coordenadas de aterrizaje — Toni asintió y comenzó a introducir códigos otra vez. El muy maldito había elegido un teclado analógico. Una vieja reliquia sacada del estercolero, aquel diabólico sonido, cada vez que presionaba una tecla, conseguía romper mi calma.

En la pantalla principal instalada en la mampara delantera de la nave, me marcó la trayectoria de entrada en la atmósfera y posterior vuelo bajo el nivel de los radares hasta nuestra clandestina transacción. Una enorme línea roja me marcaba la dirección, una azul más fina que oscilaba rápidamente, la altura y ángulo, en el centro un cuadro con las mejores opciones de que hacer en cada momento.

En realidad, pilotar no era nada difícil. Podía verse como un simple videojuego. De vez en cuando accionaba botones y palancas de mis consolas, unos segundos. No hacían demasiados cambios y la misma IA corregía la trayectoria, pero para el que no tenía ni idea, parecía el trabajo más complejo de toda la nave.

Un fuerte olor a estiércol llegó hasta la cabina. Toni, como un rayo, cerro la compuerta, unos segundos después, al otro lado, Samuel golpeaba para que le abriéramos. Toni contó hasta cinco con sus dedos y una traviesa sonrisa y la abrió. Samuel entró con la cara amoratada de aguantar la respiración. El olor era nauseabundo.

— Joder Samuel, debemos hablar de tu higiene — río Toni cerrando otra vez la compuerta.

— Me cago en todo cabrones.

— Venga chicos, tenemos trabajo, a vuestros asientos. Entramos en tres, dos, uno.

La luz fue cegadora, duro unos instantes mientras entrabamos en la atmósfera del planeta, después, las vistas fueron increíbles. Grandes océanos, limpios y brillantes, enormes selvas llenas de grandes seres herbívoros y aunque no los veíamos, seguro que también había gigantes como esos, pero carnívoros. Los bosques se perdían en el horizonte. Era un verdadero edén. Las ciudades estaban integradas en las montañas y en los bosques. Si no mirabas dos veces, igual no descubrías su ubicación. Aún estaban muy lejos de viajar al espacio. Seguramente, aún no habían conseguido ni volar dentro de su atmósfera. La pantalla se iluminó y me marcó un punto.

Era una planicie junto a un gran lago. Habíamos llegado tres horas antes de lo previsto y allí no había ninguna comitiva. Apague los motores y abrimos la rampa de la bodega; bajamos de la nave.

El aire era limpió, tal como decían los escáneres. Muy similar a la Tierra, por suerte, esa etapa de la humanidad donde devastamos todo había terminado antes de conocer lugares como este, si no, hubiésemos devorado toda la galaxia.

Nos alejamos un tanto de la nave, estábamos aireando la bodega, los Forques estaban ansioso de salir de allí, seguramente el olor a hierba los estaba poniendo un tanto hambrientos y agresivos. Pero nosotros, solo teníamos ojos para nuestra nave. Era la más fea de la galaxia. No era aerodinámica, no tenía colores vivos, no tenía nada que sobresaliese de lo básico y necesario para volar. Pero era nuestra, nuestra casa.

Un zumbido sonó a cierta distancia. Parecía el sonido de algún tipo de enjambre. Samuel me golpeó el brazo y salió a toda carrera hacia la Estrella Dorada. Toni y yo nos giramos hacia atrás. Un gran enjambre de seres enormes, venían directo a por nosotros. El olor de los Forques debía de haber llamado la atención de los depredadores de la zona. Toni estiró de mi pecho.

Hora de correr.

El enjambre estaba tan cerca que podíamos oler a esos bichos, eran como arañas gigantes con unas alas de demonio. Sus ocho patas acababan en garras capaces de machacar una vaca sin mucho esfuerzo. El Faser de la nave se activó y comenzó a disparar a nuestras espaldas. Escuchábamos como explotaban los bichos tras nosotros. Llegamos a la rampa y subimos cerrando la esclusa.

Por algún motivo, el olor de la bodega no nos fue un inconveniente. Fuimos hasta la cabina de pilotaje y tomé los mandos. Encendí motores, ascendí unos metros y Samuel tuvo mucho más fácil dar en los blancos. Cuando habíamos matado una decena, el resto se marchó por donde había venido.

— ¡Toma ya! — Samuel estaba pletórico. Daba saltos y empujones al pobre Toni que no sabía dónde esconderse. Samuel podía hacerte el mismo daño, a buenas que a malas.

Me volví a posar y apagué los motores. El campo idílico donde habíamos disfrutado estaba hecho fosfátina, grandes surcos de los rayos fallidos, seres patas arriba en medio de un charco de sangre verde fluorescente.

Del agua, comenzó a alzarse un enorme casco metálico, se alzaba y alzaba, dando la impresión de no tener ni inicio, ni final. El agua caía en grandes chorros desde su cubierta. Se detuvo y una enorme rampa se abrió. De él, salió un humanoide, parecía Terrícola. Nos hacía señas. Por el tamaño de la entrada, imaginé que quería que entrase con la nave.

El hombre era humano, haría de enlace con nosotros por el bien de las transacciones, verifico los animales sin demasiada palabra y buenos modales y después, nos dio puerta con un gesto poco amistoso.

La vuelta nos la tomamos con menos prisas. El trabajo estaba hecho y nuestros primeros cincuenta Dits, ganados.

Comentarios