Estaba sentado sobre una gran caja, algún porte para alguien más importante que nosotros. Escuchaba gritarse a Toni y Samuel, hacía mucho que ya no me preocupaba, llevaban así toda la vida. Les costaba en torno a seis horas limpiar la zona de carga para el siguiente porte de bestias, algo bastante absurdo, ya que lo volvían a llenar todo de excrementos y meados.
Por desgracia, yo había descubierto una feroz alergia a esos animales. Así, que con todo el dolor de mi alma, no podía ayudarlos en aquella mal oliente y desagradable faena.
Elsa entró por la puerta del hangar, con su porte militar, su andar rápido y directo, su rostro severo y su ceño fruncido, como siempre, pero la verdad es que le quedaba de maravilla. En su mano, no llevaba ninguna tableta de embarque, eso sí que era raro. Parecía intentar sociabilizar con nosotros lo justo y necesario. Por nuestra seguridad, o eso decía ella. Aseguraba que era mejor que hasta que no tuviésemos un nombre en el mundillo, sería mejor no asomarse por La Cantina, ya que a fin de cuentas, estábamos haciendo trabajos que otros podrían querer.
— ¿Dónde están tus amigos? — se plantó frente a mí.
— Están ahí dentro, limpiando mierda, espera — silbé y Toni y Samuel asomaron las cabezas sudorosas, con manchurrones, que esperaba fuese aceite hidráulico. Señale a Elsa y limpiándose las manos y el rostro con unos trapos igual de sucios vinieron hacia nosotros.
— Señores, tengo que pediros un favor personal — me resultó extraño tanta educación.
— ¿Pero antes de ayer no éramos niñitos? — renegué.
— Es un apelativo cariñoso, sabéis que sois mis chicos favoritos — parecía nerviosa.
— Si tú lo dices — conteste—. A ver, ¿qué necesitas?
— Necesito ir a la estación EI16. Necesito algunas cosas. Y vender otras tantas.
— Pero eso está a tomar… — Samuel por una vez en su vida se Mordió la lengua. Por fin estaba aprendiendo.
— A ver cómo explicó esto… me vais a llevar, por qué si no, se acabó vuestra aventurilla de ser contrabandistas — que habilidad tenía esa mujer para ponernos entre la espada y la pared.
— ¿Pagarás el combustible? — preguntó Toni, siempre pensando en nuestra economía. Si no fuese por él, ahora mismo tendríamos muchas deudas. Elsa lo fulminó con la mirada.
— Está bien — escupió — pero esta me la guardo. Podíais haber conseguido una deuda conmigo, algo que sin duda os interesa mucho — como se dio cuenta, que ninguno de los tres nos echábamos para atrás, chasqueó la lengua —. Usar mis depósitos, pero si me entero, que succionáis más de lo necesario, os mataré lentamente. Después cargar esas cajas, y tú, bájate de ahísi no quieres que te dé una patada en los huevos. Tenéis una hora.
— A sus órdenes — salte de mi cómodo asiento y me cuadre sonriente — chicos, hora de trabajar — di una palmada motivacional y los dos me miraron algo recelosos. Qué culpa tenía yo de que esos bichos me produjeran urticaria.
Toni y Samuel se pusieron a recargar con todas aquellas pesadas mangueras. Yo me introduje en el exoesqueleto del hangar, lo había empleado pocas veces, así que me costó un rato llenar la bodega, estaba exhausto, aquellos joysticks tan sensibles, hacían que me doliesen los dedos. Se me dormían los pies y el cinturón me estaba haciendo una rozadura en la axila. Toni y Samuel prácticamente habían acabado de rellenar nuestros tanques, si hubiese sido algo más rápido, seguramente podría haberles echado una mano. Pero bueno, otra vez sería.
Elsa volvió con una pequeña bandolera cruzando su pecho. Era de cuero, cien por cien terrícola, toda una joya, tanto en precio como en resistencia. Miró sus tanques uno a uno, observando sus medidas, dio su aprobación y subimos a la Estrella Dorada.
Entre la sala de carga, nuestros camarotes y la cabina, teníamos un humilde y sencillo espacio común, con algunos asientos en círculo mal zurcidos y mal reparados y una pequeña mesa, donde comíamos. Elsa lo miro todo con cara de asco. Yo no lo entendía, era una pasada, teniendo en cuenta que la habíamos reconstruido nosotros prácticamente pieza a pieza.
— Toma asiento, salimos en cuanto encendamos los motores — Toni le señalo uno de los asientos. Mientras ellos se marchaban a la sala de máquinas.
— ¿A qué te refieres con encender los motores?, ¿A dónde van tus amigos?
Toni agarró un enorme cable que colgaba de la pared, al otro lado, Samuel hizo lo mismo y cuando las dos puntas se juntaron, y tras un chispazo alucinante, la iluminación general comenzó a brillar.
Elsa estaba pálida.
— ¿Esto… es seguro?
— Mientras no pises el cable si — Samuel la miró como si aquello fuese lo más lógico, y ella, se sentó y abrazo su bandolera contra el pecho.
— Teniente, Alférez, a la cabina. Tenemos un trabajo que realizar — los escuche cuchichear a mi espalda maldiciendo.
El despegue fue perfecto. Salimos del hangar y tomé el ángulo de salida de la atmósfera de aquel árido planeta. Toni metía códigos en su consola. Samuel, procuraba que la energía no fluctuar demasiado y tras un fogonazo al cruzar el límite planetario salimos al cosmos.
— Bueno, chicos, id al motor de curvatura, vamos a demostrarle a la jefa que a juzgado mal nuestra preciosa nave.
— ¿A dónde van esos dos? — repitió, note cierta vacilación en su voz.
— Tu, tranquila, estás en buenas manos, solo una cosita…
— ¿Qué? — hay había algo más que una vacilación.
— No toques las paredes bajo ningún conce…
Toni y Samuel habían conectado el motor y la sensación, de entrar en curvatura, fue bastante más fuerte de lo que esperaba. Elsa estaba con la boca muy abierta, seguramente sí no fuera por la presión, estaría gritando. Cuando la nave se estabilizó, la oí suspirar. Y unos minutos más tarde, Toni y Samuel comenzaron con sus habituales discusiones.
— ¿Qué hacen esos dos ahí? — preguntó aterrada.
— Ah, tranquila, son los mejores. Solo alinean el flujo de curvatura y reparan los amortiguadores en tiempo real.
— Pero…, si eso falla…
— ¿Dónde está ese espíritu aventurero?, pensaba que eras una tipa dura — Elsa estuvo a punto de tocar con su mano la pared y le chisté con cara de asustado, ella aún más pálida apartó su mano. Cuanto nos íbamos a reír, cuando le dijese que eso era solamente una broma.
Tengo que reconocer que Elsa era la persona más silenciosa que conocía, tras cinco horas del más absoluto silencio, llegamos a las coordenadas.
— ¡Chicos!, cuando queráis — por suerte estaban en uno de esos extraños momentos en los que no se estaban matando verbalmente el uno al otro y escuche que me habían oído —. Jefa, agárrese.
— ¿Por…?
Al apagarse el motor de curvatura, la nave comenzó a temblar, a rechinar. Toni Y Samuel pasaron a toda velocidad por delante de una Elsa, con su rostro desencajado. Mis oficiales comenzaron a realizar sus maniobras. Cuando la nave, salió de curvatura, Samuel apretó el freno y activo los retro impulsores, Toni martilleaba su teclado. La nave bajo su velocidad a la mitad. La hebilla de mi pecho, volvió a hacerme daño, y entonces, pensé en Elsa. Ella no tenía cinturón. Sonó un fuerte golpazo y cuando las fuerzas G nos lo permitieron, vimos a nuestra jefa empotrada en el asiento circular justo enfrente a donde debía estar.
— ¿Estás bien?, ¿jefa? — menuda ostia se tenía que haberse dado.
— Me cago en toda vuestra estirpe. Os voy a matar lentamente.
Elsa, con una brecha en su frente y claramente herida en su orgullo, no nos dirigió la palabra en lo que resto de maniobras de anclaje a la estación. Como ya he dicho, era una mujer extrañamente silenciosa.
Una vez descargada su carga, en la plataforma de atraque, decidimos darnos una vuelta por allí, nunca habíamos estado en la estación EI16, era conocida en toda la galaxia, tenía el mejor mercado de piezas de todo el cuadrante. Y su mercado negro, del que nadie hablaba jamás, era aún más prestigioso.
Los androides y sus primos lejanos, una especie de carretillas elevadoras, que levitaban a un palmo del suelo y una IA capaz de registrar las entradas y llevarlas directamente a su destino, comenzaron a cargar todas aquellas pesadas cajas.
Por supuesto, nuestra mecenas no nos había dicho que demonios trasportábamos, pero algo en mi sexto sentido me decía que aún estaba demasiado enfadada con nosotros, así que era mejor dejarla a su aire y mantener la boca cerrada.
Mientras ella gestionaba sus productos y negociaba con algunos tipos feos, nosotros decidimos investigar un tanto por allí. Las grandes salas de embarque habían sido transformadas en enormes cubiertas donde un mercado aún más enorme tomaba forma. Allí había de todo. Desde un mísero relé, pasando por motores de Curvatura, a enormes Fasers para implantar en las naves estelares. Uniformes de todos los colores y diseños. Todo tipo de armamento ligero y pesado, y menos mal, que aquel, era el mercado que la flota permitía en aquella base espacial. Por qué el que se escondía en sus entrañas debía de ser aún más pintoresca.
Tras muchas vueltas, y muchas negativas de Toni, a cualquiera de nuestros deseos, volvimos al embarque. Elsa esperaba, de pie, en la rampa de carga de nuestra nave, con su zurrón cruzado al pecho y claramente nerviosa. Sus labios fruncidos y sus ojos inquietos mirando en todas direcciones.
— ¿Dónde coño os habíais metido? — escupió con sus habituales modales.
— Estábamos viendo la estación, es la primera vez que venimos — le expliqué.
— Regla número uno del contrabandista. Siempre permanecer cerca de su nave por si hay que salir echando leches.
— ¿Y por qué íbamos a salir echando leches? — preguntó Toni.
— Por eso — señaló sobre nuestras cabezas—, ¡correr, tenemos que salir de aquí ya!
Dos secciones más arriba, toda la maquinaria de seguridad de la estación estaba movilizada, Elsa estaba muy pálida. En un abrir y cerrar de ojos, estábamos soltando los anclajes del embarcadero. Los hombres de la flota, corrían de todas direcciones hacia nosotros.
— Detengan la nave — escuchamos por el intercomunicador de la nave —, están ustedes detenidos por tráfico ilegal de …
— Qué te follen — dijo Samuel cortando la comunicación.
En segundos, estábamos a velocidad de curvatura, los chicos, tras aquella huida, estaban pletóricos, era la primera vez que huíamos de la flota, aunque también era cierto, que no sabíamos, exactamente, el qué, habíamos hecho.
Por supuesto, Elsa no se dignó a decirnos que había sucedido, pero lo que si estaba claro, es que nuestra querida nave, la Estrella Dorada, ya estaba en la lista de la flota, como contrabandistas clandestinos.
Me ha gustado mucho.
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