En mi brazalete, donde llevaba ubicado el sensor de corta distancia, me marcaba a pocos metros, lo que debía ser el final de aquella enorme cavidad minera. Enfoque mi linterna y descubrí una enorme compuerta de metal. A su lado, integradas en la roca, había dos pequeñas consolas. La más cercana a la compuerta, era de un palmo por un palmo. Los botones metálicos y una pequeña pantalla me sugerían que hacía falta una contraseña para abrir la compuerta. La segunda, un metro más alejada tenía una pequeña tapa plástica. Al abrirla, descubrí lo que debía ser, un cuadro de luces.
— Chicos, acabo de encontrar unas compuertas — dije pulsando mi tríceps.
— ¿Y qué hay detrás? — contesto Samuel.
— Está cerrada y no encuentro la apertura manual.
— Olvídate — me sugirió Toni —, sin una fuente de alimentación, no vas a poder abrirla. Vuelve, nos vendrían bien dos manos más, el fuselaje de la cabina está rasgado — corte comunicación, alguien tenía que averiguar que había allí, detrás de aquella enorme chapa de acero. Y sabía que ellos, eran más que capaces de salvar todos los problemas que tuviese la Estrella.
El sistema del cuadro era antiquísimo. Todo a base de palancas y botones con varias posiciones. Me llamo la atención una palanca más amplía. Al tocarla, se deslizó suavemente hacia fuera, revelando un hueco. Allí debía ir algún tipo de matriz energética.
A expensas de que Toni me cortará las pelotas, desmonte mi sensor de proximidad. Nuestros trajes espaciales eran de la misma época que la Estrella Dorada. Los habíamos reparado lo mejor posible con cinta plateada, pero eran tan frágiles como el papel de aluminio. Coloque la fuente de alimentación en el tubo y volví a tocarlo para que se cerrara.
Un pequeño zumbido comenzó a sonar en el cuadro y tras varios chispazos y fogonazos, todas las luces del sistema comenzaron a parpadear.
Uno a uno fui apretando dichos botones, el zumbido se incrementó y una pequeña baliza se iluminó sobre la puerta.
¡Toma ya!
Poco a poco fueron encendiéndose balizas por toda la gruta, senderos en el suelo, líneas lumínicas en la bóveda y algunas otras balizas repartidas, marcando un claro y enorme círculo bordeando la gran explanada.
— ¿Qué coño has hecho? — la voz de Toni sonó asustada en mi intercomunicador.
— Lo acabo de reparar — conteste entusiasmado.
— ¿Tú? — Samuel sonaba reticente.
— Eh, que no soy un inútil.
— Si tú lo dices — me respondió, por su voz debía de estar sonriendo. Tras una fluctuación en las luces, expandieron su potencia revelando toda la mina — Ostia puta, esto es enorme.
Vaya, si era enorme. La Estrella, parecía diminuta allí en medio. Pero antes de celebrar mi victoria, tenía que centrarme en abrir la compuerta y descubrir que tesoros escondía. También había la posibilidad de que no fuese más que un almacén. Pero yo prefería pensar que allí, detrás de todo ese acero, abrían miles de tesoros de valor incalculable. La consola de apertura se iluminó y sus números comenzaron a brillar.
— Toni, ¿cuál será la combinación? — solté el botón del intercomunicador, si alguien sabía esa contraseña, debía de ser Toni.
— Y yo que coño sé. Para eso son las contraseñas memo.
— ¿Pero no tienes ninguna idea?
— Si, que vengas y nos ayudes — volví a cortar comunicaciones.
Toni no entendía la importancia de la exploración. Ese deseo que antaño nos había empujado como especie a llegar más allá de nuestros límites. Pensé que hubiese hecho Toni en mi situación. Comencé a pulsar botones al azar, no funcionó. Seguro que Toni no haría algo tan al aleatorio. ¿Qué haría Samuel?. Miré por el suelo. A mis pies había una pequeña roca de la que sobresalían diferentes trazas de metal. La agarre y con todas mis fuerzas golpeé una y otra vez la consola. Me soltó un chispazo y salí disparado hacia atrás varios metros. Un fuerte hormigueo recorría mi cuerpo.
— ¿Qué ha sido eso? — Era la voz de Toni, podía notar su preocupación. Intenté contestarle, pero tenía la lengua dormida por la descarga — ¿Leo, estás bien?
Conseguí soltar algo parecido a un gruñido, la puerta crujió, el polvo pegado en su superficie se desprendió y con un sonido sordo, las planchas se separaron. Tras unos segundos donde escuchaba como los hidráulicos se cargaban, la puerta se abrió de par en par. Un camino lumínico se fue encendiendo poco a poco hasta perderse tras otra enorme compuerta.
Aquel pasillo era muy diferente al resto de la explanada, su techo, suelo y paredes, eran metálicas. Mis botas hacían eco al avanzar. Al llegar a la segunda compuerta, se abrió al acercarme de manera autónoma. Nuevamente, fueron encendiéndose las balizas hasta que las luces se encendieron. Mi lengua y brazos, comenzaron a volver en sí.
Allí no parecía que hubiese ningún tesoro, era una sala un poco más grande que la Estrella. Diáfana, salvo por unas enormes cápsulas que bordeaba las paredes. Poco a poco se fueron abriendo las cápsulas, estaban todas vacías, hasta que se abrió la última. Dentro había una figura humanoide. ¿Aquello era un androide minero? Había visto miles de piezas de esos colosos en los vertederos. ¿Funcionaria?
Cuando la luz de la cápsula se encendió, un montón de códigos comenzaron a aflorar en una pequeña pantalla que quedaba sobre la cabeza del androide. Tras unos segundos, poso su enorme pie sobre el suelo metálico y salió de la cápsula. Debía medir dos metros y medio de alto. Tenía un pecho demasiado grande para sus proporciones. Su rostro, bastante básico, como una cara humana sin piel, pero de metal, cables y mangueras. Sus ojos sin párpados eran dos enormes esferas que me miraron impasibles.
— Androide IM-12, cargado y listo para trabajar — su voz era enlatada, el androide comenzó a mover partes de su cuerpo. Seguramente hacía comprobaciones de seguridad sus sistemas.
— Chicos, vais a alucinar — dije por el comunicador.
— A ver, Leo, déjate de tonterías, esto es un trabajo delicado y necesitamos… ¡Dos manos más!
— Pues ahora tenemos cuatro — reí contestando a Toni, estaba muy nervioso. Tener un androide era uno de nuestros sueños. Y este IM-12, era todo lo que habíamos soñado. Todos los grandes contrabandistas tenían un androide de combate.
— ¿A qué te refieres? — escuche como Samuel apagaba la lanza térmica.
— Será mejor que vengáis. Debemos desmontar una cápsula de recarga y yo no sé.
— Tú, ¿no sabes hacer algo? — Toni soltó una risotada.
— Eso me ha dolido. Traer la Estrella, esto es alucinante.
— ¿Pero qué coño has encontrado? — sabía que Samuel era el que más ganas tenía de conseguir un androide. Y este se ajustaba exactamente a lo que, para él, era la belleza.
— Chicos, acabo de encontrar un androide en activo. Es… es enorme.
— No jodas — en la voz de Samuel noté ese nerviosismo que yo sentía — Joder Toni, apaga eso. Leo, vamos para allá.
Fue dicho y hecho, la Estrella no tardó más de cinco minutos en elevarse y acudir en mi dirección, era un vuelo sencillo. Prácticamente, el ordenador compensaba el rumbo que mi brazalete del tríceps le marcaba. Entre empujones, Toni y Samuel bajaron por la rampa. En sus rostros había un brillo especial. Seguramente el mismo que reflejaba el mío.
Samuel silbó de emoción cuando encontró al androide que se movía errático por la sala. Debía de tener algún problema en su programación, pero nada que el bueno de Toni no pudiese solucionar.
— Es precioso — dijo Samuel tocando su exoesqueleto.
— Es una pasada — dije yo sonriente.
— Es una basura — como siempre Toni y su falta de empatía. Pero la verdad es que aquel androide necesitaba una manita de pintura, su armadura, que era bien gruesa para su trabajo minero, estaba herrumbrosa.
— Soy un androide minero, denominación IM-12 — contestó el androide—. Soy un androide minero, denominación IM-12. Soy…
— Y encima, hay que reprogramarlo desde cero— Toni lo miraba dando vueltas al androide mientras doce lo observaba. Toni accionó un pequeño botón en su espalda y la consola de programación se abrió en su pecho. Introdujo varios códigos, que para nosotros eran unos galimatías y volvió a cerrarla — vamos a ver. IM-12, recoge tu cápsula e introdúcela en nuestra nave.
— A sus órdenes Teniente.
— ¿Pero no era una gilipollez lo de los rangos? — chasqueé la lengua. Toni ladeó media sonrisa.
El androide cargó con su cápsula como si fuese una caja vacía y se encaminó hacia la Estrella. Subió la rampa y la dejo en un lateral de la zona de carga, justo donde Toni le había ordenado. Samuel y yo mirábamos perplejos como Toni manejaba aquella bestia de metal.
— Dile que baile — le reto Samuel ilusionado.
— De verdad chicos. Yo no sé como habéis llegado hasta aquí siendo tan tontos.
— Soy un androide Minero, denominación IM-12 — lo repito dos veces más y un fino hilo de humo salió de su pecho. Bajo sus brazos. Replegó sus piernas y quedó hecho un ovillo en medio de la bodega.
— ¿Qué le ha pasado? — pregunté mientras Samuel le daba golpecitos en la cabeza mecánica.
— A saber. Tendremos que reparar algunas cosas. Lleva muchos, muchos años inactivo. Creo que su matriz puede estar dañada. O su programación corrupta.
— ¿Pero podrás hacer que funcione? — Samuel miró a Toni como un niño que quiere seguir jugando mientras su madre le ordena irse a casa.
— Bueno, supongo que sí. Pero no os hagáis demasiadas ilusiones.
— Lo llamaremos Sanguinario — dijo Samuel.
— No, se llamará Sargento doce — tercié yo.
— ¿Qué no habéis entendido con que no os hagáis ilusiones?, no sé si podré arreglarlo — Toni se quedó callado mirando como nuestros hombros decaían —. Cerrar el pico, se llamará Destructor — esa sonrisa ladeada volvió a aparecer en su rostro —. Y ahora, vamos a reparar nuestra nave. Leo, ni se te ocurra volver a separarte de aquí —yo asentí — y ahora me vas a contar por qué tu brazalete de muñeca está desmontado, otra vez — tragué saliva.
Comentarios
Publicar un comentario