Repase mi equipo: los cuchillos lanzadores, las dagas de mi padre, un poco de somnífero que había fabricado y las dos catanas de Nakato colgando en el lado izquierdo de mi cintura. El traje estaba bien ceñido y yo, con la mente clara. O tan clara como se puede tener cuando uno lucha a vida o muerte con alguien a su altura. La verdad es que tenía cierto nerviosismo.
El mejor escenario era en mi antigua Mansión. Allí había espacio y anonimato. Salí por la claraboya de mi habitación y comenzar a saltar de tejado a tejado. Sabía que mi rival me seguía de cerca. ¿Estaría tan nerviosa como yo?. Esperaba que sí.
Me quedé en el centro del jardín y espere su llegada. No se hizo esperar. Apareciendo desde las sombras, su porte era confiado. Desafiante.
— Ya no tienes que esperar más, aquí me tienes — le hice un saludo ritual de su cultura juntando las manos frente a mi pecho y haciendo una media reverencia, ella respondió con la misma educación.
— Llevo esperando este momento toda mi vida. He crecido, me he entrenado y sobrevivido para este día. El día que pondré el nombre de mi familia donde le corresponde.
Un brillo me alertó de un artefacto brillante que volaba hacia mí, el duelo había empezado. Di una voltereta hacia atrás mientras el cuchillo, fino y de filo brillante, paso rozando mi pecho. Al enderezarme, lance dos cuchillos en su dirección. Pero ella ya no estaba allí.
Mierda.
Me agaché y di varias volteretas en diferentes direcciones. No sabía dónde estaba. Las lunas, esa noche, estaba en su último paso antes de desaparecer para volver a crecer en el siguiente ciclo. La oscuridad era bastante densa. Pero si yo no podía verla, ella tampoco podía verme a mí.Ande en círculos, con mis dagas en alto. El primero que descubriera a su presa atacaría con mucha ventaja.
Escuche el sonido del suelo tras de mí. En el último momento, salte hacia un lado lanzando un tajo hacia atrás con una de mis dagas. Note como se hundía en la carne. No era una herida mortal, pero si debía de haberle hecho un buen tajo.
Silencio.
— Creo que tengo derecho a saber por qué es tan importante mi muerte para restaurar el nombre de tu familia
— ¿Qué debía saber yo?— Llevaba días intentando averiguar el por qué de sus palabras en nuestro último encuentro.
— No te hagas el tonto. Esas catanas no te pertenecen. Son parte del legado de mi familia.
Solo fue un brillo, pero aparte la cabeza justo cuando la hoja de una de sus cimitarras rasgaba mi rostro. Yo propiné un golpe bajo al bulto. El sonido de una costilla rota la hizo gemir. Ella, a su vez, me golpeo con su pie en la nuca al pasar de largo. Era muy rápida, tal vez más rápida que yo.
El silencio volvió a reinar.
Yo estaba mareado tras la patada y me había acuclillado para ser una forma más difícil de encontrar. Ella también estaba herida. Creo que empezaba a entenderlo todo. Nakato, debía ser parte de su familia y por alguna razón, ella pensaba que lo había asesinado.
— Creo que estás equivocada.
El filo de una de sus cimitarras venía en mi dirección, rodé hacia atrás e hice la parada alta con ella, sentí la fuerza de sus brazos al chocar acero contra acero. Como los filos se retaban en dureza. Con su otra mano intento hacer un ataque prohibido, un ataque hacia abajo con su otra espada. Pero yo lo aparte con una de las dagas. Esa vez había estado muy cerca de trincharme.
— No intentes engañarme, cobarde. Tú mataste a mi abuelo. Le diste una muerte indigna. Por la espalda.
Otra vez las armas chocaron y esta vez vi el brillo de sus ojos coléricos. Golpeó, golpeó y golpeó. Podía haber atacado, pero supongo que esa chica debía saber la verdad.
— Yo no mate a tu abuelo. Bueno, sí, pero no como tú dices. Le di una muerte con honor. Como él me pidió.
— ¡Mientes!
Su pie impactó en mi pecho y me lanzo hacia atrás. Caí despaldas y rodé a la vez que me incorporaba unos metros más atrás. Ella había vuelto a desaparecer. Volví a moverme en diferentes direcciones.
Guarde mi daga y desenfunde la catana corta. Adopte la posición de defensa. Cerré mis ojos. La esperaría, escucharía de dónde atacaba, he intentaría desarmarla.
Paso como una exhalación a mi espada, silenciosa pero rápida como el rallo. Dominaba mejor que yo esa técnica, debía reconocerlo. Pero yo era más rápido con los aceros. Cuando intento trincharme por la espada con sus dos cimitarras me giré y con un giro de las muñecas hice que sus armas saliesen disparadas, desarmándola. Le puse el filo en la garganta.
— No quiero hacerte daño, Nakato fue mi maestro y mentor. Es un orgullo para mí haber aprendido de él.
.— Mientes— intento zafarse.
— Yo no lo asesine. Le ayudé en su ritual de Haykidu, estaba enfermo y era muy mayor. Quería morir por acero, como los guerreros de su cultura. Yo solo ejecute sus deseos y lo decapite tras el ritual.
— ¿Cómo conoces ese ritual?
— Por qué no te miento.
Baje la guardia y ella me dio un cabezazo en la mandíbula. Me mareé. Caí hacia atrás y creo que me quedé sin conocimiento.
Al despertar, estaba solo al amanecer. Con todas mis armas junto a mí. Otra vez podía haber acabado con mi vida. Y otra vez, me había perdonado. Tal vez había entendido lo que sucedía y necesitaba meditar su situación.
“Doce años antes:
Nakato había empeorado en su enfermedad. Según decía él, no tenía cura, pero se había encargado de iniciarme en todas las disciplinas que él conocía. Cada día, lo notaba más apagado, más cansado, más huesudo.Él no se quejaba, era un hombre de acero. Pero si podía notar como esa maldita enfermedad lo devoraba. Una mañana, al comenzar mi entrenamiento, lo encontré junto uno de sus rosales favoritos, llevaba años podándolo el mismo y la verdad, es que no había ninguno que se pareciese a él.Había una amplia alfombra y un cojín, dos cuencos y una botella de barro con un corcho. En el suelo, estaban las dos catanas de Nakato. Algo que jamás había visto. Siempre las llevaba junto a él, atadas a su cintura. Había llegado a pensar, que aquel anciano dormía con ellas allí, colgadas permanente. En su rostro había una amplia sonrisa.
— Maestro, ¿Qué es esto?
— Ha llegado mi hora. Hijo. As sido un buen aprendiz. Puedo marchar en paz.
— Pero… ¿Se va?
— Si y no. Siempre estaré aquí — me tocó la frente — y aquí, o eso espero— apoyo su mano en mi pecho — debes cumplir mi último deseó.
— Lo que me pida, lo are — dije haciendo una reverencia.
Nakato se arrodilló en el cojín y tocó con la frente la alfombra en una larga reverencia. Agarró con el habitual ritual de las catanas y la puso a mi altura. Me la ofrecía, jamás había tocado ni tan siquiera la vaina, la agarre, siguiendo los protocolos y la desenvaine. Era liviana. Casi no sentía su peso en mi mano.
— Ahora bebé conmigo, mi aprendiz. Comienza mi Haykidu.
Repitió el ritual, llenando los dos cuencos y ofreciéndome uno con sus dos manos por encima de su cabeza doblegada. Ambos bebimos el licor. Era fuerte y amargo. Lo conocía de otros rituales. Era un licor típico de su país
.— Ahora, yo clavaré mi catana en mi corazón y antes de que deje de latir, tú debes decapitarme.
— Pero… yo no puedo hacer eso.
— O claro que puedes y debes. Es mi último deseó. En mi país, esto es la única muerte digna antes de morir sin un arma en la mano. Y necesito a mi mejor aprendiz para que tenga la misericordia de no dejarme padecer.
No espero réplica, agarró su catana y con un movimiento perfecto, apunto a su pecho y hundió su punta hasta el corazón. De su boca comenzó a salir sangre. No tenía otra opción, ya estaba muerto, y yo debía cumplir con mi parte, a fin de cuentas le debía todo.Mi catana cayó sobre su nuca y su cabeza rodó por la alfombra, salió un fuerte chorretón de sangre y cayó había delante lentamente.
Nakato había muerto. Y yo, volvía a ser el asesino de la ciudad”
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