Mala muerte: Capitulo 42 Cena bajo las estrellas

Hacía una semana que no sabía nada de la asesina, o mejor dicho, sin ver a la nieta de Nakato. Era digna heredera, me había dejado el cuerpo lleno de verdugones y el ego por los suelos. No sé que hubiese pasado si no hubiese descubierto ese hecho a tiempo, y le hubiese dicho la verdad. Imagino que tras una vida de odio hacia mí, descubrir, que en realidad no era un enemigo, debía de ser muy duro.


Rossy llevaba el mismo tiempo inquieta, muy inquieta. Lo mismo estaba pletórica que asustadiza. Feliz que triste. Algo sucedía en su cabecita y no sabía muy bien como gestionarlo.


A última hora de la noche, llegó un joven granjero con un par de paquetes. En uno, Cloti había cosido de nuevo el traje que Rossy usaba para entrenar. Me gustaba verla con él, al principio debo reconocer, que pensaba que sería una mala influencia para ella, pero había sido todo lo contrario. Su rostro al ver la prenda, como acariciaba sus mejillas contra el tejido, más fino y resistente que el anterior. Como antes, de darme cuenta, se lo había puesto y hacía monerías por la cocina como si practicase algún arte marcial…; que regalo había recibido. Esa niña me daba una fuerza y un coraje que no sabía que residía en mi interior. Había pasado de ser un hombre huraño y reservado a…, bueno, en fin, en lo que me estaba transformando.


El segundo paquetito aún la hizo más feliz, venían envueltos en papel con pequeños lacitos. Era una docena de regalos dentro de un solo paquete. Cada uno, con un pastel diferente, en el fondo había una carta del puño de Sebastián, diciendo cuanto la echaban de menos, él y Cloti. Paúl había venido a pasar la tarde con nosotros. Estaba muy liado dirigiendo un ejército interracial, preparando la ciudad para lo que nos acontecía. Incluso Gato Negro, había descubierto como ir y venir del edificio abandonado de mi parcela, hasta la cocina de nuestra nueva vivienda. Solo por ver la sonrisa de esa niña, valía la pena seguir luchando.


A la mañana siguiente nos dirigimos como cada día, ha nuestra zona de recreo. Mi mansión ya estaba desescombrada. Y la imagen, de todo el terreno diáfano, aún era más doloroso que ver las ruinas. Pero era el momento de comenzar de nuevo, de alzarnos más fuertes y sabios.


Al pisar el primer tramo de hierba, Rossy se puso en alerta. Emprendimos un reconocimiento del terreno, no parecía haber nadie por allí. Hasta que llegamos al claro que yo usaba, para mi meditación diaria. Despedí a Rossy, que se fue refunfuñando por no poder hablar con quién estaba allí, en nuestro templo. La mujer en sí, llevaba puesta la ropa tradicional de su país, un kimono largo y sedosos, de colores vivos y elegante, su pelo estaba recogido con un moño sobre su cabeza y estaba en la posición ritual de la meditación, que Nakato me había enseñado a sangre y fuego.


Me coloqué frente a ella y tome la misma posición, le hice un saludo ritual y ella, sin abrir sus párpados coloreados de negro, que parecían dos ventanas al universo, me replicó.


— ¿Debo preocuparme de esta visita? — le susurré.


— De momento no — abrió sus ojos almendrados y me cautivó. Su piel fina y tersa, sus labios oscurecidos como sus ojos, su tez pálida y su mirada capaz de ahogarme lentamente — pero quiero que me cuentes, tu parte de la historia. Después juzgaré si debo o no matarte.


La historia fue contada, con pelos y señales, intenté no dejar nada en mi memoria. Descubrí, que hablar de mi maestro, ya no me traía dolor, al contrario, me sentía honrado de haber estado bajo su tutela y su compañía. Y creo que ella, sintió esa sensación, en ningún alto en mi historia, intento replicar.


— Ahora ya sabes mi historia, pero yo aún no sé tu nombre.


— Me llamo Sussi Nakato.


— Es un honor estar en tú presencia — aún recordaba muy bien el trato que debía dar a un Nakato.


— Señor Logan, desearía que no se andará con tanto remilgo, yo provengo de otra era muy distinta a la de mi abuelo y prefiero un trato más coloquial.


— Entonces “Sussi”, ¿qué has decidido? — ella clavó sus sabios ojos en mí, parecía medir hasta que punto podía confiar.


— Aún no lo sé, tus palabras parecen sinceras, pero la edad te enseña que algunos, solo te muestran lo que quieres que veas — ella se levantó sin esfuerzo y comenzó a marcharse.


— Me permitirían invitarte a una cena para continuar esta conversación — ni yo mismo creía lo que acaba de hacer, hacía años, muchos años que no le decía algo así a una mujer.


— Señor Logan, ¿Me está pidiendo una cita?


— Eso creo.


— Aún podría matarte.


— Supongo que me arriesgaré.


— Recibirá noticias mías. No me busque, yo lo encontraré a usted.


La mujer se marchó a paso tranquilo. Descubrí a Rossy sobre la cresta de un árbol, nos vigilaba, podía adivinar una sonrisa de oreja a oreja en su rostro. Salto desde lo más alto del árbol y cayó sobre una rodilla en el claro. Tras ella, Gato Negro la imitó, solamente que el felino, rodó maullando por un fallo en su caída, Rossy río y se acercó a mí haciendo tonterías, como si fuese una mujer remilgada.


— ¿Quién era esa chica tan guapa?


— Se llama Sussi Nakato y es la nieta de mi maestro.


— ¿Y te gusta? — preguntó con mirada traviesa.


— Creo que sí.


— Pues síguela, tontolaba, no dejes que se vaya.


— Me ha pedido explícitamente que no lo haga, ella se pondrá en…


— Contacto con usted — dijo riendo —, sé que solo soy una niña, pero hasta yo sé que quieren que la sigan, me ha detectado, como tú, ve a por ella — Tal vez esta niña era más lista de lo que parecía. En otros tiempos, sin duda, hubiese ido tras ella.


No lo dude más, me levanté y corrí hasta que la encontré en lo que antiguamente era la fuente que coronaba mi jardín, jugaba con sus dedos en el agua del pequeño estanque que la conformaba. Me miró y sonrió. Era la sonrisa más bonita que jamás había visto. Me senté a su lado.


— Debo repetir mi oferta — le dije al asentarme.


— Es usted muy tenaz, debo reconocérselo. Está bien, a las siete le recogeré en su casa. Este usted listo.


— Lo estaré.


Baje la mirada, los peces de Sebastián parecían sobrevivir con el alimento que Rossy traía todos los días, también había sacado todas las lascas y rocas del fondo. El agua estaba limpia, aunque el efecto del jarrón agujereado por la metralla, no era tan hermoso como antaño. Pero los finos chorros servían de juego para sus inquilinos. Cuando levanté la cabeza, ella, ya no estaba.


Tras nuestros ejercicios cotidianos, volvimos a casa para comer, Paúl nos acompañaría, y me temo que iba a pasar un trago bastante vergonzoso.


Y eso mismo ocurrió.


— Logan eres tan guapo — decía Rossy con retintín.


— Y tú, eres tan bella — decía Paúl poniendo vocecitas de enamoradizo.


— Ya está bien chicos. Dejarme respirar.


— Yo solo respiro para ti, Sussi.


— Y yo por ti, señor Logan — decía Rossy jugando con sus pestañas.


La sobremesa no varió en absoluto, hubiese cogido una de mis dagas y…, pero en el fondo, sabía que se alegraban por mí. Y que eran felices al verme tan nervioso.


No recordaba ese nerviosismo en la boca del estómago, me estaba matando, las horas no parecían pasar, Rossy había elegido la combinación de mi traje. Era un gris claro, con finas líneas negras, era lo último en Ciudad Central, y aunque yo no solía vestir de otra manera que no fuese negro, con camisa blanca, Rossy se había encaprichado en que me lo comprase unas semanas antes de mi cita.


A las siete, como mi reloj de cadena en la mano, la vi llegar. Se vestido era todo negro, con finas bordaduras blancas en las mangas y en el bajo de su falda que cubría justo sus rodillas. Nada de trajes tradicionales. Parecía una mujer cosmopolita. Estaba… cautivadora.


— Está usted preciosa, si me lo permite.


— Y yo debo decir, que para un hombre de su edad, tampoco está nada mal — bajo su brazo llevaba un cesta de mimbre.


— ¿Adónde me llevarás? — le pregunté mirando la cesta.


— A donde el cielo esté limpio, me gusta ver las estrellas, y con estas farolas…


— Le seguiré, gustoso.


La velada fue de maravilla, aunque con aquella mujer, nunca se sabía si uno estaba fuera de peligro. Su conversación era inteligente y agradable. Me habló de su país, de su gente, me habló de su padre, que murió pensando que no había cumplido con su misión de recuperar las catanas de la familia. Como la habían entrenado para llevar acabó esa misión. Debía devolvérselas. Era de vital importancia para ella, aunque no me las pidiera. 

Observamos el cielo tumbados sobre la hierva, ella me preguntaba los nombres de las constelaciones, ya que en su país, en el otro hemisferio, el cielo era completamente distinto. Las estrellas brillaban tintineantes, mirar al universo también me había atraído siempre. Pero ya no recordaba que era mirarlo sin esas malditas farolas borrando gran parte del cielo. Pasamos horas charlando sobre ellas. Yo había tenido algún momento de mi vida donde había aprendido ciertos conocimientos de astrología.


Volvimos paseando, las calles, a esas horas estaban desiertas. En mi juventud, tras una cita como esa, hubiese abordado sus labios en cualquier boca calle. Deseaba besar esos labios con labial negro. Mis ojos, solo podían fijarse en su contorno, su sonido, su particular sonrisa pícara.


Por desgracia el paseo acabo donde habíamos empezado. Aún no nos habíamos separado y ya me dolía dentro del corazón, tener que sepárame de ella, creó, que me había enamorado. Quería estar más tiempo en su presencia. Lo necesitaba, esa voz, que durante años había estado silenciada bajo mi armadura de sentimientos. Se filtraba por las grietas de mi alma. Me gritaba que no la detuviese. Solo tuve una idea para seguir con ella, debía devolverle las catanas de Nakato.


— Bueno, a sido una noche agradable — dijo ella sujetando con sus dos manos frente a ella la cesta, su mirada era sincera.


— Quisiera invitarte a entrar. He decidido que las catanas de tu abuelo, merecen volver a tu familia — Sussi se sorprendió y abrío mucho sus ojos.


— Pero… él te las encomendó a ti .


— Y yo, te las encomiendo a tí, deseo que vuelvan a tu familia.


— Esta bien… — no parecía muy segura de aquel trato.


Las catanas estaban bajo mi colchón. Fue algo incómodo llevarla hasta mi cuarto, pero ella no pareció darle demasiada importancia. Salvo alguna chanza al respecto que me hizo sonrojar.


Saqué el acero de debajo del colchón y las puse sobre el lecho, escuche el cierre de la puerta. ¿Acaso ahora me mataría? Mi sorpresa fue cuando me empujó contra el lecho y me hizo caer de bruces en el, se montó a horcajadas sobre mí y me beso.


— Creo que aún tienes muchas cosas que aprender de mi familia, Señor Logan. Nosotros no nos vamos por las ramas, como ustedes.


Me sujeto la cara y volvió a besarme con pasión. Una pasión, que mi mente ya había olvidado, como si esa sensación me estuviese prohibida, sentí el fuego de sus labios. Estiró su mano y apagó la luz de las lámparas de gas.









Comentarios