La ciudad estaba llena hasta arriba, si algo me sorprendía aún del ser humano, era su capacidad de empatizar con sus congéneres en momento inusuales. Llevaban semanas llegando ciudadanos del todo el país. Como General, me había dedicado a su mantenimiento. Extramuros se había formado un campamento civil. Bordeando el camino, en amplias líneas, que llevaba hasta el rastrillo de la ciudad.
Y ese día, desde el adarve, podía observar como cientos de ellos, aún peregrinaban por la vía, dirección Hardan.
Qué orgulloso estaba de mi país, de mi gente. Todos esos años de barbarie, habían valido la pena, si había conseguido fraguar un espíritu de hermandad así.
Luciana colgaba de mi brazo. Con semblante serio. Por su cabeza debían de estar pasando miles de pensamientos de todo lo que podía salir mal.
— Esto no me gusta nada, querido — me susurró para que los guardias no la escucharan.
— Toda ayuda es buena, Luciana, estos hombres vienen a defender la libertad — ella me miró apesadumbrada.
— Cuando llegue la artillería, barrera ese campamento como un castillo de naipes. No vienen a luchar, vienen a morir.
— Todos tenemos que morir, querida, pero ellos han decidido morir por una causa mayor. De todas maneras, no olvides que el ejército le debe lealtad al país, no a ese desgraciado y a sus cuatro Generales corruptos.
— Espero que tenga razón — El Presidente de la cámara, me golpeó débilmente el hombro y se marchó renqueando con su bastón y un joven que le auxiliaba desde hacía semanas.
— Sargento Smith, avituallen a los recién llegados. Es de vital importancia que recuperen fuerzas. Tal vez mañana el horizonte se llene de sangre y muerte.
— A sus órdenes mi General— que maravilloso era este hombre, leal, servicial y con un carisma entre sus hombres que pocos entenderían. El ejército había dejado marchar al soldado más capaz del ejército, después de mí.
El Sargento Paúl llegó a la carrera con la niña tras él y tras los dos, ese endemoniado gato negro, que más bien, parecía un perro faldero. Al llegar frente a mí, el sargento necesito varios segundos para recuperar el resuello.
— Mi General — su rostro estaba enrojecido por el esfuerzo —. Rossy los ha podido ver, esta noche, acamparán cerca de la puerta. Debemos sacar a todos de ese campamento, ya.
— Tranquilo chico. No se acercarán tanto. Llevan semanas de marcha. Estarán agotados. Elegirán un punto cercano para hacer noche y colocar su puesto de mando.
— ¿Cómo puede estar tan seguro? — inquirió Rossy.
— Querida, he llevado a la batalla a cientos de ejércitos, primero llegarán los primeros batallones, no es más que una avanzadilla, pero crearán el efecto que el General desea, que todos veamos la punta de lanza y no podamos descansar, mientras ellos recuperan sus fuerzas. Después llegará el resto de infantería, calculo que un día después, y tras un par de días, toda la artillería que ese bastardo haya conseguido movilizar. Es ahí, cuando todos tenemos que estar a cubierto — intenté sonreír a aquella niña, pero tampoco tenía demasiadas fuerzas— ¿Sabemos algo de Logan?
— Está ahí fuera. No sé dónde, pero lo siento. Creo que va a hacer una tontería — Rossy miró al horizonte —. Pero no quiero entrar en su mente, no estaría bien. Espero que recapacite y vuelva antes de que todo empiece.
Como bien había profetizado, el contingente de avanzadilla se detuvo a un par de kilómetros. Desde ese momento, la hilera de ciudadanos se había extinguido. A mí no me llegaba la vista, y hacía años que al usar el catalejo me dolía estrepitosamente la cabeza. Pero Paúl aseguraba que estaban montando un austero campamento. Y que grandes números de ellos corrían de un lado a otro asegurando el terreno.
Cuando el último hombre fue ubicado y alimentado. Luciana y yo nos marchamos, como cada noche, a ver a Macmu y su pueblo. No nos cansábamos de ver aquel ritual nocturno. Los rezos, las súplicas, la niña paseando entre ellos mientras las mujeres le ponían grandes collares de flores y los hombres le hacían una reverencia. Últimamente, la niña parecía mucho más triste de lo normal, aun así, se dejaba la piel entre aquellos que la veneraban. Sin duda, aquellas personas estaban seguros de que ella, era la elegida de su pueblo. Solo esperaba, después de entender que teníamos entre manos, que también fuese la elegida, de nuestro pueblo.
Tras las celebraciones, Macmu se presentó ante nosotros. Mostraba una sonrisa que brillaba por si sola. Tenía cogida de la mano a aquella niña llena de collares de flores y del joven Sargento.
— Es un honor, General, como siempre que nos regala su presencia.
— Amigo Macmu, tenéis una cultura muy nutrida, es un verdadero espectáculo para la vista.
— Entonces me veo en la obligación, de pedirle que cuando todo esto acabe, se una a nuestro éxodo a mi hogar. Sería de gran ayuda.
— Me temo que mis años de aventuras ya tocan a su fin, querido amigo, mis huesos no soportarían un viaje por ultramar.
— Pero los míos sí — dijo Luciana, ambos la miramos —, no somos tan viejos. Aún nos queda pólvora en el cuerpo.
— ¿Pero y tus negocios? — Luciana siempre estaba pensando en sus negocios.
— A la mierda los negocios, querido, quiero ver mundo, quiero conocer otras culturas y lo más importante. Lo quiero hacer contigo — me faltó el aire. Era lo más romántico que esa mujer me había dicho nunca. Una chispa creció en mi interior. Aquella Madame, tenía mucho que enseñarme.
— Entonces cuente con ello — Macmu y Luciana sonrieron cómplices.
— Que la diosa la bendiga, señora Luciana. Puede haber cambiado el rumbo de la historia de mi pueblo. Le prometo una vida llena de aventuras y lugares mágicos—. ¿Señor Paúl, usted se unirá a nuestro viaje?
— Me temo que no. Cuando todo vuelva a la normalidad, tiene que haber aquí un tipo tozudo como yo — la niña soltó una risita — para que dirija a los trabajadores. Los dueños de las empresas, tienden a ser un tanto agarrados.
— ¿Me iré sola? — dijo la niña como si toda la realidad del mundo bañara su piel.
— No volverás a estar sola — dijo Macmu con voz profunda — todo mi pueblo estará junto a ti, y el General y la señora Luciana.
— Ya, Pero Logan…, Paúl te voy a necesitar allí. Y Logan. Sois… mi familia — Paúl se quedó callado. Sabía que Logan, si es que sobrevivía, seguramente tampoco viajaría. La sonrisa se borró de su rostro — no podéis dejarme ir sola.
— Tu hermano te acompañará — susurró Paúl.
— Mi hermano es más tozudo que tú. Dudo que no intente arrasar esta ciudad, y yo, no voy a permitírselo. Tendré…
— No pienses así, niña — Luciana le rozó la cara con sus dedos arrugados —, todo va a salir bien. Ya lo verás — hasta yo me lo creí. Pero ambos sabíamos que salir de allí indemnes, podía ser bastante complicado.
Muy chulo
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