Mala muerte 49 Las banderas al aire

Las nubes marcaban una amplia línea rojiza en el horizonte, solo cortada por aquellas enormes máquinas de guerra. Con sus largos cañones. Con el pesado ruido de sus ruedas de madera soportando aquel colosal peso, crujiendo sobre los guijarros de la explanada.


— ¡Manteneros firmes! — ordenó el General sobre su corcel blanco, se había vestido con el uniforme de Gala. Su sombrero de ala ancha, adornado con una larga Pluma, le marcaba como el General Duncan, una leyenda en el ejército — Paúl, levanta más esa bandera — me dijo y acto seguido alcé hasta mi cadera, la enorme bandera de Hardan.


El General, nos había mandado formar ante la ciudad. Quería, que el enemigo, viese quienes éramos. No era una estrategia disuasoria. No quería atemorizar a las huestes enemigas con nuestros más de cinco mil ciudadanos. Quería que viesen contra quién iban a luchar. Hombres y mujeres de todo el país. Hermanos y hermanas. Madres y padres. Hijos e hijas.


Las noches anteriores, habíamos formado grandes banderas. Banderas de nuestras ciudades. En el centro y de un tamaño considerable, la bandera del país, que ondeaba al viento con gran valentía. Como si solo existiese el aire, para mover su cuerpo danzante.


Habían llegado informes, de que aquellos soldados no habían tenido un viaje placentero. Los soldados, aseguraban, que alguna maldición había caído contra ellos. Algunos nuestros exploradores habían tenido la oportunidad de masacrar algunos de sus puestos de guardia. En su lugar, y con un gran acto de valentía, el Sargento Smith se había reunido con soldados rasos. Los cuales, estaban más asustados que nosotros.


La disentería se había instalado en sus filas, algo que hacía siglos se había conseguido erradicar con un buen trato de los alimentos y del agua de las tropas. Decían que por las noches se escuchaban gritos, carreras, y a la mañana siguiente, algún alto mando había amanecido muerto. Tres, de los cuatro Generales, habían fallecido inexplicablemente. Yo pensé enseguida en Logan.


¿Qué estás haciendo amigo?, pensé. Por lo menos, estás vivo, y aquí, no sé dónde, pero se que estás con nosotros, recé.


Todo el mundo había presenciado alguna vez un desfile militar. Con sus acústicos tambores marcando ritmos de guerra, ahora, esos tambores se extendían por todo el horizonte. Resonando como una tormenta de fuego y sangre. Mientras, las huestes enemigas formaban una amplia formación frontal.


Una pequeña comitiva enemiga se adelantó para hacer un parlamento. Le ofrecí mi bandera a un muchacho de rostro asustado, que al tocar el mástil y después de que yo le alzará el mentón, pareció sufrir una metamorfosis. Lleno de valor y orgullo.


Tras el corcel del General, Smith y yo, marchamos junto a seis de nuestros mejores hombres a recibir a nuestro rival. El único General vivo, representaba el mismo papel que Duncan, pero su porte, menos distinguido, parecía debilitado, siendo veinte años más joven que el General Duncan.


— General — dijo el traidor haciendo una reverencia con su cabeza. Aún estando débil trasmitía seguridad.


— General — imito Duncan.


— Me veo en la obligación de pedir su rendición, nadie desea esto. Haga mi trabajo más sencillo.


— Como bien sabes, jovencito — el General enemigo lo miró enojado por el trato —, jamás me he rendido en una batalla, y si conoces algo de historia militar. Sabrás, que solo he perdido una batalla en toda mi trayectoria. Así, que le aconsejo dar media vuelta. Somos gente honrada, como vosotros, pero no podemos ceder a ese bastardo. ¿Por cierto, por qué no da la cara esa rata?


— ¿No pensaría que iba a venir el presidente al parlamento?


— ¿Acaso tiene miedo de que lo asesinemos?, ¿En un parlamento? — el general escupió junto a su corcel — dime, ¿qué tiene ese cobarde en tu contra?


— Es mi deber ser…


— ¡Servir al país, a sus gentes, no a un dictador de medio pelo!, ¡No se te ocurra disfrazar nuestro sacrificio con palabras elocuentes, que yo, escribí en algún momento en mis diarios!, ¡Escupe!, ¿Qué tiene contra ti?, Es tan malo como para que pierdas el honor y el respeto de tus soldados. Si es así, eres un cobarde que no merece esos galones.


El General Duncan giró su montura y nos marchamos de allí, aquel General aún estuvo unos minutos quieto, pensativo. Después, él y su séquito se marcharon con sus tropas.


Tras la vuelta, todos los ciudadanos, entraron tras la muralla. Todos, menos Smith, que soportaba la bandera del país, el General, que miraba fijamente al enemigo con sus manos cruzadas sobre la montura y yo, a su derecha, sosteniendo la bandera de Hardan. Mi ciudad.


El corazón me bombeaba en el pecho con fuerza. Cómo había llegado yo, un niño del barrio a estar allí, representado a toda una ciudad. Una ciudad, que me había tratado casi como hijo predilecto. No pude evitar mirar a las almenas. En una de ellas, medio escondida, estaba Rossy. Era fácil de adivinar. Era la única Almena en la que sobresalían, danzarín, el rabo de un gato. Solo esperaba que no necesitamos su poder. Qué su hermano entrará en razón. Qué ella, no tuviese que hacer algo que, sin duda, la marcaría de por vida.


Sonaron cantos de corneta.


— ¡A cubierto! — ordenó el General — empieza la artillería.


Sonó una fuerte explosión. Y segundos después, un gran agujero se formaba a una veintena de metros justos delante de nosotros.


— ¡No bajéis esas banderas, me escucháis!


El tiempo se detuvo, éramos la carnaza. El fuego se concentraría en nosotros. Según el General, primero debían caer las imágenes y efigies. Después la muralla, y si el General no quedaba complacido, y no mandaba a la infantería. Lloverían bolas de cañón por toda la ciudad. Pero el siguiente cañonazo, no parecía llegar.


El canto de las cornetas resonó de nuevo. Pero no se escuchó sonido alguno.


— Maldito loco — sonreí mientras el General y Smith me miraban como si estuviese tan loco como para ser la carnaza en una batalla—, eso es cosa de Logan me juego el cuello.


— Ojalá — dijo el General — por qué esto podía ponerse muy feo. Sinceramente, no pensé que tuviera huevos de usar la artillería.


— Mirar — carcajeo Smith.


Tuve que explicarle al General, que cada día estaba más aquejado de sus cataratas, que el General estaba maldiciendo claramente.


Las cornetas resonaron, según el General, la infantería iba a avanzar. Esto podía ser bueno. Teníamos una muralla. Y ellos explosivos, pero tendrían que estar muy cerca para que fuesen un verdadero peligro.


Las tropas no se movieron. Por lo que podía adivinar, el General daba órdenes a diestro y siniestro, y ninguna de ellas parecía crear el efecto deseado.


— ¡Se niegan a luchar! — gritó Rossy desde la almena.


— Por todos los dioses, eso puede ser nuestra salvación — El General pareció recobrar fuerzas.


— ¡Correr, Correr, entrad ya! — volvió a gritar Rossy.


— ¿Qué sucede? — me preguntó el General forzando la vista. Apunte con mi catalejo. Una pequeña silueta se dibujaba a paso rápido. De pelo negro, delgado.


— ¡Es su hermano, correr! — ninguno dudo, nuestras banderas, demasiado pesadas para hacer una carrera rápida, quedaron tendidas en el suelo. El rastrillo cayó, pesado tras nuestras espaldas.


Corrí por las escalas de acceso al adarve. Acuclillada tras su almena, Rossy me miró asustada. Con su traje negro de asesina. Gato Negro estaba entre sus piernas. Lamiendo sus temblorosas manos. Me agaché y me puse a su altura. Sus ojos me miraron brillantes.


— No quiero matarlo Paúl — dijo sollozando y de un salto, me abrazó con fuerza.


— Pues no lo mates. Rossy es tu hermano.


— Pero quiere haceros daño.


— Tú puedes convencerlo.


— ¿Y si no…?


— Hagas lo que hagas, pequeña, yo estoy contigo.


— ¡Teníamos que haber huido!— rugió entre llanto…


— Rossy, si la vida me ha enseñado algo es que huir, no vale de nada. Nos hubiesen seguido, y esta situación se daría en otro lugar. Pero esta, es nuestra ciudad, nuestro hogar. Mira — la acompañé por el adarve hasta que se podía ver toda la ciudad a nuestros pies. Miles de cabezas nos observaban. En sus ojos, mil plegarias volaban por el aire en busca de una diosa —, todos ellos te aman. Tienes que ser fuerte. Por ellos. Por mí. Por Hardan.


— Lo… intentaré Paúl, te lo prometo, pero antes tengo que pedirte un favor.


— Lo que sea.


— Pase lo que pase hay abajo. Cuidarás de Gato Negro.


— Lo harás tú, Rossy…


— Cállate Paúl. Cuidarás de él, y de Logan, y de tu tío. Y de todos ellos.


— Te lo prometo — la niña me asintió con decisión. Se acercó a la almena y miró su destino.


— Gato Negro, — dijo agachándose y rascando en la testa del animal — Quédate con Paúl. ¿Entendido? — Gato maulló y se deslizó hasta los pies de Paúl. Rossy se alzó sobre la muralla y salto al vacío.


— Qué los dioses te protejan, mi niña. Eres nuestra única esperanza.

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