Mala muerte: Capítulo 45 Jacob

Al anochecer, Sussi y yo salimos a caballo de Hardan, habíamos discutido el que ella se quedará, pero era una mujer demasiado independiente como para que la sola insinuación le hubiese hecho torcer el gesto. Llevamos ropas de viaje, oscura, y Sussi portaba en la grupa de su Pío, las catanas de su abuelo enrolladas en una manta, pero que, para cualquier observador, revelaban su verdadera naturaleza sin demasiada imaginación. El viaje duraría casi más de una semana por los caminos que el General nos había marcado como aptos. Las guardias estarían repartidas por todos los caminos, los controles establecidos en los cruces de camino y el Duque, seguro se esperaba una jugada cómo está.


Cada hora descansábamos un rato, por suerte el cauce del río, serpenteaba hasta Ciudad Central, así que el abrevado de los caballos no era demasiado problema. Las orillas verdes, les proporcionaba el pasto que deseaban y nosotros nos sentábamos para preparar un tentempié o idear algún plan para llevar a cabo nuestra misión.


A última hora del sexto día, nos encontrábamos en un escondió recodo del río. Una amplia curva nos ofrecía un cauce lento y suave. De poca profundidad y agua cristalina. Mientras yo refrescaba mis doloridos huesos, Sussi se encontraba desnuda, sentada en la orilla. Durante el viaje había descubierto otra faceta de esta joven. Sabía tocar el Wan-To. Un instrumento de cuerda. De sonido armónico y suave. Las notas eran verdejamente bellas, casi tanto como ella. Cuando todo aquello acabará, le pediría que no se marchase. Qué hiciese vida en Hardan y tras casarnos, viajar a su país, conocer a su familia y disculparme por el error sobre la muerte de su abuelo.


— Sussi, una pregunté.


— Sí.


— ¿Cuándo tu abuelo falleció, yo debía hacer algo?, no sé mandar un correo o algún certificado.


— Deberías haber viajado con su cuerpo a mi país, y entregarlo a la familia. Pero es lógico que tú no supieses eso. ¿Mi abuelo no te dijo nada?


— Qué yo recuerde, no. Hablaba poco de su familia. Y mucho menos de su país. La mayoría de cosas que sé de vuestra cultura fue gracias a mis estudios. Me interesé mucho por vuestra filosofía, pero allí, tampoco recuerdo nada de eso.


— Son tradiciones muy antiguas, Logan, no te preocupes, tu deuda está pagada. Los distintos relatos de otras personas me demuestran que tú historia es sólida y además, las espadas de mi abuelo ya han vuelto a la familia — se quedó en silencio un segundo — aunque quizá, siempre lo estuvieron.


A la mañana siguiente, partimos a uno de los recorridos más peligrosos. En aquella zona los planos eran difusos. Y deberíamos usar los caminos principales para cruzar aquella frontera invisible. Un lugar donde el Duque, apostaría un buen ingente de guardias.


Lo que no esperábamos era todo aquel despliegue. El camino estaba cerrado por un fortín improvisado. Tenían que haber trabajado muy duro para levantar esas empalizadas tan rápidas. Aquello era una trampa muy peligrosa. Podríamos sortearla de noche, dejando nuestras monturas, pero aún faltaba demasiado recorrido como para siquiera plantear esa opción. Mientras decidíamos que hacer, la noche cayó.


Era tal el tapón que se generaba, que las regatas de comerciantes tenían que hacer noche en el exterior para cruzarlo al día siguiente, y para nuestra desgracia y la de ellos, la posada del Cruce, quedaba al otro lado de la empalizada.


Escondidos en el bosque, vimos como aquellas familias de comerciantes montaban sus campamentos. Como encendían sus fuegos. Como cocinaban desprendiendo un olor delicioso que nos obligó, tras días comiendo provisiones del camino, a internarnos entre los campamentos.


Al ser un hombre y una mujer, parecían no recelar por nuestra presencia, y antes de dar la primera vuelta, un hombre fornido y con cinco hijas con la misma complexión y rasgos nos invitó a su fuego. Por supuesto, yo ofrecí pagar por la cena. Pero aquel carismático hombre se negó en redondo.


El comerciante ya había pasado un par de veces por el control. No sabía a quién buscaban, pero no sé preocupaban demasiado por las cargas, entre susurros, me contó que su hipótesis. Esos bastardos buscaban a un hombre en especial. Según él, todo el país estaba pendiente de esa jugada. Todo el país esperaba que el Asesino del Antifaz, un tal Logan Malkovich, le rebanaran el cuello.


Eso complicaba en mucho nuestra misión, ahora era seguro que el Duque estaría bien escondido y vigilado. Pero tal vez esa misma complicación nos ayudaba en nuestro viaje.


— Y si le dijera que usted puede ayudar a ese hombre — le tanteé.


— Sería un orgullo. Ese hombre se merece todos mis respetos — dijo mientras me proporcionaba dos cuencos de aquel delicioso cocido.


— Y si necesitase su ayuda para cruzar ese control como lo haría — el hombre se mesó su cuidada barba.


— Tendría que pasar inadvertido. Eso desde luego. Si fuese descubierto, pondría en alerta a la guardia y lo cazarían antes de llegar a su destino. Supongo que lo lógico sería que se uniesen a la caravana, que pasara por uno de nosotros. Pero sería muy complicado.


— Por.


— Bueno, es un hombre de más de dos metros, claramente sobresaldría en nuestra cola, sin contar sus cicatrices en la cara, sus músculos de hierro y su mirada capaz de robarte la vida — Sussi río a carcajadas —, lo digo muy en serio, señorita, ese hombre lleva escrito en la frente la palabra muerte.


— Seguro que sí — continuó riendo Sussi.


— Miré, le ruego que no se asuste — saqué mi cartilla, no solía llevar documentación encima, y menos para hacer un trabajo, pero era posible que necesitara conseguir cosas importantes en Ciudad Central y en muchos de esos mercados ilegales. Era obligatorio demostrar quien eras. Note como el hombre se tensaba, parecía tener miedo de mirarme a la cara —. Puede estar usted tranquilo que nadie está en peligro. Todo eso que le han contado no es más que una empoderarían de mi persona. Pero necesito su ayuda. Tengo que pasar ese control a toda costa.


— Claro — el hombre pareció recobrar la postura — como ya le he dicho, será un placer…


— Jacob, si no le importa. Es de vital importancia que mi identidad quede oculta, como bien ha dicho usted.


— No sé preocupé, señor… Jacob — sonrió — esto es una gran familia, conozco a todo estos hombres y mujeres desde mi niñez. Si ahí un grupo capaz de hacerlo pasar ese cruce, sin duda somos nosotros.


Mientras una de las hijas del comerciante, me rellenaba por tercera vez el cuenco, el hombre llegó en un grupo bastante nutrido. Todos estaban dispuestos a hacer lo necesario para que tuviésemos un paso tranquilo. Incluso uno de ellos, el más aciano, había preparado un plan. Sussi viajaría a muchas carretas de mí, y yo me haría pasar por su propio hijo. Si todas aquellas banalidades de mi persona, se había hecho correr por el país. Nadie se fijaría en el hijo de comerciante.


A la mañana siguiente un hombre de la caravana me dejó ropa más acordé a mi papel. Mi carreta iba más o menos por el medio de la larga regata. Éramos el primer grupo en cruzar. La caravana arrancó y freno cada poco, los guardias estaban haciendo bien su trabajo. Según mi nuevo padre, nunca habían sido tan exhaustivos. Algo no iba bien, pero ya estábamos demasiado cerca como para arrepentirnos


— Chico, tú no hables, déjame a mí. Hablas demasiado bien para ser el hijo de un curtidor — yo asentí.


— ¡Alto! — dijo un guardia mientras otros dos cruzaban una valla a su espalda — nombre y dirección.


— Este es mi hijo Jacob — yo asentí sin levantar demasiado la cabeza — y yo soy Damián, curtidor de pieles. Vamos hacia el oeste.


— ¿Y él no sabe hablar?


Un poco más atrás una caravana comenzó a montar escándalo, parecía que sus caballos se estaban poniendo nerviosos, la carreta se movía de un lado a otro y los demás comerciantes le increpaba asustados por los daños que podía ocasionar.


El guardia me miró y bufo.


— Vamos viejo, salga de mi vista, ¡Guardias controlar esos caballos!, Vamos tiré joder, necesitamos que pasen.


Respiré, aquella perfecta actuación había conseguido ponerme fuera de los ojos de aquel melindroso guardia. Si esa estratagema tendría que haberme expuesto.


A última hora de la tarde, mientras ayudaba a mi ficticio padre a montar su austero campamento, llegó Sussi agotada. Todo el día bajo el sol, sobre aquellas incómodas caretas y haciendo que las horas fuesen interminables. Cocine para la tres, era lo menos que podía hacer por mi encubridor. Él también se negó a recibir una compensación. Decía que la mejor compensación era la libertad y antes de que la gente se acostase. Nos despedimos y seguimos nuestro camino.


Habíamos perdido un tiempo precioso y dado que los caballos estaban frescos, trotamos durante horas y paramos a descansar un poco y proseguir con la luz del día por aquellos tortuosos caminos.


Dos días después, Ciudad Central sedibujó en la lejanía. Nuestro destino estaba justo enfrente de nosotros. Era hora de tomar otro tipo de medidas para avanzar.


A partir de ahora estábamos solos. Pronto acabaría todo.

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