Había sido un viaje muy duro, mi alma estaba rota. Mi corazón, latía frenéticamente despertándome en la noche. Había conseguido un uniforme militar. Me había rapado el pelo y afeitado la barba. Las prisas de ese bastardo, por barrer Hardan, le había llevado a bajar la guardia de sus tropas. No me fue difícil integrarme entre aquellos buenos hombres y mujeres que habían sido llamados desde todos los rincones del país.
Por eso, tan solo había manipulado, levemente, los alimentos y el agua de las huestes, solo quería frenarlos, debilitar sus fuerzas. En cambio, en las noches, me adentraba por el campamento, rebanada algunos cuellos de altos mandos y antes de que descubriesen mis atrocidades, volvía a mi tienda.
Cada latido de mi oprimido corazón me recordaba a Sussi. Su imagen, mientras moría, moraba en mi mente lúcida y en mi mente inconsciente, sembrando mis noches de pesadillas. Ni tan siquiera, con mis habilidades de meditación, era capaz de controlar ese dolor, esa ira.
Durante el camino, había manipulado toda pieza de artillería, eliminando piezas ocultas. Ese bastardo no bombardearía Hardan.
Había intentado dejar de fumar cigarrillos, pero me había sido imposible. Tenía demasiada ansiedad. Demasiado odio… demasiado dolor.
Una vez acampados frente a Hardan, me habían llegado noticias bastante halagüeñas. Sabía que el Sargento Smith había conseguido conversar con soldados rasos. Y la idea, de no atacar, se había asentado en el campamento. Seguramente la idea de que el convoy estaba maldito, había ayudado y es que no había nada mejor que apelar a las supersticiones de la gente.
El día del ataque llegó. Qué orgulloso me sentí al ver todas aquellas banderas hondeando al viento. Qué orgulloso me sentí, al ver tan ingente número de ciudadanos frente a la muralla. Qué orgulloso me sentí cuando alcance a ver, a mi querido Paúl. Sosteniendo esa enorme bandera en alto. Junto al Capitán en su corcel y al Sargento de mirada impasible. Qué orgulloso me sentí, cuando vi el verdadero poder de aquella niña que había acogido en mi hogar. Como brillaba su luz, como dominaba su oscuridad y como había decidido no matar a su querido hermano. Debo reconocer que sufrí, al ver aquella pelea entre dioses. Como ese pobre niño había intentado maltratar a mi querida Rossy. Rossy, ¿que sería de mí si no te hubiese conocido? Si no me hubiese cambiado desde el interior haciendo latir nuevamente mi corazón.
Y entonces lo vi. El Duque no había viajado con el ejército. Con él, iba una amplia comitiva de mandos y políticos corruptos. No fue difícil, hacerme con una de esas casacas de oficial, cuando rebane de lado a lado el cuello de uno de esos cobardes. En lugar de su sable militar, colgué mis catanas en mi cinturón dorado.
Podía sentir que el final estaba cerca. Y el desenlace, me tenía sin cuidado mientras que ese cerdo recibiese su pena, de mi mano hastiada.
Me lie uno de mis cigarros, mientras sorprendido, vi algo que aún me lleno más de orgullo.
— ¡General, me aseguro que tomaría la ciudad a cualquier precio! — rugió el Duque justo cuando me encontraba a su espalda. Sabía que al clavar mis catanas, me llevaría a una muerte segura.
— Pues tenemos un problema — masticó el General — ¡Prender a este traidor! — ordenó, sorprendentemente, el General.
— ¡¿Qué?! — El rostro del Duque se tornó lleno de oscuridad — ¡Matarlo!, ¡Matar a este malnacido!
Los oficiales sacaron sus sables. Pero el General, montado en su corcel, no cedió ni un palmo, al contrario de lo que hubiese imaginado, una gran número de soldados nos rodeó.
— En nombre del ejército, quedáis arrestados por traición — el general sacó su sable y lo alzó sobre su cabeza—. Soldados, prenderlos. Si alguno se resiste, no dudéis en usar la fuerza. Seréis juzgados por un jurado popular en un juicio justo. Ahora, deponer vuestras armas.
El séquito del Duque, al ver su inferioridad, bajaron sus armas. En sus rostros pude leer cierto respiro en medio de esta maldita locura. Solo el Duque, con la barbilla alta, quedó maldiciendo y he intentando asustar a los hombres allí presente. Pero su poder, había caído en desgracia. El honor de aquellos soldados, les había llevado a recuperar su cordura.
— ¡Coronel! — rugió el General a un anciano con rostro cansado — me reconozco culpable por todos mis delitos, y asumo un juicio por traición y deshonra a este uniforme y a todo lo que él representa.
— A sus órdenes.
El General desmontó de su corcel y entrego sus armas al Coronel que parecía bastante desubicado.
— Soldados — ordenó el Coronel — llevemos a estos traidores frente a nuestros hermanos de Hardan. Que sean ellos quiénes decidan su destino.
Me incluí en esa comitiva. Los mandos, salvo el General, arrastraban sus pies mientras avanzábamos hacia la muralla, donde Paúl, había recogido a Rossy del suelo y corría para introducirla en la ciudad. Dudo que supiesen que era lo que sucedía.
No dude, ni un segundo, en agarrar con dureza al Duque del brazo, y aunque intentaba zafarse de mi pinza. No era lo suficiente fuerte para conseguirlo. Me gritaba y maldecía mientras en mis labios se dibujaba una sonrisa burlesca. Sentí su miedo. Como temblaba mientras intentaba amedrentar a todo el mundo. Pero todo su poder se había evaporado. Cuando nos detuvimos frente a la muralla, una retahíla de cañones asomaron desde las almenas.
— ¡General Duncan! — llamo el Coronel. En una de las Almenas, un sombrero de ala ancha, con una larga Pluma asomó mostrando el rostro del General — soy el Coronel Máximo, y por el poder que me ha sido conferido, por el traidor del General, en un momento de lucidez y valor. Les traigo a los traidores para ser ajusticiados.
— Coronel Máximo, me congratula tal acción, pero debido a las mentiras escuchadas durante todo este tiempo. Me veo en la obligación de no creer ni una palabra que salga de sus labios.
— Es cierto — dije mostrando mi cara. Por supuesto, nadie me reconoció — soy Logan Malkovich, querido amigo. El ejército se ha rendido. Esos buenos hombres de allá atrás, son verdaderos héroes — el Duque se giró iracundo mirándome a los ojos.
— ¡Tú! — salió de sus labios.
— ¿Logan eres tú? — dijo Paúl a través del rastrillo, nuestras miradas se cruzaron y una amplia sonrisa se dibujó en su asustado rostro.
— ¡Solicito un juicio por espada! — exigí.
Hacía siglos que aquel tipo de juicio había sido abolido. Pero si me lo negaban, simplemente atravesaría el corazón de aquel bastardo con mi espada, sin importarme en absoluto mi destino. Todos los presentes me miraron sorprendidos.
— Por mi parte, señor Malkovich, me parece una genial idea — aseveró el Coronel— General Duncan, le llamo a filas, y le pido que asuma el mando de este país hasta nuevas elecciones.
— Eso es imposible, querido amigo, mi destino me llama a otras tierras. Debo liberar del yugo de la esclavitud a todo un país. Y solicito, la ayuda de su— remarcó — ejército. En cuanto al juicio por espadas y por el poder que me concede esta ciudad, damos nuestra bendición. Que sea por filo y sangre, que pague con su vida todo aquello que ha destruido, y concedo a nuestro campeón esa honra.
— ¡Esto es una locura! — rugió el Duque — ¡Aún tengo amigos, no permitirán, esta barbaridad!
— Ya no tienes amigos, rata asquerosa — le susurré al oído —, vas a pagar por todas tus acciones, y yo, voy a dedicarme en cuerpo y alma, a hacerte sufrir, como nadie ha sufrido en siglos.
El rostro del Duque perdió todo su valor.
— ¡Engrilletar a toda esta escoria! — ordenó el Coronel orgulloso — y dentro de una hora se celebrará, en este enclave, el juicio por espadas, soldados, formen un círculo de piedras. El destino de este malnacido se decidirá aquí. A las puertas de esta bendita ciudad. Acepto su campeón, General Duncan.
Comentarios
Publicar un comentario