Mala muerte 52 El círculo de Sangre (capítulo final)

Los detenidos fueron engrilletados y encapuchados. Los hombres del General habían preparado una pequeña celda improvisada con unas antiguas vallas. Los ciudadanos que paseaban por su alrededor los increpaban y lanzaban objetos. Junto a los barrotes, el General aguardaba la hora de sacar a esa rata al círculo.

Rossy y Paúl acudieron a mí a la carrera. Rossy me abrazó con tanta fuerza que me faltó el aire. Y Paúl, secundo ese abrazo, dejándome el cuello en una posición algo dolorosa. Pero podía sentir su calor.

— Lo siento tanto… — sollozo Rossy al soltarme tras unos largos minutos donde la tensión y la rabia se diluyeron en lágrimas.

— Tú no tienes culpa de nada, al contrario, tú me das fuerzas para seguir — le contesté sujetando sus manos.

— Lamento mucho tu perdido hermano — 
dijo Paúl intentado no mostrar sus lágrimas. Pero lo conocía demasiado bien como para que pudiese escondérmelas.

— No os preocupéis por mí — dije con un nudo en la garganta. ¿Cuántas veces había dicho esa frase estando roto por dentro?, demasiadas.

— Ya no estás solo, Logan, ahora somos tu familia, y sí, nos preocupamos por ti, quieras o no — Rossy volvió a abrazarme —. Mata a ese cabrón.

— Te lo prometí. Ese bastardo va a morir de manera lenta. Muy lenta. Pero debo pedirte un favor — me agaché para estar a la misma altura que sus ojos —. Pase lo que pase en ese círculo. No debes entrometerte.

— No pienso dejar que ese bastardo te haga daño — Rossy dio un paso atrás. Qué mayor se estaba haciendo. Qué bonita lucía su rostro blanquecino.

— Debes dejarme hacer esto. Si te metes, ganará el combate y quedará libre.

— Si entro en ese combate, te aseguro que no irá a ningún sitio — contesto muy segura de sí misma.

— Esto debo hacerlo yo, Rossy, te lo 
suplico. Veas los que veas, no intercedas. Soy más que capaz de acabar con él. Se lo debo a Sussi, a Sebastián y a Cloti. Me lo debo a mi mismo. Esta será mi última muerte.

— ¿Vas a dejar el oficio? — Paúl había escuchado esa cantinela miles de veces, sobre todo cada vez que bebíamos el whisky de mi despacho.

— Sí. Esta ciudad está lista para crecer sin mí. Yo acompañaré a Rossy hasta donde ella quiera que la acompañe. Pero no volveré a matar.

— ¿Vendrás conmigo al país de Macmu? — dijo Rossy muy sorprendida y una amplia sonrisa se dibujó en su rostro.

— Rossy, tú me has enseñado que es tener una hija. Pensar en alguien más, que no sea yo. Te debo demasiado como para dejar que te embarques en algo así tú sola.

— Y nosotros también.

Al principio pensé que esas palabras venían de una conversación adyacente. Pero cuando la sonrisa de Rossy, creció de manera desorbitada, me dejó claro, que yo no veía al interlocutor. Rossy salió de estampida y pude ver cómo se subía, de un salto, al pecho de Sebastián, a su lado, Cloti acariciaba su pelo negro mientras los tres se deshacían en lágrimas. Tras ellos, la hermana de Sebastián aguardaba tirando orgullosa de las bridas de una carreta.

— ¿No deberíais estar escondidos? — dijo Paúl estrechando la mano del viejo Sebastián, que respondió con energía. Cuantos años había soñado ver esa imagen. Mi mejor amigo y el hombre que había sido como un padre para mí. Siendo amigos de verdad.

Las campanas repicaron, era el momento. Yo había desaparecido unos minutos para enfundarme mi traje de faena. Otra de las cosas que esperaba dejar atrás. La gente comenzó a agolparse alrededor del círculo. Mis amigos y familia estaban en primera fila, junto al General; de porte renovado, el presidente de la cámara; en un estado deplorable y el Juez, tan duro como una roca. Todos presentes para dar valor, a aquello que aconteciera en el duelo a muerte.

Como retador, tenía el privilegio de entrar primero al círculo. Era bastante amplio. Debía de tener un diez metros de diámetro. Suficiente para llevar a cabo todos los movimientos que necesitara para dar fin a la vida de ese bastardo. Me, arrodille y respiré hondo.

Abrí los ojos cuando los insultos y las maldiciones llegaron a mis espaldas. Llegó el Duque, con su sonrisa taimada. Su espalda estaba recta. Su paso decididos. Ese bastardo guardaba una última carta bajo su manga. El Sargento Smith lo lanzo dentro del círculo y el Duque cayó de boca sobre el polvo. Las risas crecieron rápidamente, pero su semblante no varió ni un ápice. Se levantó, se espolso el polvo de la ropa y se plantó ante mí sin ningún signo de debilidad.

— ¿Así que aquí acaba todo para uno de nosotros? — Me miró sonriendo.

— Sí, ha llegado tu hora.

— ¿Eso crees?, ¿Qué temo al asesino del antifaz?. ¿Acaso crees que alguien puede llegar a mi posición siendo un pusilánime?, Prepárate para morir, estúpido.

El General se internó en el círculo, miró al Duque y escupió junto a sus botas.

— Como responsable de este juicio, creo que ha llegado la horade elegir armas — El General miró a ambos.

— ¡Qué me traigan mis espadas! — exigió el Duque.

— Qué así sea.

De entre el público, salió un joven cadete. En sus manos llevaba dos cimitarras muy conocidas por mí, sus manos temblaban. Eran las armas de Sussi. Una fuerte ira creció en mi interior. Ese bastardo quería humillarme hasta en su último aliento.

— Señor Logan Malkovich, campeón de Hardan. ¿Cuáles son sus armas?.

— Mis manos.

Hubo un claro tumulto. Paúl negó con su cabeza. Pero no mancharía el acero de mis catanas con la sangre de ese bastardo. No lo merecía.

— Debe elegir arma, Señor Malkovich, son las reglas, el uso que haga de ellas es cosa suya — explicó el General. Sebastián se introdujo en el círculo y me entrego mis catanas.

— Logan, no seas estúpido. Rebánalo y que esto acabe rápido — me suplico Sebastián, yo acepté mis catanas, pero las deposite en el borde del círculo a los pies de Rossy, que me miró demasiado confundida. En sus labios pude leer tres palabras, “me lo juraste”.

Volví al centro del círculo, donde el Duque se quitaba su casaca y empuñaba, dando giros rápidos de muñecas, las cimitarras de mi querida Sussi. Era evidente que conocía el arte de la esgrima. Pero no le daría el placer de cruzar nuestros aceros. Ese bastardo moriría a golpes. Y después su cuerpo sería lanzado a los canales como redención, por todos aquellos que él había mandado lanzar y ser olvidados.
Sus ojos eran fríos, su respiración calmada. Algo de verdad había en sus palabras. Pocos hombres eran así de sosegados ante un asesino profesional. El General disparo su revolver al aire. El combate, había comenzado.

El Duque se lanzó a por todas dando un giro de talones y con sus armas perpendiculares al suelo. Era un movimiento complejo. Rodé por el suelo y esquivé por poco sus filos. Era más rápido de lo que hubiese imaginado. Sin levantarme del suelo me lancé hacia él y golpeé con mi puño la parte interior de su rodilla, fallé por milímetros el lugar exacto de mi golpe. Antes de que su grito de dolor y sus filos llegarán a mí, yo ya había saltado lateralmente ganando un pequeño espacio. La gente comenzó a cuchichear. 
El Duque tenía el rostro compungido, si hubiese sido más certero, podría haberle roto la rodilla. Pero seguro que esa pierna, ya no sería un problema para mí.

— ¿Eso es todo lo que sabes hacer?, estúpido — rugió el Duque — golpear como un niño.

— Quiero que sepas algo. Esto no va a ser rápido.

— ¡Eso lo dices tú!
Me sorprendió el cambio de pierna dominante y como se lanzó. La primera espada la esquivé, por un lado, pero la segunda rasgo mi pecho de abajo arriba. Me ardía.

¿Este bastardo podía matarme?

Miré a Rossy que tenía la cara tapada con sus manos. Otra herida ardió en mi brazo derecho, lo poco que pude esquivar fue gracias a mis años de entrenamiento. La herida del brazo no era nada grave. Pero si no terminaba pronto. La hemorragia del pecho podría ser peligrosa. Di una voltereta hacia atrás. El pecho pareció abrirse en dos cuando mis músculos se forzaron y estiraron; pero gane más de dos metros de distancia.

El Duque me miró con una sonrisa burlona. Sus aceros estaban bañados en mi sangre. Los alzó y se lanzó nuevamente a por mí. Respiré. Vi su trayectoria. Me escurrí entre sus aceros y le golpeé la garganta con mi mano. Los aceros, al volver atrás, rasgaron nuevamente mis brazos. Los ojos del Duque estaban desorbitados. Lance un puñetazo directo a la nariz. Sentí como los huesos se hacían añicos entre mis nudillos. Sus aceros cayeron y él salió disparado hacia detrás. Con un rápido derechazo golpeé su mandíbula y algunos de sus dientes salieron esculpidos entre salivazos de sangre. De pronto me sentí mareado.

Él, uso su pierna buena para detener su retroceso y golpeo mi cara con su cabeza. El mareo comenzó a incrementarse. Sentí como me golpeaba la cara una y otra vez con sus puños.

Era bueno, sus puños eran de acero. Uno de ellos me golpeó el ojo derecho, dejándome cegado por la sangre y el dolor. Detuve su siguiente gancho, y golpeé con mi puño su barbilla, alzándola hacia el cielo. El Duque cayó de bruces. Con su rostro ensangrentado y sus nudillos machacados por los golpes en mi cara. Sentí como perdía mis fuerzas.

¿Ese bastardo había envenado sus filos?, 
Mi consciencia iba y venía. El público comenzó a ser un borrón. Mis piernas no respondían y caí sobre mis rodillas. La vida se escapaba entre mis dedos como la arena húmeda.

No, no voy a morir hoy, recé.
Cerré los ojos. Respiré profundo tres veces y la calma vino a mí. Sentía el veneno fluir por mi torrente sanguíneo. Por suerte los venenos más poderosos los conocía muy bien, no había evidencia de sus efectos. Sentí un fuerte pinchazo en el estómago. El dolor me atenazo. Ese veneno no acabaría con mi vida. Debía neutralizarlo. Me sentía bloqueado y como ese hijo de puta me golpeaba una y otra vez.

Ese sabor dulzón al fondo de mi garganta. Ese frío en manos y pies. No era un veneno letal.

— Tranquilo Asesino — escuché decir muy, muy lejos al Duque —. Tan solo te paralizará unos minutos. Pero en esos minutos, vas a desear que fuese un veneno fulminante.

Escuchaba a la gente maldecir en la lejanía. Todos seguíansiendo borrones irreconocibles. Una fuerte patada en la boca me tumbo hacia atrás sobre mis piernas. Una y otra vez, ese hijo de puta me pateaba por el suelo a placer. Sentí el peso de su bota, aplastar mi pecho. Una y otra vez. Debía centrarme. Calmar mi mente. Algunas costillas debieron ceder, y sentí una fuerte punción en mi pecho. Me faltaba el aire.

— Estoy aquí — escuché dentro de mi cabeza a Rossy —, ya no voy a soportarlo más. Yo misma la mataré.

— No. Rossy. Debo de ser yo.

— ¡Te está matando estúpido!

— Dame un segundo, te lo ruego. Debo eliminar este paralizante.

— ¿Te ha envenenado?

— Sí, pero puedo con esto.

De súbito sentí un calor intenso, creí que iba a explotar en una bola de fuego. Sentía mi sangre fluir a gran velocidad. Mi corazón era imposible de controlar. Tal vez, sí que iba a morir…

La sensación de paralización desapareció. Mis energías se sintieron renovadas.

— Ahora enfádate si quieres — sentenció Rossy en mi cabeza —, pero levántate de una puta vez y machaca a ese cabrón.
No sé que había hecho Rossy, pero sentí una renovada sensación de poder. Mi mente se calmó. Respiré entre patada y patada.

— ¡Reacciona Logan! — grito Paúl.

Esas palabras fueron como un resorte. Abrí los ojos. Ese bastardo había sacado una daga de algún lugar y se lanzaba contra mí. Fue tan rápido que no pude detener su ataque completo. Sentí una fuerte punción en mi ojo izquierdo. El filo de su daga había entrado en mi cuenca ocular. Con una gran esfuerzo arranque su daga de mi cara. Levanté sus brazos y con un rápido juego de manos. Clave su propia daga en su vientre. El Duque rodó hacia un lado aullando de dolor. Me levanté desorientado, toque mi cara y mi ojo… no estaba donde debería estar. Con mi único ojo bueno lo vi, allí tendido agarrándose las tripas.

No va a ser rápido bastardo, me las vas a pagar todas juntas, juré en silencio.
Salte y pisé su rodilla buena. Crujió feamente y después se hizo astillas. El Duque aullaba por el dolor. Me encaramé a horcajadas sobre su cuerpo. Lo agarré de la pechera de su camisa de seda y le golpeé con todas mis fuerzas en los dientes.

— Está por mi mansión — volví a golpearle —, esto por mi ciudad — en ese golpe noté como su mandíbula se partía en dos — esto por Cloti — cada golpe iba deformando un poco más la asquerosa sonrisa que aún mantenía ese cretino — por Sebastián, por Paul, por Rossy y su hermano. Por mí.

La cara del Duque era un amasijo de sangre y huesos sobresaliendo de su piel. Pero seguía vivo. Podía sentir su corazón sufrir acelerado. Lo agarré por el cuello y comencé a apretar. A estrangularlo. Sentí un calor en mis piernas. Ese bastardo se estaba meando. Su cuerpo perdía la consciencia.

— Esto es por Sussi.

Sentí que su último latido estaba cerca, y antes de permitirle esa dulce muerte. Agarre su mandíbula y el resto de su cráneo sanguinolento y con fuerte tirón, arranque la quijada del resto de su cabeza.
Ahora sí, te puedes morir bastardo, hijo de puta. Le escupí en lo que quedaba de su rostro.

La gente quedó en silencio. Me encontraba bañado en la sangre de mi peor enemigo. Podía sentir diminutas esquirlas de sus dientes salpicados por mí toda cara. Su quijada colgaba de mi mano, con parte de su lengua ensangrentada. El cuerpo convulsionó y después, se quedó completamente quieto. Todo había acabado. Me sentía aún mareado, dolorido. Agotado.

Cuando empezaba a pensar que la gente pensaría que yo era un monstruo, una jubilosa ovación nació, espontáneamente, entre el nutrido número de presentes. Las fuerzas me abandonaron y caí de bruces contra el suelo.

No sé cuanto tiempo transcurrió, me desperté sudado, dolorido y rodeado de mis seres queridos. Estaba postrado en la cama que el General me había brindado hacía ya algunos meses. Abrí lentamente los ojos, tenía la mente embotada. La garganta seca y los labios claramente resecos y cortados. Sentía ciertas ganas de estornudar. Cuando mi vista se centró del todo, Gato Negro, tumbado a mi lado, movía su rabo alegre haciéndome cosquillas en la nariz.

— ¡Se ha despertado! — grito a pleno pulmón Rossy. Sentí como ese círculo de amistad se cernía sobre mí. Abandonado sus asientos improvisados y juntándose junto a mi lecho.

— ¿Logan hijo te encuentras bien? — Sebastián, tomo mi mano. Pero las palabras no salían de dolorida garganta.

— Amigo — Paúl tenía la voz quebrada.

— Miau — maulló Gato Negro subiéndose de un salto a mi pecho. Sentí un fuerte dolor y su húmeda lengua lamiendo mi mejilla.

— Dejarle aire — espeto Cloti —, traeré agua.

Sentí la mano de Rossy agarrar mi otra mano y como pequeña chispa de su poder, se trasladaba por ella y que me ayudó a centrar mi mente.

Intenté incorporarme, pero los puntos en mi pecho se estiraron provocándome un terrible dolor. La ancha mano de Sebastián acompaño, sutilmente, mi cuerpo, hasta volver a quedarme tendido.

Mis fosas nasales se llenaron de un intenso dolor. Uno de los pasteles de Cloti andaba cerca. El estómago me rugió.

— Eso es hambre, eso es muy buena señal— dedujo Sebastián con una amplia sonrisa en su rostro.

— ¿Qué a pasado? — dije estirando mis palabras mientras reptaban por mi garganta seca. Recordaba el combate. La dura pelea que había mantenido con ese bastardo aparecía y desaparecía de mi mente.

— ¡Hemos ganado! — celebro Paúl —, en Ciudad Central se celebra una junta para unas nuevas elecciones. Los matones del Duque han desaparecido del país. Logan, lo has conseguido, has salvado a Hardan y al país entero. Se dice que esculpirán estatuas tuyas a lo largo del país.

— Vale, vale — escuché decir a Cloti mientras atravesaba el quicio de la puerta con una palangana dorada — Sebastián, que esperas, incorporarlo.

— Es muy pronto — le discutió.

— Cuanto antes se recupere, antes podremos salir de esta ciudad de locos — dijo nerviosa.

Miré a Paúl, el brillo de sus ojos era intenso. Pero esta vez no era por ninguna maldita desgracia. El sonido de la aldaba de la puerta principal repiqueteo. Y Paúl, dudando unos segundos, se marchó. Sebastián, maldiciendo a Cloti, metió sus manos bajo mis axilas y me incorporo como si fuese un niño, sentí una fuerte punción en el pecho. Pero eso solo significaba que estaba vivo, después de todo.

— Las obras de la reconstrucción de la mansión ya han comenzado — dijo alegre Sebastián —, pero según el capataz, no acabarán antes de tres o cuatro años.

— Quería hacer algunos cambios — susurré.

— Ya lo sé hijo. Por suerte tengo una gran memoria y recuerdo a la perfección algunos bocetos que guardabas en tu despacho, junto a esas botellas de whisky.

— ¿Sabías lo de las botellas? — vaya, eso sí que era toda una revelación. Pensaba que estaban bien escondidas.

— Hijo, yo sé perfectamente que había en esa mansión.

— Nunca dijiste nada.

— A veces un hombre necesita un desahogo, y tú no eres menos, chico estúpido. ¿De verdad pensabas que yo no sabía nada? — intenté asentir. Pero me dolía mucho el cuello y la cabeza.

Esa tarde la pasé allí tendido. Cada cierto tiempo, Rossy imponía sus manos sobre mi pecho y el dolor desaparecía un rato. Sentía un fuerte quemazón y seguramente, unido a las hierbas que, según Cloti, me había untado Macmu, mis heridas iban cerrándose a una velocidad sobrenatural.
Debo añadir, que esa tarde no fue muy agradable para mí. Sumado al dolor corporal, fui reprendido por los mis tres familiares duramente. Recriminado mi decisión de no usar mis armas en el combate y la repercusión que podía haber tenido esa tozudez. Incluso, Gato Negro, de vez en cuando, me lanzaba un inofensivo golpetazo con su zarpa en mi cara.

Los recuerdos de Sussi me acompañaron durante toda la noche. El dolor que tanto había evitado sentir me atenazo. Lloré desconsolado su perdida. Cuanto la había amado. Cuanto la añoraba. ¿Cuánto podía llorar un hombre si dejaba su máscara a un lado y se permitía ser humano…?, en realidad, me daba igual. Lloré tanto que mis lágrimas se secaron en mis mejillas. Lloré tanto, que mis lágrimas mojaron la almohada y mis sábanas. Vacíe mi alma.

<<Te he vengado mi amor. Ese bastardo está muerto>>

Una voz en mi interior me dijo.

<<Vive, mi amor, te esperaré aquí, donde todo es paz, donde todo el dolor queda diluido en amor y compasión. Vive mi querido Logan. Vive por mí>>

Tal vez fuesen palabras sacadas de un sueño, tal vez, nuestro amor había traspasado el velo de la muerte. Tan solo sé, que me sentí pleno. Qué me sentí amado. Jamás la olvidaría, de eso estoy seguro.

Pero ahora había otro país que defender de las injusticias y esa, era mi nueva misión de vida. Se había acabado ser un asesino que mataba a sus contratos, se había acabado pelear desde las sombras. El Asesino del Antifaz debía perecer en aquel lecho y yo resurgir como una ave fénix de mis cenizas. 

Mi nueva vida se abría ante mí.

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